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General: Veinte años después, siguen habiendo balseros cubanos
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Respuesta  Mensaje 1 de 4 en el tema 
De: administrador2  (Mensaje original) Enviado: 17/08/2014 14:31
                 Veinte años después, siguen habiendo balseros cubanos                   
balsero94.jpg (604×503)
                                                                                                      Foto historica los balseros del 94                                                                                                                         
 
En lo que va del año, casi tres mil isleños se aventuraron
 en el mar para llegar a EE.UU., no todos llegaron a su destino
              Miami (AP)
Una mañana de abril, Dairon Morera, se montó en una balsa hecha con tanques de aluminio junto a otras 22 personas, puso en marcha un motor de automóviles Volvo y se internó en el mar, sumándose a una cantidad de cubanos que tratan desesperadamente de irse de la isla y llegar a Estados Unidos.
  
"El principal sueño de todo cubano es irse", declaró Morera, quien se sentía molesto con las restricciones que ponía el gobierno cubano a su pizzería. No tenía dinero para un pasaje aéreo, de modo que decidió arriesgar su vida en el mar.
 
El viaje fue tan agitado que mucha gente vomitó. Pero llegaron todos a salvo en apenas 20 horas. Pisaron tierra en los Cayos de la Florida, abrazándose y gritando "¡Libertad!".
 
Muchos no tienen tanta suerte. La cantidad de cubanos que intentan el peligroso cruce ha subido este año. Casi 3.000 fueron interceptados por las autoridades estadounidenses o llegaron a suelo estadounidense en lo que va del año, el doble que el año pasado.
 
El viaje toma entre dos y tres días si todo sale bien. Pero abundan las tormentas, las corrientes, los tiburones y las medusas. Sin instrumentos de navegación o motores poderosos, la gente puede quedar varada en el mar, agotar el agua o morir bajo el sol.
 
"Si no los encontramos y no llegan a tierra, sus posibilidades de sobrevivir disminuyen con cada día que pasa", comentó el capitán Mark Fedor, de la Guardia Costera de Miami.
 
Han pasado 20 años desde que Fidel Castro decidió aliviar las presiones sobre su gobierno comunista en medio de una crisis económica diciéndole a la gente que podía irse cuando quisiese. Ese comentario en agosto de 1994 dio paso a un éxodo de 35.000 isleños. Miles fueron recogidos por la Guardia Costera de Estados Unidos y se pasaron meses en una base de la Armada estadounidense en Cuba, rodeados de alambres de púas.
 
Hasta que el presidente Bill Clinton llegó a un acuerdo con Castro: los detenidos de Guantánamo podrían venir a Estados Unidos y al menos otros 20.000 cubanos podrían recibir visas para viajar también a este país. Pero las autoridades cubanas reanudarían el patrullaje de sus costas para evitar que la gente arriesgase su vida en balsas precarias y Estados Unidos impondría una política de "pies mojados, pies secos", por la que todo cubano interceptado en altamar sería devuelta a Cuba, mientras que todo cubano que pusiese un pie en Estados Unidos podría quedarse.
 
Fue un acuerdo político que buscó resolver una crisis humanitaria. Pero no impidió que numerosos cubanos siguiesen arriesgando sus vidas y tratando de cruzar el estrecho de 145 kilómetros (90 millas).
 
Otros 26.000 cubanos lo intentaron desde 1995. No se conoce la cantidad de personas que fallecieron en la intentona. Los entendidos creen que de cada cuatro balseros, al menos uno fallece, y hay quienes piensan incluso que solo uno sobrevive a la travesía.
 
Esto querría decir que al menos 16.000 personas murieron en las aguas entre la Florida y Cuba desde la revolución de 1959, según Holly Ackerman, bibliotecaria de la Universidad de Duke que ha estudiado a fondo el tema de los balseros de Mariel.
 
Es posible elaborar una lista precisa, que contenga incluso los nombres de los muertos, ya que Estados Unidos sabe quién llegó y Cuba sabe quién se fue. Pero en las conversaciones sobre temas migratorios que los dos países mantienen dos veces al año nunca se planteó la posibilidad de hacer una cuenta precisa.
 
"Es una vergüenza que los dos países no lo hayan hecho", sostuvo Ackerman.
 
LOS BALSEROS EN AL ACTUALIDAD
Los cubanos que han llegado en tiempos recientes generalmente lo han hecho en balsas improvisadas y no tienen familiares cercanos en Estados Unidos, según Oscar Rivera, director de la oficina de Miami del Servicio Mundial de Iglesias, que ayuda a los inmigrantes cubanos recién llegados.
 
"Huelen a pescado y gasolina", comentó Juan López, director adjunto del programa de reubicación de cubanos y haitianos de la Conferencia Nacional de Obispos Católicos en Miami. "De solo verlos puedes decir lo duro que fue llegar aquí".
 
Hay cubanos que pisaron tierra bien al norte, en las Carolinas, pero la mayoría llegan a los cayos, donde es común encontrar balsas abandonadas con chalecos, pantalones, zapatos, botellas de agua y mochilas, indicó Janette Costoya, de la Comisión de Conservación de Peces y Vida Silvestre de la Florida.
 
