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General: Cuba el Eterno país de Balseros
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 12/08/2014 14:10
Misiles humanos
¿Cuántos cubanos  no lo lograron llegar ?
 ¿Conoceremos acaso cuántos han muerto durante medio siglo en el estrecho que separa nuestro país de Estados Unidos?
  
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Balseros, 1994   ¿Sabremos algún día una cifra de los que perecieron en esa tragedia?
 
               Por Ernesto Santana Zaldívar  | La Habana, Cuba |Cubanet
 En días como éstos, hace veinte años, estaba ocurriendo en nuestro país una salida masiva por mar -en todo tipo de embarcaciones, principalmente rústicas- que sería conocida como la Crisis de los Balseros.
Un amigo que estaba desesperado por irse, pero no tanto como para montarse en una balsa, llamó aquello el último, el más intenso y el más desesperado de todos los ataques con “misiles humanos” ordenados por Fidel Castro contra Estados Unidos.
  
En aquel espantoso verano de 1994, acorralados por el hambre y la miseria, pero sobre todo por la desesperanza, la gente quería solo escapar, guiada por el más elemental instinto de supervivencia, aun a riesgo de perecer. Ante el peligro de una explosión social, prefigurada en el Maleconazo del 5 de agosto, el dictador dueño de la vida de todos, sin que le temblara la voz, ordenó que se abrieran las rejas de la frontera.
 
Franqueó las puertas del mar a la multitud de desesperados que salió a bordo de cualquier cosa que flotara en busca de la libertad, o de la muerte. Se calcula que pudieron marchar unos 35 mil, aunque a veces se afirma que hasta 47 mil personas. Teniendo en cuenta el precario estado de muchas embarcaciones, fragilísimas balsas improvisadas, el número de los que perecieron en el intento debe haber sido enorme.
 
“La Crisis de Octubre fue por los misiles rusos con que Fidel quiso amenazar a los Estados Unidos”, decía mi amigo: “La Crisis de los Balseros del 94 fue por las decenas de miles de torpedos humanos lanzados hacia allá”.
 
No deliraba en su descripción, creo yo, y varios años después, continuaba anonadado por la magnitud del desastre. “Uno trata de contar aquello racionalmente”, decía, “y parece un relato absurdo o fantástico”.
 
Como los hechos del 5 de agosto indicaban a las claras que el gobierno había fracasado por completo y que no tenía ninguna solución a mano, lo más lógico en un país normal hubiera sido que el mandatario convocara a elecciones y que dimitiera, pero esas no eran ni remotamente opciones para Fidel Castro.
 
Para él solo había dos caminos: aplastar a los revoltosos y a los descontentos con su descomunal fuerza represiva, o apelar a la única válvula de escape para reducir la presión social: el éxodo masivo, justificándose con continuas mentiras, pues, si bien el país se encontraba en el peor año de toda su historia -cosa que a él le tenía sin cuidado-, aquel era sin duda alguna el peor año de toda su vida: se le deshacía la máscara y se evidenciaban su terror y su crueldad.
 
Una tragedia ante los ojos del mundo
 
Mientras decenas de miles de cubanos se lanzaban al mar -entre ellos, mujeres embarazadas, ancianos y mujeres con niños pequeños-, cientos de ciudadanos eran apresados por aparecer, como participantes del Maleconazo, en las filmaciones de la prensa extranjera y de la Seguridad del Estado.
 
Estados Unidos fue declarado culpable principal de los acontecimientos. Por supuesto, que su gobierno no permitiera un segundo Mariel, frustró al comandante, que se sintió “en el deber de darles instrucciones a los guardafronteras de no obstaculizar ninguna embarcación que quiera salir de Cuba”, según declaró el dictador en la televisión.
 
Vinieron semanas de un flujo interminable de gente cargando balsas a lo largo de las calles. Y se hizo obvio el desinterés gubernamental por todo el sufrimiento que implicaba aquella situación: nunca se publicó una lista con el nombre de las personas rescatadas vivas, además de que ni siquiera se informaba de los cuerpos sin vida que eran recuperados.
 
Solo en las puertas de las iglesias se mostraban listas proporcionadas por los guardacostas norteamericanos y, el 24 de agosto, un Llamamiento de los Obispos cubanos dio a conocer la consternación de la Iglesia por los naufragios, calificando de desesperada e irreflexiva la decisión de las personas al lanzarse al mar.
 
