“Final del infierno”, a la espera del titular
¿Quién maneja el tema del envejecimiento de la población?
Por Ernesto Pérez Chang | La Habana, Cuba | Cubanet
En menos de diez años, Cuba contará con la población más envejecida del continente. Se calcula que pronto en el país habrá un anciano por cada cuatro habitantes. Frente a tales pronósticos y observando el entorno, no es difícil imaginar la debacle económica que se avecina, más cuando, por más reuniones de la Asamblea Nacional, Plenos del Partido Comunista y programas de reformas que el gobierno muestra como únicas soluciones, no se ofrece una respuesta efectiva a los problemas que aquejan a esos hombres y mujeres que, desde hace tiempo, se encuentran sumidos en la más extrema pobreza.
El “amparo a los más necesitados” que ha prometido el discurso oficial se ha convertido en una verdadera burla. El gobierno no habla con claridad acerca del callejón sin salida en que se encuentra y, fingiendo hacer votos por un milagro económico a largo plazo, siembra falsas esperanzas en la gente.
Concentrados en hallar una salida segura para ellos y sus familias en caso de suceder lo peor, después de tantas décadas de disparates y terquedades como único estilo de gobierno, a los dirigentes cubanos no les queda tiempo para implementar una maniobra de rescate para esas multitudes de obreros que, al terminar sus años de trabajo y “entrega a la revolución”, solo habrán de recibir nuevas demandas de mayores sacrificios y lealtades en lugar de garantías de vida.
Defraudados por un sistema que los arroja como trastos en los últimos años de sus vidas, a una buena parte de la ancianidad cubana se la puede ver deambulando sin rumbo ni alientos por nuestras ciudades.
Conscientes de que jamás una promesa de mejoras para el pueblo ha sido cumplida y que en realidad han de avenirse nuevas medidas que empeoren el escenario, ya no quedan muchos entusiastas para comentar las noticias aparecidas en la prensa oficial. Si los viejos aguardan por el periódico todas las mañanas es, como me ha dicho un jubilado de mi barrio al que saludo cada día, a la espera de ese titular que declare “el final de este infierno”.
Las imágenes de los abuelos, fatigados y mal vestidos, vendiendo baratijas en los portales o haciendo colas inmensas en los bancos para cobrar una pensión mensual de apenas diez dólares, que no alcanzan para comer lo básico, no son excepcionales en un país donde la vida cada hora se encarece más, y donde alimentarse y vestirse no son cuestiones esenciales, sino posibilidades muy cercanas al lujo.
Excluidos de todos los planes de futuro, desgastados por el abuso y tratados como verdaderos estorbos, tal pareciera que de ellos mismos es la culpa de haber envejecido para convertirse en una carga.
Nadie en la prensa nacional habla de la incompetencia de los gobernantes, de sus oportunismos, de las actitudes cínicas al manejar un tema tan delicado como el envejecimiento poblacional, que es una verdadera soga que comienza a rodear nuestros cuellos mientras escuchamos de fondo aquel discurso de Fidel Castro, del 6 de marzo de 1964, donde jugaba la suerte de millones con este manojo de palabras:
“Si nosotros no lográramos la abundancia aquí sería, sencillamente, porque fuéramos unos incapaces completos de lograrlo, sería sencillamente porque no quisiéramos”. “A nadie le va a faltar nada, nadie tiene que atemorizarse”. “Yo creo que hay que jubilar los que cuestan caros, que es preferible”. “Pero cuando ya los ingresos y la producción estén parejos, y cuando ya empiece a haber más productos que dinero —y no vamos a tardar mucho tiempo, no vamos a tardar mucho tiempo—, entonces llegará la hora de ir empezando a elevar los ingresos por los salarios más bajos, ¡por los más bajos!”.
Han transcurrido 50 años y las calles de La Habana hablan por sí solas.