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General: Los 20 años del Maleconazo, el día que La Habana perdió el miedo
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Respuesta  Mensaje 1 de 6 en el tema 
De: guajiro cubano  (Mensaje original) Enviado: 05/08/2014 16:18
                  El Maleconazo: a 20 años de la crisis de los balseros              
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          POR NORA GÁMEZ TORRES
Adolescentes eufóricos exclamando “¡Libertad!” por primera vez, jóvenes indignados mirando a la cámara mientras gritan “¡Abajo Fidel, nos están matando!” y “Que lo filmen todo, la represión policial, para que vean lo que ocurre en Cuba”, son algunas de las pocas frases que se conservan grabadas de los disturbios del 5 de agosto de 1994.

Conocidos posteriormente como “El Maleconazo”, esta protesta popular se originó espontáneamente en un clima social y político complejo. Cuba estaba pasando por la peor crisis económica desde 1959, tras perder los subsidios de la antigua Unión Soviética. El calor, el hambre y el descontento explotaron aquel día cerca de La Punta, en el Malecón habanero, donde comenzaron a llegar personas con la esperanza de abandonar la isla.

Desde julio, una serie de desvíos de embarcaciones hacia los Estados Unidos había sentado un precedente y según varios testimonios, corrían rumores acerca de embarcaciones que recogerían a personas para abandonar el país.

“Mi camarógrafo y yo íbamos a ir a un acto en la colina Lenin en Regla, relacionado con las lanchas que cubrían la ruta entre el puerto y Regla, que se habían llevado en días anteriores, pero como a las 10 de la mañana llegamos a La Punta y comenzamos a encontrarnos con gente que nos decía que habían escuchado que una lanchita iba a buscarlos”, recuerda Rolando Nápoles, entonces periodista del canal capitalino CHTV.

Cientos de personas se fueron reuniendo en las cercanías y comenzaron a lanzar consignas, romper vidrieras y tirar tanques de basura al piso.

“Lo que más me llamó la atención fue el nivel de desesperación de la gente, hacían cualquier cosa por salir. También vi jóvenes destruyendo vidrieras por San Lázaro y Neptuno. Fue una protesta babélica, no era unificada o exclusivamente política”, comentó a este periódico el opositor cubano Manuel Cuesta Morúa, quién fue también testigo presencial de los hechos, pues vivía muy cerca de la zona.

Morúa explicó que en el movimiento opositor cubano, al que ya estaba vinculado en esa fecha, no existía “una conciencia arraigada del valor de la protesta callejera. Se apostaba a conjugar la presión externa con el diálogo como salida, para llevar al gobierno a una negociación” por lo que estos eventos constituyeron una sorpresa. “También para el gobierno y para las propias personas que estaban protestando, porque en el origen de estos hechos estaba el deseo de abandonar Cuba”, dijo.

En un gesto inédito, el entonces director del canal CHTV, Pedro Hernández, envió varios equipos de reporteros a grabar los sucesos, entre ellos a Rolando Nápoles y Oscar Suárez. “Nos mandaron a la calle, no sé si lo consultó o no, pero el director fue muy valiente. El canal tiene el mérito de haber sido el primero que trasmitió esas imágenes. Después oficiales de la Seguridad del Estado y el Ministerio del Interior nos pidieron todas las grabaciones y se quedaron con los originales”, apuntó Nápoles.

Otro equipo grabó desde uno de los pisos del hotel Deauville cómo llegaban por el Malecón, “camiones repletos de miembros de la ‘brigada constructora’ Blas Roca, que apaleaban a los manifestantes”, según detalló Suárez en un testimonio escrito enviado a este periódico.

Nápoles recuerda haber visto las brigadas antimotines por primera vez en su vida, “con cascos y escudos, escondidos en una esquina, pero no los vi actuar. Esa noche me quedé en el Vedado y me llamó la atención que la ciudad parecía sitiada. Un carro con una ametralladora atrás, como una antiaérea, se paseaba por la calle 23. Casi no había carros circulando. Había mucho temor”, destacó Nápoles, quien consideró que las protestas no fueron “coordinadas”.

“Había pasado lo de las lanchas, había mucha alteración, apagones de 10 o 12 horas, no había comida, la gente se quería ir”, subrayó.

Ambos periodistas comentaron a el Nuevo Herald que las imágenes que mostraban golpizas u oficiales de la seguridad del estado o la policía disparando nunca se televisaron.

Cuando la situación estuvo controlada, Fidel Castro arribó al Malecón. El periodista de CHTV, Oscar Suárez, le preguntó si habría otro Mariel, a lo que el gobernante respondió: “No nos oponemos a nada, a dejar que los que se quieran ir se vayan. O ellos ponen control (refiriéndose al gobierno estadounidense) o vamos a dejar de cuidar las costas de los Estados Unidos”.