La mayoría de las veces, no saben lo qué pasó con la gente que usó esa balsa.
 
Ultimamente se han visto muchas balsas hechas con espuma de spray, envuelta en lonas y asegurada con varas metálicas. Más o menos la mitad tienen motores, muchos sacados de automóviles o máquinas de cortar el césped.
 
"Es imposible que se hundan", afirmó Costoya.
 
SI NO TIENES FAMILIARES EN EE.UU.
Se suponía que una lotería de visas ofrecería una alternativa a los cubanos que no satisfacen los requisitos para ser considerados refugiados o inmigrantes. Pero Estados Unidos no recibe solicitudes desde 1998 y entrega la mayor parte de las visas a personas con parientes en suelo estadounidense para reunificar familias.
 
"Quienes no tienen parientes cercanos se ven obligados a emigrar sin papeles o a buscar otras rutas", afirmó Jorge Duany, director del Instituto de Investigación Cubana de la Universidad Internacional de la Florida.
 
Muchos balseros logran eludir las patrullas de la Guardia Costera, aunque algunos son pillados con los "pies mojados" --las autoridades no dicen cuántos-- y son llevados a suelo estadounidense para recibir tratamiento médico o pedir asilo político.
 
El status especial que tienen los inmigrantes cubanos como parte de los esfuerzos de Estados Unidos para debilitar el gobierno comunista de la isla es un gran incentivo para intentar el viaje. Estados Unidos deporta a la mayoría de las personas de otros países que le huyen a la violencia o la pobreza, pero le abre las puertas a los cubanos.
 
En el 2012, 32.551 cubanos consiguieron la residencia legal en Estados Unidos y solo 90 isleños que pisaron suelo estadounidense fueron devueltos a Cuba. Ese mismo año, 146.406 mexicanos obtuvieron la residencia, mientras que 448.697 fueron detenidos y 131.818 fueron deportados.
 
Los defensores de los derechos de los inmigrantes dicen que eso es injusto. El senador republicano de la Florida Marco Rubio, que postula mano firme con los extranjeros que vienen a Estados Unidos sin autorización legal, dijo el año pasado que algunos cubanos abusan de su status de refugiados y visitan periódicamente a sus familiares en la isla.
 
Pero Rubio no plantea que se cambien los beneficios que reciben los cubanos, que rara vez son mencionados en el debate en torno a temas migratorios en el Congreso.
 


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Respuesta  Mensaje 2 de 4 en el tema 
De: administrador2 Enviado: 17/08/2014 14:42
                                       1994 fue un año extraordinario                                                           
 fotoparalahistoria.jpg (600×400)
  
                 Por Fabiola Santiago El Nuevo Herald
Cuando la diminuta avioneta con destino a Guantánamo despegó en el aeropuerto de Fort Lauderdale, la manilla de la puerta me cayó en las piernas.
 
Los pocos periodistas a bordo se rieron nerviosamente, viendo la cubierta del techo rajada y los asientos dañados del vuelo de la Aerolínea Fandango, contratada por el gobierno federal para transportar periodistas a la base naval de Estados Unidos en el extremo sureste de Cuba.
 
“Espero que esto no sea un presagio”, oí decir a alguien.
 
El inquietante comienzo de nuestro viaje ese brillante día de 1994 fue como un presagio, pero esa era la menor de nuestras preocupaciones. Viajábamos para reportar el prolongado estado de limbo de los balseros cubanos apátridas que se encontraban detenidos en una carpa-metrópolis que el gobierno de Clinton había instalado en una remota tierra de nadie.
 
Ya el año había sido extraordinario.
 
Ese verano, furioso ante las protestas sin precedentes y coros de “¡Libertad!” que surgían de una multitud reunida a lo largo del malecón de La Habana, el líder cubano Fidel Castro había amenazado con desatar otro éxodo, y lo cumplió, permitiéndole a la gente abandonar la isla por cualquier medio.
 
En un desesperado esfuerzo por escapar, unos 35,000 hombres, mujeres y niños se lanzaron al mar montados en balsas endebles y botes improvisados. Algunos llegaron al sur de la Florida. Algunos murieron en el intento. Pero la mayoría fue interceptada en alta mar en lo que se convirtió en la mayor y más costosa operación de búsqueda y rescate llevada a cabo por el Servicio de Guardacostas de Estados Unidos.
 
Los balseros, como se les llamó por la ingeniosa construcción de sus embarcaciones, fueron transportados masivamente a Guantánamo y albergados en polvorientos campamentos bajo tiendas de campaña con nombres como Campamento Kilo, Campamento Oscar y Campamento Mike, que luego se multiplicaron en Kilo Dos, Oscar Tres, etc., según aumentaba el número de personas que había que albergar día tras día.
 
Los refugiados vivían en tiendas de campaña de color verde olivo y amarillo en el marco de un paisaje árido bajo el más estricto reglamento militar, y la primera vez que los visité no habían tenido comunicación alguna con sus familiares, que no sabían si sus seres queridos habían muerto en la travesía o habían llegado a Guantánamo.
 