Todos los días se oían historias de balsas solitarias, de restos humanos hallados en cualquier lugar. Sobre las rocas de la orilla del Malecón recalaban jirones de ropa, miembros humanos, despojos que quedaron de una huida fracasada.
Sobre aquellos días de horror, y sobre los balseros cubanos en general, se han realizado incontables películas. Desde 90 millas a Balseros, e incluso una coproducción hispano-mexicana, Dios o demonio, en la que el mismo Fidel Castro termina arribando en balsa a La Florida.
 
Mientras ocurría la tragedia, se celebraba la V Bienal de La Habana, y la instalación La regata, de Alexis Leyva Machado (Kcho), que oportunamente trataba el actualísimo tema de los balseros, se convirtió en una obra emblemática de la crisis cubana, que le daría enorme fama a su autor, quien, de barquito en barquito, terminaría encallando en la Asamblea Nacional del Poder Popular.
 
Es casi imposible encontrar a alguien en Cuba que no tenga al menos a un familiar o a un amigo que se haya lanzado al mar en aquellas negras semanas y haya ido a dar a los campamentos improvisados por el ejército norteamericano en la Base Naval de Guantánamo.
 
El cementerio de la revolución cubana
 
Pero, ¿cuántos no lo lograron? ¿Sabremos algún día el número de los que perecieron en esa tragedia? ¿Conoceremos acaso cuántos cubanos han muerto durante medio siglo en el estrecho que separa nuestro país de Estados Unidos?
Bajo ese breve tramo de la Corriente del Golfo se encuentra uno de los más grandes cementerios para las víctimas del odio y la soberbia tiránicos. Muertos en embarcaciones civiles atacadas por naves y aviones de combate, en balsas armadas por la desesperación, en naufragios de pesadilla, arrasados por tormentas o calcinados por el sol.
 
Una muchedumbre de cadáveres cuya cuantía desafía con el vértigo y con la ausencia de registros a quien pretenda tener una idea exacta del número. Muchos de ellos no perecieron ahogados ni devorados por tiburones, sino asesinados fríamente por guardafronteras que cumplieron órdenes claras y directas de quien único puede dar órdenes de ese tipo, porque el profundo odio de Fidel Castro por sus compatriotas nunca es mayor que cuando ellos dejan de obedecerlo y aplaudirlo y quieren escapar del cautiverio.
 
Por ese delito de “intento de salida ilegal del país” se condenaba a penas de cárcel, e incluso fueron metidos en prisión los que, sin participar en el hecho, sabían de él y no lo denunciaban. ¿Quién no conoce algún caso de alguien que intentaba huir, era capturado y condenado y, al salir de la cárcel, volvía a intentarlo una y otra vez, con empecinamiento increíble, hasta que por fin lograba liberarse totalmente, aunque fuese con la muerte?
 
Por suerte, han sobrevivido muchos para dar testimonio. Y, como crimen a los ojos del mundo, queda esa macabra exhortación al suicidio en masa de aquel agosto de 1994, prueba de un desprecio sanguinario, porque ningún gobierno posee el derecho de mandar a la muerte a los ciudadanos a quienes tiene la obligación de proteger, mucho menos si esa demencial compulsión de fuga fue causada precisamente por sus políticas autocráticas y fallidas.
 
Es posible que a estas alturas muchas cosas hayan cambiado de alguna manera en Cuba durante estos veinte años. Más aún, es evidente que muchísimas cosas se han vuelto irreconocibles o han desaparecido durante este medio siglo de dictadura, y de que el país mismo y sus habitantes son esencialmente diferentes. Sin embargo, lo único que se mantiene idéntico, latiendo con mayor o menor fuerza, pero siempre presente, es el anhelo de los cubanos por escapar.
 
Los que no pueden hacerlo legalmente -como por fin pudo hacer mi amigo-, o comprando papeles para largarse a donde sea, se lanzan al mar, en manos del azar, de Dios o lo que sea, por hambre, por miedo, por hastío, por vivir, porque sí. Y todos sabemos que así seguirá siendo mientras Cuba no sea un país libre, un país normal.
 
balseros-1994-3.jpg (600×400)
Balseros, 1994_archivo
Cubanet
 


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