Como resultado, más de 35,000 cubanos abandonaron la isla en menos de dos meses, a bordo de balsas y embarcaciones artesanales, lo que fue conocido luego como “ la crisis de los balseros”. La administración del presidente Bill Clinton respondió con un cambio significativo en la política migratoria con respecto a los cubanos. La nueva política de “pies secos, pies mojados” negaría la entrada al país a quienes fueran interceptados en el mar. La medida logró detener el éxodo masivo en aquel momento pero la llegada de balseros a Estados Unidos y territorios cercanos no se ha detenido.

Aunque estas manifestaciones marcaron el punto más bajo de la legitimidad del gobierno cubano en tres décadas, al año siguiente, en un discurso pronunciado el 5 de agosto durante una marcha estudiantil, Fidel Castro consideró que todos los años debía recordarse “la gran victoria del 5 de agosto de 1994 en que el pueblo aplastó la contrarrevolución sin disparar un tiro”.

Sin dudas, la exportación del descontento a través de un éxodo masivo, fue una “táctica inteligente” por parte del gobierno cubano, que dejó “ir suficiente oposición y además obtuvo información sobre quién disentía”, según reflexionó Holly Ackerman, directora de la colección latina y latinoamericana de la Universidad de Duke, y quien ha estudiado a fondo la experiencia de los balseros cubanos.

Pero muchos se preguntan por qué no han ocurrido sucesos similares en casi veinte años.

Para Morúa, no se ha repetido un evento de esta naturaleza porque “El Maleconazo marcó el momento en el que el gobierno cubano admitió que tenía que aflojar la presión de la caldera cubana”. Varios expertos consultados por el Nuevo Herald coinciden en que la emigración ha sido un elemento clave en la anulación de las protestas populares en Cuba.

La historiadora Lillian Guerra, quien dirige el programa de Estudios Cubanos en la Universidad de la Florida opina que “tanto el gobierno de Estados Unidos como él de Cuba han hecho todo lo posible por abrir la válvula de escape que siempre ha servido para estabilizar al sistema estatal cubano: la emigración. Ahora, con las visitas y residencias dobles, los más rebeldes, ambiciosos y preparados para cambiar y mejorar a su país se van”.

Guerra considera también un factor importante el modo en que la prensa estatal y las autoridades cubanas “se encargaron de encubrir, distorsionar y poner en duda el entendimiento público de los hechos así como de desvirtuar la seriedad de la protesta. La versión oficial se enfocaba en qué los mismos que habían gritado ‘¡Abajo Fidel!’, al momento de aparecer Fidel, cambiaron su lema por lo contrario. O sea, que todo fue un teatro al final, no merecedor de recuerdo y mucho menos de repetición”.

A la vez, Ted Henken, profesor de Baruch College y director saliente de la Asociación para el Estudio de la Economía Cubana, advierte que el perfeccionamiento de los mecanismos de vigilancia y represión así como las reformas económicas también han jugado un papel importante, opinión que comparte el antropólogo Jorge Duany, director del Instituto de Estudios Cubanos de la Universidad Internacional de la Florida.

Duany afirma que este fue un incidente “extraordinario y espontáneo de protesta popular, que difícilmente se repetirá en Cuba en las circunstancias actuales” pues “el gobierno cubano confronta tales situaciones con diversos mecanismos de control y vigilancia como las Brigadas de Respuesta Rápida y los Comités de Defensa de la Revolución”.

“Aunque la crisis persiste en la actualidad, el mejoramiento relativo de la economía cubana, en comparación con el profundo declive experimentado entre 1989 y 1994, parece haber reducido las tensiones sociales que desembocaron en aquel disturbio callejero”, concluyó Duany.
 
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Respuesta  Mensaje 2 de 6 en el tema 
De: guajiro cubano Enviado: 05/08/2014 16:20
Rebelión en la frontera
El Malecón es la frontera poética y política de La Habana con el norte.
La rebelión de aquel 5 de agosto fue un acto de justicia poética contra una larga injusticia política.
 
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                 ANDRÉS REYNALDO 
El Maleconazo ha sido, hasta ahora, la mayor protesta ciudadana contra la dictadura castrista. Sofocada con brutal prontitud, dejó en los disidentes y en las elites el aterrador espectro de un levantamiento popular, espontáneo y acéfalo. El siempre probable desenlace sin diálogo ni dialogantes.
 
Por unas pocas horas, en la tarde del sábado 5 de agosto de 1994, se quebró el equilibrio entre una oposición que rechaza la violencia, una ciudadanía aletargada y envilecida por medio siglo de terror en la miseria, y unos gobernantes que consideran (a mi juicio, acertadamente) la pérdida del poder como una segura condena de prisión o muerte.
 
Al igual que la descomunal crisis provocada por el asilo de 10.800 personas en la Embajada de Perú, en 1980, el Maleconazo se resolvió en éxodo hacia Estados Unidos. En ambos casos, los presidentes demócratas Jimmy Carter y Bill Clinton, interesados respectivamente en el mejoramiento de las relaciones con Fidel Castro, decidieron absorber otra ola de exiliados. Ante todo, la estabilidad.
 
