A la mayoría de esos vecinos, que me apuntaban con el dedo, no me querían cerca
de sus hijos, maridos, ni hermanos, y me decían puta, o no me saludaban, los convertí en vasallos a base de regalos
Víctor Manuel Domínguez | La Habana Cuba | Cubanet
Paso a paso y desde la base de la pirámide que forman las jineteras en Cuba (“carroñeras, de tenis, de puyas, de ocasión, diplomáticas, reinas y faraonas”), Isabel ascendió en medio del contexto de una escala social que mide los valores por la tenencia de “pacotilla”, un “Yuma” o “Pepe” en la familia; y dólares.
A golpes de cintura, violencia, humillaciones y regalos, Chabela, La Reina de las noches centro-habaneras, logró el “respeto” en su comunidad. “Primero muerta que puta”, fue el recibimiento de su padre comunista cuando la vio aparecer en el cuarto con el viejo español. Tenía 16 años y ganas de vivir.
Llegó con ocho años de edad, desde Guanabacoa, a un solar en Centro Habana. Su promiscuidad sexual se comentó estuvo ligada al hacinamiento con primos y vecinos, tanto como a la necesidad de tener cosas y presumir, ante la indiferencia de unos padres que sólo veían en ella a una adolescente precoz.
“Perdí la virginidad a los 13 años en medio de un apagón. Todos habían salido del cuarto en busca del fresco de la calle. Era agosto del 93. El vecino llegó al camastro donde soñaba con salir de aquel infierno. Ese día me regaló un frasco de perfume, veinte pesos y un jabón. No me pude negar”.
Cansada de las broncas diarias por la falta de una cosa, de la otra, o de todo: de la violencia, los ruidos, una escuela a la que asistía con hambre, los zapatos rotos y un uniforme sucio, a escuchar sobre logros en una Cuba que no existía, dejó de estudiar. Se fue con un hombre que le doblaba la edad.
“Tenía 15 años y mucho que aprender. Me convertí en un ama de casa ejemplar: cocinar, lavar, limpiar y fregar. El tiempo restante lo invertía en leer hasta que él llegara. Nada de recibir visitas o salir. Él trabajaba como custodio en un hotel para extranjeros. Llegaba al amanecer. A veces me pegaba”.
Dice que entre lecturas y golpes soñó ser amada como Anna Karenina, Madame Bovarí, Teresa Raquin, Matilde de la Mole o La princesa de Cleves, pero se sabía una puta rechazada por sus padres, criticada por sus vecinos, y señalada por una sociedad hipócrita convertida por su cobardía en un burdel.
Hasta que un día Manuel (nombró así a su compañero), la entregó en manos de un español, después un belga, luego una holandesa, otros y otras, y por fin al viejo francés con el que hoy vive en Lion, y le calló la boca a su padre y demás familiares -que hoy la adoran- poniéndoles casa, dinero y comodidades.
Después de dos años sin visitar la isla, Chabela esta noche está en su cuadra (calle), en medio de corruptos, drogadictos, proxenetas, profesionales, trabajadores, combatientes, federadas y estudiantes, reunidos en el Segundo Ejercicio Nacional de Seguimiento y Control a las Indisciplinas Sociales en el barrio.
“La mayoría de esos vecinos que ves ahí reunidos –señala-, quienes me apuntaban con el dedo, no me querían cerca de sus hijos, maridos, ni hermanos, y me decían puta, o no me saludaban. Pues los convertí en vasallos a base de regalos. Hoy me llaman reina; ahora soy una faraona, en La Habana”.
ACERCA DEL AUTOR
Víctor Manuel Domínguez
Periodista independiente. Reside en Centro Habana.