Después de más de medio siglo, el poder de la elite en Cuba no es considerado legítimo.
Sin embargo, todavía es ampliamente percibido como inevitable.
POR JUAN ANTONIO BLANCO | Miami |
Hiriente pero legítima, es una pregunta que a menudo formulan a los cubanos muchas personas desconcertadas por la ausencia en la Isla de rebeliones masivas similares a las que están acostumbradas en sus países. No creo adecuado el modo en que presentan la pregunta que va en el título. Pero el fomento deliberado de la sumisión ciudadana es un tema que pudiera ser útil si se explorara con mayor rigor.
Si los que detentan el poder prefieren ejercerlo sin recurrir a la violencia tienen dos caminos: o bien persuaden a los demás de que su poder es legítimo y los sacrificios que sus políticas demandan resultan necesarios al bien común, o bien los convencen de que el statu quo al que están sometidos es inevitable.
Para esto último, sin duda son elementos esenciales la presencia de un aparato represivo y la creencia generalizada de que, llegado el momento, sería empleado sin misericordia. Pero aún más lo es la capacidad de desacreditar las alternativas y a sus promotores en la percepción ciudadana. Desde el poder se procura generalizar la percepción de una realidad sin opciones alternativas, por lo que la indignación ciudadana debe ser sustituida por la resignación.
Dicho de otro modo: cuando los que detentan el poder no pueden convencer a los ciudadanos de su bondad y de la sabiduría de sus decisiones, deben persuadirlos de que toda resistencia es inútil y solo los conduciría a una situación peor.
Si el poder no puede presentarse como legítimo al menos debe ser percibido como inevitable. Antes que hacer uso de fusiles y porrazos, el control de la conducta ciudadana se da en el terreno de las percepciones.
El poder de la elite en Cuba, a más de medio siglo de su ascenso, ya no es considerado legítimo por su origen, instituciones, resultados, ni tampoco por sus nuevas promesas. Sin embargo, es todavía ampliamente percibido como inevitable. ¿Por qué?
Es sabido que la gente se rebela al coincidir tres circunstancias: si consideran injusta su situación, creen (acertadamente o no) que hay una salida viable a ella —por percibirla factible y de un costo asimilable— y, por último, surge una chispa que los motive a abandonar su actitud pasiva y pasar a la acción. Cuando solo se dan la primera y última circunstancia la rebelión no pasa de motín temporal.
Los indignados cubanos que protestaron en el Malecón en agosto de 1994 se consideraban injustamente tratados; una chispa imprevista los había impelido a la protesta callejera. Pero la solución inmediata y de menor costo la veían lanzándose al mar. Otros pueden tratar de encontrarla hoy, no en la resistencia y rebelión, sino aprovechando la flexibilización para migrar o aventurándose al trabajo por cuenta propia.
Exilio o insilio hacia el sector cuentapropista, son respuestas adaptativas al statu quo basadas en el falso supuesto de que la elite del poder es un mal inevitable o, cuando menos, uno del cual el país demorará en salir ("Esto nadie lo puede arreglar pero tampoco nadie lo puede tumbar". "Tengo que ver el modo de 'resolver' y 'escapar' adaptándome a esta situación".) Nadie puede reprochar esa conducta en ausencia de otras alternativas convincentes.
Por la misma razón tampoco es cuestionable la postura de quienes —para seguir ayudando a sus familiares— pagan, sin realizar protesta pública alguna, costos extremos por llamadas telefónicas, envío de paquetes, pasajes, y otros trámites. Ellos de algún modo comparten el mito de la inevitabilidad del statu quo y el síndrome de indefensión ante sus desmanes.
¿Cómo hacer hoy que el coraje que despliegan los activistas del cambio resulte más eficaz? Esas fuerzas y el exilio —en consulta con actores internacionales capaces de movilizar recursos para el desarrollo futuro del país— podrían elaborar una propuesta que explique cómo un régimen democrático responderá a las necesidades y demandas perentorias de la población y de dónde saldrán esos recursos. Oponerse al mito de la inevitabilidad del régimen supone denunciar y protestar, pero también levantar propuestas de cambio consensuadas y creíbles. Propuestas que conlleven amplias movilizaciones y presiones —en Cuba y la diáspora— contra el actual estado de cosas.
Otra Cuba mejor es posible… pero primero la gente tiene que creerlo para que suceda.