No hay peor escenario que una intervención en la Isla ante una debacle humanitaria o una guerra civil, con sus repercusiones regionales y en La Florida. Esta renuencia a inmiscuirse de manera radical en los asuntos de una nación enemiga equivale, por más de medio siglo, a un firme tratado de no agresión.
 
Mucho se ha especulado sobre el detonante de la protesta. Esa mañana también llegó a Miami "la bola" de que algunos barcos se acercarían al Malecón para recoger a quien lograra subir a bordo. La dificultad de la operación solo la hacía creíble a la gente desesperada en la Isla. Aunque no puede probarse que el rumor procedió de las autoridades castristas, lo cierto es que en ese momento a los exiliados les faltaban los medios, así como a los norteamericanos todavía el interés, para instrumentar semejantes maniobras.
 
Tampoco eran invenciones de Miami las constantes noticias sobre el creciente descontento en la Isla por las carestías del "Periodo Especial", sumadas al habitual período letal que es el castrismo. Los exiliados que visitaban la Isla regresaban conmovidos por el hambre, la corrupción y el deterioro de la moralidad y la convivencia. Fidel gobernaba, como nunca antes, en el limbo de las consignas y el oprobio de la precariedad.
 
De la truculenta picaresca de la supervivencia se infería la desgracia. Fue la época del robo y matanza de las fieras de los zoológicos, de la venta clandestina de pizzas de condones y pan con bisté de frazadas de piso, de los cerdos sin cuerdas vocales criados en las bañeras de los apartamentos, de las jineteras con doctorados en universidades soviéticas y de espeluznantes crímenes comunes y sacrificios de santería. En los arrecifes del Malecón amanecían los fetos triturados por el oleaje y el índice de muertes en los hospitales convertía en calvario la esperanza de cura.
 
Apenas tres semanas antes del Maleconazo, el hundimiento del remolcador 13 de Marzo había conmovido al mundo. Cuatro naves oficiales provocaron el naufragio del remolcador con 72 fugitivos a bordo el 13 de julio. Murieron 41, entre ellos 10 niños; el menor de cinco meses y el mayor de 12 años. No sería hasta la misma noche del 5 de agosto cuando Fidel elogiaría a los ejecutores de la masacre en un encuentro orquestado con periodistas oficiales.
 
"¿Qué vamos a hacer con esos trabajadores que no querían que les robaran su barco, que hicieron un esfuerzo verdaderamente patriótico, pudiéramos decir, para que no les robaran el barco?", dijo.
 
La Habana hervía en los rumores de otro Mariel. Las lanchas de Regla y Casablanca habían sido secuestradas el 26 de julio y el 3 y el 4 de agosto. Tras recoger en alta mar a los secuestradores y más de 100 ocasionales pasajeros que decidieron pedir asilo, los guardacostas norteamericanos devolvieron las embarcaciones a los guardafronteras cubanos. En espera de un providencial secuestro, se formaban largas filas de ansiosos habaneros, a veces con abultadas maletas, para hacer el breve cruce de la bahía. Los chistes aludían a una nueva línea Habana-Casablanca-Miami.
 
Se ha calculado en más de 20.000 la cifra de habaneros tomaron el Malecón y comenzaron a saquear el Hotel Deauville y algunas tiendas para turistas. Al menos hubo otro significativo foco en La Habana Vieja, en torno al Museo de la Ciudad. El historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal, avisó que estaba dispuesto a morir con las armas en la mano frente a "la marginalidad y la canallada".
 
Miles de policías, porristas de los contingentes Blas Roca, miembros de los Comités de Defensa de la Revolución y agentes de la Seguridad del Estado y Tropas Especiales estuvieron a punto de ser rebasados por la inerme muchedumbre. En la unidad blindada de Managua los tanques pusieron sus motores en marcha. Tiempo después, con esa suerte de inocencia que da la impunidad absoluta, Raúl Castro dijo que por primera vez habían pensado en lanzar los tanques "contra el pueblo" (sic).
 
El Malecón es la frontera poética y política de La Habana con el norte. La rebelión de aquel 5 de agosto fue un corajudo acto de justicia poética contra una larga injusticia política. Puestos a sacar lecciones, hay una que viene a cuento en estos días de fraudulentas reconciliaciones, congresos del colaboracionismo y cambios del castrismo sin mercado al castrismo con mercado: cuando el pueblo sale a la calle el eco solo repite dos clamores: "¡Libertad!" y "¡Abajo Fidel!".

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Respuesta  Mensaje 3 de 6 en el tema 
De: guajiro cubano Enviado: 05/08/2014 16:23
El día en que los altos mandos salieron a matar cubanos
 
 
Fidel Castro convocó a la plana mayor de los servicios de inteligencia y del Ejército
y les entregó armas para que lo acompañaran a reprimir el motín.
         *CARLOS ALBERTO MONTANER | Miami 
Hace 20 años, unos cuantos centenares de habaneros desesperados protagonizaron un motín callejero conocido como El Maleconazo por la zona en que ocurrieron los hechos. Poco antes del Maleconazo, habían ocurrido varias notables fugas por mar, y Fidel, por alguna razón que desconozco, no estaba tan visible como acostumbraba. Mucha gente, pues, se lanzó a las calles a asaltar tiendas para extranjeros y ciertos hoteles que quedaban en el camino. Algunos corresponsales extranjeros lo filmaron y las imágenes le dieron la vuelta al mundo.
  
