La carroña y El Piri
Un barrio de contrastes, La Puntilla, reúne todo lo que se necesita
para ilustrar el territorio post-socialista: ruinas, putas y choferes de turismo
Ruinas, putas y choferes de turismo
Por Marcia Cairo | Desde LA HABANA, Cuba | Cubanet
La Puntilla es un microcosmos que refleja la nueva Cuba: las diferencias de clase que hace medio siglo el socialismo prometió eliminar, resurgen cada día con más fuerza.
En este barrio de Miramar hay casas elegantes, con garajes y autos modernos. En algunas viven mujeres cubanas casadas con extranjeros; en otras, médicos de renombre, dueños de nuevos restaurantes o cafeterías, autorizados ahora por el gobierno, gente que se dedica a rentar habitaciones, choferes de guaguas de turismo, músicos, artistas de cine.
En medio de ese ambiente hay un solarcito escondido, una antigua posada (motel) convertida en vivienda donde hay gente pobre: costureras, plomeros, albañiles, parqueadores, y los que hacen comidas para vender, sin licencia para no pagar impuestos.
Hay cuatro edificios de microbrigada en las esquinas, donde viven personas que se adaptan al sistema, pero nunca tendrán dinero para comprarse un auto, ni para viajar.
15 familias pudieran caer al vacío
Como testimonio de la decadencia acumulada durante las más de cinco décadas de vida en socialismo, está también lo que queda de Riomar, que fuera un lujoso edificio de 11 pisos y 201 apartamentos hasta la década del 60, donde vivían cubanos de clase media. Su extenso lobby (recepción) tenía buró, pizarra con teléfonos e intercomunicadores. Había salones para fiestas, cafeterías, dos piscinas (ahora vacías y mugrientas), duchas y baños exteriores. Colectores de basura en cada piso con incinerador en el sótano. Empleados que se encargaban de recoger la basura, y de mantener limpios las piscinas y pasillos.
Ahora el edificio es una amenazadora ruina que se cae a pedazos: parece haber sido bombardeado. De los 201 apartamentos, solo quedan quince habitados, en el bloque central. Los cuatro bloques restantes están deshabitados y parecen destinados a convertirse en montañas de escombros; que quizás arrastren en su caída al bloque central, donde aún viven quince familias.
Los edificios del CIMEX y el otrora CUBALSE que también están en el barrio son construcciones comerciales que sirven al estado, con múltiples oficinas y trabajadores. En los bajos del CIMEX hay tiendas, un mercado y dos bancos. Ambos edificios se mantienen sólidos porque el gobierno los remoza con regularidad.
El Centro Comercial La Puntilla se erige en la calle 1era entre A y B. Tiene cafetería en los bajos, y muchos departamentos, incluyendo restaurant en el último piso, que funciona también como discoteca. Hace unos años hubo un incendio que provocó daños considerables, por lo que estuvo cerrado un buen tiempo.
De noche hay dos opciones para los que quieran divertirse: está la discoteca de La Puntilla y el Río Club, -el Johnny’s, como se le llamaba antiguamente–. En ambos centros nocturnos se ve gente de todo tipo: grupos de amigos, parejas, los que se aventuran para ligar, pero predominan las jineteras (prostitutas) con extranjeros y sus proxenetas.
Las madrugadas en el barrio son “moviditas”: hay carreras de autos en la calle, escándalos que salen de borrachos de los bares, broncas con la correspondiente aparición de la policía. Los gritos y las malas palabras despiertan a los vecinos.
La carroña y El Piri
La playita de la Puntilla, hasta finales de la década del 90, era solitaria y limpia. Poca gente solía ir a bañarse y a disfrutar de la tranquilidad del lugar. Después que se hizo el Centro Comercial, la playa se convirtió en un vertedero: todos los restos de la construcción del edificio fueron a parar a la costa. Ahora abundan pedazos de concreto, cabillas oxidadas y un sinnúmero de piedras. Eso sumado a todo lo que la gente tira: papeles, latas, zapatos rotos, pomos plásticos, trapos, frutas, hasta animales muertos. Además, es un lugar escogido por los practicantes de las religiones afrocubanas para lanzar ofrendas al mar, animales muertos y frutas que la corriente devuelve a la orilla y se pudren al sol. Por suerte, hay muchas aves carroñeras que se alimentan con estos restos.
Hace solo tres meses, en la playa se instaló un nuevo vecino debajo de una placa, con unas paredes que la sostienen. Una extraña construcción -para llamarlo de alguna manera. Los huecos o ventanas están tapados con cartones, pero por las hendijas se deja ver el basural que existe dentro. Grandes cantidades de latas de refresco y cerveza vacías llenan el exiguo local y una tendedera llena de ropa lo atraviesa de lado a lado.
Los parqueadores de la zona me cuentan que el tipo apareció un día y se quedó. Lo único que saben de él es que es alcohólico y le apodan “El Piri” y llegó de las provincias orientales. Dicen que tiene mal carácter y habla poco. Se la pasa recogiendo todas las latas que encuentra y luego las vende, para sobrevivir. Anda con unas enormes bolsas de basura, apestando a ron.
Lava su ropa en el mar, y come por ahí lo que encuentra, hasta donde le alcanza el bolsillo. Duerme en unas deplorables condiciones, arriba de unos viejos y sucios cartones, en un sitio lleno de ratas que parecen gatos.
“El Piri” aporta un elemento que faltaba al barrio, para completar la imagen de la nueva Cuba post-socialista: nuevos ricos, jineteras, obreros que subsisten y una legión de indigentes.