El déficit de esta «vitamina solar» se asocia a
patologías comohipertensión, diabetes, asma, esclerosis múltiple o cáncer.
Más allá de su acción sobre el esquelto, la vitamina D regula la actividad de las células del sistema inmune
El sol es esencial para que el organismo pueda producirla
POR PILAR QUIJADA
La vitamina D, desde su descubrimiento, ha mostrado matices peculiares. Inicialmente se asoció al raquitismo, pues su carencia impide la absorción de calcio y los huesos se debilitan y curvan, provocando malformaciones irreversibles. Por eso se la conoce también como calciferol. Pero curiosamente se observó que los niños con raquitismo tenían una mayor probabilidad de padecer neumonía o tuberculosis, lo que ya sugería que además de su influencia sobre el esqueleto, la vitamina D tenía también efectos extraóseos relacionados con el sistema inmunitario.
Hoy se sabe que esta vitamina contribuye a producir sustancias como la catelicidina, un antibiótico natural que nos protege de las infecciones, porque potencia la inmunidad innata. También puede ser una salvaguarda ante enfermedades autoinmunes, es capaz de regular la actividad del sistema inmunitario, que a veces se vuelve contra el organismo, en enfermedades como la diabetes o la esclerosis múltiple. Y es que tiene receptores en varias células del sistema inmune, como los linfocitos B y T y las células dendríticas (importantes en la lucha contra el cáncer). En concreto esta vitamina es capaz de estimular la acción de los linfocitos T reguladores y la Interleukina-10, un potente antiinflamatorio.