Era el peor momento del llamado periodo especial. Los rusos habían suspendido su ayuda. El inclemente verano castigaba al país con saña. Faltaban la comida, el transporte, la electricidad. Todo. De aquella época, recuerdo con especial repugnancia a un vecino español que iba a Cuba a intercambiar sexo por pastillas de jabón. En el periódico español El País apareció el reportaje de un periodista que negoció con una jinetera el precio más bajo que podía lograr por los servicios íntimos de aquella infeliz muchacha. Finalmente, ella estaba dispuesta a pasar por la cama del "cliente" por la oportunidad de darse una ducha caliente y dormir unas horas en una habitación con aire acondicionado. Una vez establecido el precio, el periodista le reveló la verdad, creo que le regaló 20 dólares y ella se marchó confundida.
 
Comencemos por aclarar que los motines callejeros son la forma más primitiva y nefasta de protesta social. Carecen de organización, jefatura y propósitos morales o ideológicos. Estallan espontáneamente y, con frecuencia, evolucionan hacia el pillaje y el vandalismo. Suelen suceder cuando se produce un vacío de poder. Los cubanos vivieron algo de esto en 1933 tras la huida del dictador Gerardo Machado y, con mucha menos intensidad, en enero de 1959, durante las primeras 24 horas tras la fuga de Fulgencio Batista.
 
A la policía, tanto a la convencional como a la política, el Maleconazo la tomó por sorpresa. El motín no estaba organizado por la disidencia conocida y la motivación principal no era derrocar al Gobierno, sino aprovisionarse de comida, bebida, papel higiénico, ropa, ventiladores, de cualquier cosa inaccesible a quienes carecían de dólares. Los amotinados, además, en general formaban parte de los estratos más bajos y menos educados de la sociedad, estaban desarmados y podían ser fácilmente controlados por un pelotón antimotines.
 
Fidel Castro, sin embargo, se sintió en peligro. Fidel es un gran paranoico y lo pone muy nervioso cualquier hecho sobre el que no tenga un control minucioso, pero es un buen estratega y vio una oportunidad de rentabilizar políticamente los hechos. El inesperado Maleconazo le proporcionaba una vía de lograr dos objetivo.
 
Lo que sigue me lo contó el general José Quevedo Pérez, exiliado en Estados Unidos en el 2003, cuando llegó a Miami con un permiso especial del Gobierno cubano y una visa humanitaria concedida por Washington porque uno de sus hijos se estaba muriendo en un hospital de esta ciudad. Quevedo, con quien desarrollé una cierta amistad, me relató mil historias interesantes de los entresijos del poder cubano. Murió en 2011.
 
Fidel, en suma, convocó a la plana mayor de los servicios de inteligencia y del Ejército —jefatura a la que pertenecía el general Quevedo, aunque no mandaba tropas—, y les entregó fusiles a sus miembros para que lo acompañaran a reprimir el motín, por si era necesario terminar a tiros con aquellos revoltosos.
 
Era evidente que ese trabajo sucio podía hacerlo la policía, pero durante décadas Fidel había insistido en que una de las pruebas de que los cubanos daban su consentimiento de buena gana al Gobierno revolucionario era que no se rebelaban.
 
Su plan aparente era presentar el aplastamiento de los amotinados como una batalla heroica de los líderes de la revolución contra la escoria que, otra vez, se colocaba al servicio del imperialismo.  Su plan real, en cambio, tenía, al menos, dos propósitos: primero, darle un contundente escarmiento al pueblo para que nadie más se atreviera a participar en actos de esa naturaleza; y, segundo, dentro de la mejor tradición mafiosa, comprometer en la represión a los jefes militares para que ningún oficial con rango tuviera la tentación de ablandarse y desobedecerlo.
 
Entonces se discutía si, llegado el momento, el ejército dispararía contra el pueblo. Era una buena oportunidad de demostrar que el ejército mataba a quien le fuera ordenado eliminar.
 
Preparado para esa hecatombe, Fidel se presentó ante los amotinados que, como era previsible, se llenaron de miedo y comenzaron a aplaudirlo. El supuesto vacío de poder había desaparecido. El síndrome de indefensión volvía a imponerse. No era posible oponerse al invencible Estado cubano. La policía arrestó a algunos de los más vehementes, disolvió al resto, y a todo el mundo le quedó claro —incluidos los miembros de la cúpula dirigente—, que si surgían otras protestas callejeras inexorablemente habría una masacre.
 
Cuando el general Quevedo terminó de hacerme la historia le hice la pregunta obligada:
 
—¿Tú les hubieras disparado a los amotinados aunque estuvieran desarmados?
 
Fue muy honrado en su respuesta:
 
—Por supuesto: yo y todos los que estábamos allí hubiéramos disparado. Le temíamos a Fidel y a los que se habían lanzado a las calles. Los militares estamos adiestrados para obedecer.
 
Llegado el momento, en efecto, el ejército mataría. Ya no había dudas. A Fidel le parecía útil que se supiera con absoluta claridad.
 
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Respuesta  Mensaje 4 de 6 en el tema 
De: guajiro cubano Enviado: 05/08/2014 16:27
           El Maleconazo, cuando La Habana perdió el miedo      
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                   El 5 de agosto de 1994 ha quedado como el día en que los habaneros por unas horas perdieron el miedo y salieron a las calles a protestar.           
Una fecha para no olvidar.
Por Iván García | Especial para Diario las Americas
La noche anterior al viernes 5 de agosto de 1994 la barriada habanera de La Víbora sufría uno de los tantos apagones a los cuales "el período especial en tiempos de paz" (eufemismo con que el Gobierno denominaba la profunda crisis económica) nos tenía acostumbrados. A las 7 de la mañana todavía no había venido la electricidad. Sin ventilador, estaba empapado de sudor. Me levanté y decidí bañarme, con un cubo de agua (tener ducha era un verdadero lujo).
 
Ya en mi casa habían comprado los cinco panes que nos tocaban por la libreta de racionamiento, agarré el mío y me lo comí, a capela (la mayonesa, la mantequilla y el queso crema también eran un lujo). En el refrigerador quedaba un poco de yogurt, le eché azúcar y me lo tomé. Salí con el único short bermuda que tenía, una vieja camiseta sin mangas y unas chancletas gastadas. Me senté en la esquina, a hablar con varios amigos, que estaban tomando fresco y dejando correr el tiempo. Era lo mejor que se podía hacer en el caluroso verano de 1994 si no se quería tener problemas con la Policía y la Seguridad del Estado.
  
Enseguida, el tema de conversación se centró en lo que entonces era una obsesión para los habaneros: ver cómo podían llegar a la Florida sin ser detectados por guardacostas cubanos o estadounidenses y, sobre todo, no ser merienda de tiburones.
 
En eso estábamos, cuando un amigo llegó corriendo y nervioso nos pregunta si no habíamos escuchado la última noticia, que parientes de Miami lo habían llamado y le habíán dicho que estaban preparando embarcaciones para recoger a todos los que quería irse, que ya había mucha gente congregándose a lo largo del Malecón.
 
Subí rápido a la casa, me cambié las chancletas por el único par de tenis, igual de gastados, pero más resistentes que teníá. En eso, mi madre me dijo que desde España había llamado Lissette Bustamente, una periodista amiga que trabajaba para el diario español ABC para saber si nos habíamos enterado de lo que estaba pasando por el Malecón (en aquella época, casi siempre nos enterábamos de lo que pasaba en Cuba por llamadas de periodistas y amigos en el exterior). Lissette quería saber si por la televisión estaban diciendo algo, le dijo que nuestro televisor -ruso, de la marca Krim- llevaba más un año roto, que yo iba a ir a casa de una vecina, a ver si estaban dando alguna información. No le comenté a mi madre sobre el rumo que ya estaba circulando por la calle y lo que hice fue quitarme la camiseta sin mangas y ponerme un pulóver, por si las cosas se complicaban.
 
Cuando bajé, un chofer de la ruta 15, cuyo paradero o terminal en aquel tiempo quedaba al doblar de la casa, había logrado sacar una guagua y nos invitaba a montarnos e irnos con él, para llegar más rápido al caos que en cuestión de horas se formó por las céntricas avenidas del Puerto y Malecón, en el Paseo del Prado y los barrios marginales de la capital, como Colón, San Leopoldo, Jesús María y Cayo Hueso.
 
Para ganar tiempo, el chofer desvió el trayecto de la 15, un ómnibus que hacía uno de los recorridos más largos de la ciudad, atravesando zonas populosas de los municipios 10 de Octubre, Cerro, Centro Habana y Habana Vieja. Durante el viaje, al vehículo fue subiendo gente ansiosa por llegar a las proximidades del Malecón, por si se producía una nueva estampida migratoria como la de 1980, cuando por el Puerto del Mariel se fueron más de 125.000 cubanos.
 
De aquel día, lo que más grabado se me quedó fue una multitud, mayoritariamente formada por negros y mulatos, gritando ¡Abajo Fidel! y ¡Abajo la dictadura!
 
Cerca de las 8 de la noche regresé a la casa. En el televisor de la vecina de enfrente, mi madre había visto cuando el gobernante cubano, rodeado de escoltas con armas largas, se bajaba de un auto frente al Capitolio. Ella no sabía de dónde yo venía y quiso compartir conmigo la escena trasmitida por la televisión cubana: "Iván, cuando vieron a Fidel, los que hasta ese momento estaban gritando contra él, enseguida empezaron a aplaudir y darle vivas. Eso es prueba de las dos caras y del temor de este pueblo, por eso esta dictadura va a durar 100 años o más", me dijo.
 

 

Respuesta  Mensaje 5 de 6 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 05/08/2014 17:14
                El Maleconazo visto desde las persianas              
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          POR IGNACIO VARONA | La Habana | 14ymedio
Amalia Gutiérrez vivía en la calle Gervasio, en pleno barrio de San Leopoldo, cuando escuchó aquella gritería al otro lado de sus persianas. Roberto Pascual era un paciente que aguardaba por una hemodiálisis a las afueras del Hospital Hermanos Ameijeiras. Y Vivian Bustamante vendía pizzas ilegales cerca de la Embajada de España. Los tres fueron testigos ocasionales, aquel 5 de agosto de 1994, de la mayor explosión social ocurrida en Cuba en los últimos 55 años. Ninguno sabía lo que sucedía, pero los tres sintieron miedo, curiosidad y angustia.
 
"Vi venir corriendo un montón de gente con poca ropa, bueno de la forma en que todos nos vestíamos en aquellos años", cuenta la vendedora furtiva. "Yo cogí miedo, me mandé a correr y me escondí en una escalera en la misma calle Malecón", refiere la mujer que aquel viernes dice haber visto "la cosa más impresionante" de su vida. En la entrada de un casa en altos encontró una concavidad, que alguna vez sirvió para un motor de agua, y allí se escondió. Por una ranura de la puerta pudo ver el "corre-corre" y la posterior represión. No salió de aquel hueco hasta que cayó la noche.
 
Todo había comenzado días atrás. Las lanchas que hacían el trayecto de La Habana a Regla y a Casablanca fueron secuestradas en tres ocasiones en menos de quince días, con el objetivo de servir para emigrar hacia Estados Unidos. Por toda la ciudad se corría el rumor de otro posible Mariel y de una apertura de las fronteras para todo aquel que quisiera marcharse.
 
La propia Vivian lo narra con sus palabras. "Estábamos viviendo momentos muy duros, yo tenía el truco de lavarme la boca para hacerme creer que había comido y poderme acostar a dormir con aquel estómago vacío, pero hubo un momento que hasta la pasta dental me faltó". Su historia es común entre quienes vivieron el Período Especial. Sin embargo, el estallido social la tomó desprevenida. "Nunca me imaginé que aquello era una protesta, primero pensé que la gente estaba corriendo para ver alguna bronca, pero después me di cuenta que pasaba algo más grave".
 

Roberto murió hace diez años, pero su anécdota de aquellos días ha quedado dando vueltas en la familia. Su hijo nunca había visto a su padre tan asustado como ese 5 agosto de hace ya veinte años. "Esperábamos que lo dializaran cuando las enfermeras empezaron a cerrar las puertas del Cuerpo de Guardia y llamaron a los pacientes para que nos guareciéramos adentro", explica sobre aquellos primeros minutos en que comenzaron a darse cuenta de que algo ocurría. "Se armó tremendo tropelaje y nadie sabía decirnos qué pasaba".
 
Varios doctores iban y venían cuchicheando. Una señora de la limpieza, que había hecho buenas migas con Roberto, lo llamó a un lado. "La gente se tiró para la calle", dijo la mujer con una sonrisa de lado a lado, "ahora sí se puso malo esto", completó. Después sabrían que algunos doctores y empleados del más grande hospital de Cuba habían subido hasta los pisos más altos para mirar desde las ventanas la batalla campal que se desarrollaba allá abajo. Ese día Roberto se quedó hasta tarde allí, hasta que le realizaron su procedimiento.
 
Amalia lo vivió con mayor intensidad. Las ventanas de su casa daban directamente a la calle Gervasio cerca de San Lázaro. Su puerta estaba abierta cuando empezó a ver a la gente correr y gritar. "Los más recalcitrantes del CDR se escondieron, mucha gente cerró las puertas para no meterse en problemas", recuerda al hablar sobre aquel día en que todo estuvo a punto de cambiar. "Eran especialmente personas muy pobres, se les veía en la manera de vestir, gritaban y algunas blandían palos o piedras". Cree haber identificado a varios vecinos de su zona también entre la multitud.
 
La represión corrió a manos de paramilitares escondidos bajo las vestimentas de trabajadores de la construcción
 
  
La represión de aquella protesta popular corrió a manos de la policía y también de paramilitares escondidos bajo las vestimentas de trabajadores de la construcción. El contingente Blas Roca jugó un papel protagónico en sofocar la rebelión. Los constructores lo hicieron a sangre y ladrillo, como les habían enseñado. "Fue criminal lo que hicieron, dieron golpes con cabillas y trancas de metal, frente a la puerta de mi casa cayó un joven con la cabeza tinta en sangre, nunca supe ni cómo se llamaba". Amalia fue de las que tampoco se atrevió a salir.
 
Uno de los motivos del fracaso del Maleconazo fue precisamente la ausencia de muchos actores sociales en la explosión popular. Los motivos de Amalia, Roberto y Vivian pueden resumirse en miedo a salir lastimados físicamente, falta de información sobre lo que ocurría y temor a perder las pocas pertenencias que el Período Especial aún no les había arrebatado.
 
Coda y lecciones
 
El Maleconazo fue demasiado breve para conocerse a tiempo. Ocurrió en una Habana sin teléfonos móviles, con un transporte totalmente colapsado y donde los propios vehículos privados tenían serias dificultades para encontrar combustible que les permitiera echar a andar. Barrios con altos índices de pobreza e inconformidad, como San Miguel del Padrón, Cerro, Guanabacoa, Arroyo Naranjo y las zonas de Centro Habana más próximas a la calle Zanja, sólo se enteraron de lo ocurrido horas después de que la sublevación estuviera apagada.
 
La falta de refuerzos agotó a los que prendieron la chispa y los dejó cercados por una tenaza represiva que se cerró sobre ellos, sin que nuevas fuerzas llegaran en su auxilio. El hecho de que la revuelta se desarrollara en un lugar tan expuesto como la avenida del Malecón demuestra su espontaneidad. Los manifestantes estaban acorralados contra el muro del malecón. No había salida. El lugar que debió haber sido su escapada y su horizonte se transformó en la peor ratonera.
 
De haber derivado aquella turba incontrolada por calles como el Paseo del Prado, la avenida Galiano o Belascoaín se hubiera visto alimentada por barriadas con un alto sentimiento antigubernamental.
 
El motor impulsor de la revuelta no fue el cambio político sino la emigración, y eso fragilizó al Maleconazo. Cuando muchos de los que participaban en la protesta comprendieron que no habría lancha para marcharse, entonces se alejaron de la multitud y en el peor de los casos se dedicaron a saquear tiendas y hoteles. No los unía un objetivo democrático, sino los instintos más primarios del ser humano: el miedo, el hambre, la huida como protección.
 
La ausencia de un liderazgo articulado también conspiró contra la revuelta. A falta de un guía que gritará "¡Vamos por aquí!" o "¡Vamos por allá!", el alud de gente se dispersó y fue blanco fácil de las tropas represivas. Tampoco a "cuello pelado" era posible hacer mucho en medio de una multitud que se desplazaba por kilómetros de malecón y no recibía orientaciones.
 
El Maleconazo estaba condenado a ser aplastado. Sin embargo, fue un llamado de atención, una sacudida, que obligó al Gobierno a abrir las fronteras al éxodo masivo de unas 30.000 personas y a tomar una serie de medidas flexibilizadoras de la economía que dieron un respiro a la población. Las pequeñas burbujas de autonomía y de desenvolvimiento material que llegaron después, se las debemos a esos hombres y mujeres que enfrentaron los golpes y las injurias.
 
El Maleconazo demostró también la apatía de una población aletargada, que observó más que participó en esos acontecimientos. En lugar de unirse a la revuelta, Amalia, Roberto y Vivian se escondieron detrás de las persianas y esperaron "a que pasara, lo que tenía que pasar".



Fuente 14ymedio

Respuesta  Mensaje 6 de 6 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 06/08/2014 15:10
Paramilitares del Blas Roca, 20 años después del Maleconazo
“…les caímos a golpes. Hubo uno que salió muy mal y hasta pensé que lo habíamos matado (ríe).
No sé qué pasó después con él, pero aún me acuerdo de ese tipo, el pobre…”
 
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Fidelito y Jonni paramilitares del Blas Roca, 20 años después del Maleconazo.
     Ernesto Pérez Chang  | La Habana, Cuba 
La madrugada del 13 de julio de 1994 fue una jornada sangrienta. Los sucesos del remolcador “13 de Marzo” -fueron masacradas decenas de cubanos solo por intentar escapar de un país convertido en cárcel-, aún están en la memoria, a pesar del silencio mediático que el gobierno ha impuesto alrededor del asunto.
 
La muerte de mujeres, niños y jóvenes a solo unas pocas millas de las costas cubanas en medio de un arrebato de desesperación por parte de las autoridades cubanas, resultó entre los detonantes de los actos de protesta que alcanzaron su clímax el 5 de agosto, en los sucesos conocidos como El Maleconazo.
 
Son numerosos los factores que impidieron que ese verano se convirtiera en una primavera de cambios políticos para Cuba; sin embargo, el empleo de los típicos mecanismos de represión basados en la extorsión y el chantaje a las clases más necesitadas, jugaron un papel definitorio.
 
Fue a finales de los años 80 que en Cuba comenzaron a tomar medidas para evitar desenlaces como los del socialismo en Europa del Este. La creación de contingentes obreros (de obras estructurales) fue la justificación para disponer de una especie de grupo represivo alternativo que enmascarara el uso de la fuerza, durante las olas de protestas que se avecinaban como por “contagio”.
 
Los testimonios de dos ex trabajadores del contingente Blas Roca que participaron en los sucesos del 5 de agosto y en otros actos represivos, confirman el carácter castrense de esa empresa constructora estatal.
 
Fidelito (a quien le llaman así por su paródica imagen) y El Jonni, dicen haber trabajado durante más de diez años en el Blas Roca. Aseguran haber pertenecido a la brigada que tenía su campamento en Guanabacoa. El primero, que antes había cumplido misión militar en Angola, se desempeñaba como soldador; el otro, como ayudante de cocina. Actualmente no tienen empleo y deambulan por ahí pidiendo dinero a los turistas.
 
Fidelito: Ese día estábamos terminando los techos de unos almacenes en la Habana del Este y llega Arnaldo [el jefe de brigada] y nos dice que dejemos todo y nos montemos en el camión.  Nos grita que cogiéramos palos y hierros y que subamos pero no nos dice a dónde nos llevan.... Ya sabía de qué se trataba porque cuando entré al contingente en marzo me habían hablado de ese tipo de cosas que debíamos hacer. Nos hablaban de eso en los matutinos y hasta teníamos que poner en las planillas que estábamos dispuestos, como cuando me mandaron a Angola y yo era solo un muchacho. Yo tenía una niña con la que era mi mujer en Las Tunas y dos hijos más con otra.    Si decía que no, perdía el trabajo y no podía darme ese lujo. Los salarios eran bajos, pero la cosa estaba mejor que en otros lugares, así que tenía que hacer lo que me dijeran.    Cogí el cabo de una pala y me subí al camión.... Nos soltaron en San Lázaro y nos dijeron que hiciéramos un cordón y que si alguien subía por allí, le cayéramos a palazos sin más ni más. Veía un montón de gente a dos cuadras de allí en dirección al Malecón y me puse nervioso.    Al rato, vino un tipo con un boquitoqui (walkie-talkie) a hablar con Arnaldo y entonces nos ordenaron que subiéramos hasta el hotel Duvil (Deauville). Había un grupo que gritaba “¡Libertad!” y “¡Abajo Fidel”!; entonces Arnaldo nos gritó que le entráramos a palazos. Cuando el grupo nos vio correr, se dispersaron y los perseguimos unas cuadras. Más o menos llegando al (teatro) América, alcancé a uno, le di un palazo por las piernas y lo tiré al piso. Después llegó Arnaldo, y otros dos comenzaron a golpearlo hasta que llegó un policía para llevárselo. En la otra acera había un tipo mirando, con una cámara en la mano. No parecía cubano. El policía le gritó que se fuera porque si no la iba a pasar mal. Arnaldo también lo amenazó y entonces el tipo se echó a correr (se ríe a carcajadas).
 
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Miembros del Contingente de obreros de la construcción y fuerzas paramilitares “Blas Roca Calderío”
El Jonni: Puse en la planilla que estaba dispuesto a sacrificarme por la revolución ( ríe), pero pensé que era lo mismo que uno ponía en esos papeles que piden siempre en el CDR y esas cosas. La misma mierda de siempre.    Después me di cuenta de que estaba metido en un lío, pero no quería regresar a (la provincia) Granma. Ni loco. Allí no había nada. Si La Habana estaba mala, aquello estaba peor.  Si no iba, me mandaban para mi provincia. Ya yo había tenido problemas con el jefe y me tenían marcado, porque estuve preso en los 80.
-Sabía que la cosa estaba mala porque, otras veces, los que trabajábamos en la cocina no íbamos. Ni cuando los Panamericanos, que fueron días en que nadie descansaba porque terminando en la obra, llevaban a algunos a recorrer las calles y los estadios por si se armaba algo.  A los de la cocina nos dejaban tranquilos a veces, pero ese día me dijeron que lo dejara todo y me subiera al camión. Protesté porque tenía cosas sin hacer y estaba cansado, pero aun así me dijeron que era una orden de Palmero (Cándido Palmero, comisario político) y que cogiera cualquier cosa.   Me llevé el palo de desgranar el arroz.  Nos soltaron en Galiano, cerca de Zanja, y nos dividieron en dos grupos. Luis, el del Partido, y otro tipo que no conocíamos, nos pusieron a gritar consignas y a dar palazos contra la calle.    Cuando llegamos, la cosa se había calmado y no tuvimos que hacer nada, pero recuerdo que unos meses después nos soltaron en Lawton, donde decían que había un grupito que saldría a protestar. Pensábamos que iba a ser como la otra vez, pero al final solo fueron como veinte tipos gritando “¡Libertad!” y llevando unos carteles. Aun así, les caímos a golpes. Hubo uno que salió muy mal y hasta pensé que lo habíamos matado . No sé qué pasó después con él, pero aún me acuerdo de ese tipo, el pobre (vuelve a reír). No nos había hecho nada ni se metió con nosotros. ¡Mira que comíamos mierda!
 
En 1990, en el acto por el tercer aniversario de la creación del contingente “Blas Roca”, el mismo Fidel Castro definiría esa supuesta “fuerza constructiva” como una “división blindada”, como “un ejército,  un batallón para acá, otro para allá, un pelotón de tanques por aquí, o la división completa avanzando en una dirección”. En ese mismo discurso decía:
 
“Es correcto decir, como se hizo hace tres años, que el contingente Blas Roca sería como una división blindada a la ofensiva, que actúa con la disciplina de un ejército y la eficiencia de un buen ejército; así lo vemos en estos días”.
 
Cubanet


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