La “crisis de los balseros” se desarrollaría en el mayor aislamiento, excepto por las infrecuentes visitas de los medios de prensa y de los políticos, hasta que el último cubano fue transferido a Miami por avión en 1996.
 
Los balseros llegarían finalmente a Estados Unidos después de que el gobierno de Clinton anunció el 2 de mayo de 1995 que la mayoría de los detenidos en Guantánamo serían procesados y se les permitiría entrar al país. Como parte del acuerdo con el gobierno cubano de restringir las salidas por alta mar, Washington se comprometió a emitir 20,000 visas a cubanos cada año.
 
El histórico éxodo también cambió la política migratoria de Estados Unidos hacia los cubanos en lo que llegó a conocerse como“pies mojados/pies secos”, lo cual perdura hasta el día de hoy: los que sean interceptados en alta mar que no tengan derecho a asilo serían devueltos a Cuba; los que llegaran a tierra firme de Estados Unidos generalmente podrían quedarse.
 
Pero esa política fue sólo la consecuencia. Para mí, lo que ha quedado es la historia humana, y nada podría haberme preparado para lo que viví durante dos viajes como reportera a los campamentos de Guantánamo.
 
Me perdía sin saberlo en un mar de refugiados escuchando relatos y ruegos de ayuda, por lo que un comandante militar, cuando me encontró, estuvo a punto de expulsarme, gritándome que yo me había separado de mi escolta y había violado una regla importante. Sólo el temblor de mi barbilla y mi voz llorosa, y la ayuda de un amistoso portavoz que se había graduado de la Universidad de la Florida como yo, me salvaron de haber sido puesta de vuelta en ese avión y haber perdido una de las más dramáticas historias de mi carrera.
 
Muchas veces contuve las lágrimas durante emotivas entrevistas con personas desesperadas, y también en mi escritorio en Miami cuando escribía sobre sus experiencias.
 
En este 20mo. aniversario, cuando se planean celebraciones y se emiten proclamas, lo que se destaca es la perseverancia de las personas que conocí allí y cuyas vidas en Estados Unidos he seguido durante muchos años.
 
Está la emprendedora esteticista de La Habana, Dunys Torres, a quien encontré haciendo cortes de pelo con mucho humor en medio de una epidemia de piojos en el Campamento Oscar, y que ahora es la dueña de un elegante y distinguido salón de belleza en Homestead.
 
“Todavía pienso que [haber salido] fue la mejor decisión de mi vida”, me dice. “Ahora soy aún más feliz porque soy ciudadana de este gran país. Soy 100 por ciento cubana, pero adoro a este país”.
 
Está el ingeniero, Martín Barquín, que inventó un juego de tablero como pasatiempo, sólo que en su juego llamado “Balseros ’94”, cuando caes en un espacio, un tiburón te come o las olas te vuelcan la balsa en una noche de tormenta, y a lo mejor que puedes aspirar es pasar la señal de seguir (“Go”) y llegar a Guantánamo.
 
“Era una manera de burlarnos de nuestra tragedia en un momento en que habíamos perdido la esperanza”, recuerda Barquín, rodeado de su familia en su hogar del sur de Dade. Ha estado en una silla de ruedas desde que sufrió un accidente en 1997, “pero no me puedo quejar. Soy un hombre bendecido. Añoro mi libertad física, pero mi mente y mi espíritu son libres”.
 
Y están los afligidos sobrevivientes del remolcador 13 de marzo, hundido por botes patrulleros cubanos el 13 de julio de 1994, en el que murieron 41 personas. Uno de ellos tenía entonces 7 años y había perdido a su madre y a su hermano cuando lo conocí en el Campamento Mike junto a su padre, que tenía los ojos más tristes que he visto. Es alentador ver en los medios sociales que está estudiando arquitectura.
 
Los niños de este éxodo — entre ellos los 78 menores que vinieron solos y que pude visitar brevemente en un campamento especial — son inolvidables. La más famosa de los niños, la violinista de 12 años Lizbet Martínez, es ahora una maestra de música en Miami-Dade. Ella se convirtió en el símbolo del éxodo cuando se colocó el violín en el hombro y tocó el himno nacional de Estados Unidos cuando los guardacostas rescataron a su familia.
 
Y la niña que me robó el corazón fue Yudelka César, que tenía 10 años.
 
Vivía bajo una carpa amarilla en el Oscar Tres con su familia y sus amigos del barrio, quienes habían hecho una colecta para comprar un bote.
 
Yudelka me vio entrevistando a la gente y me trajo su diario. Había escrito al dorso de pequeñas tarjetas blancas que venían con las cajas de las comidas militares todo lo que habían pasado desde el momento en que su madre la despertó y le dijo que se iban de Cuba.
 
Había juntado todas las tarjetas con dos pinzas de bolsas plásticas.
 
“Es nuestra historia”, me dijo Yudelka. “Llévatela a Estados Unidos y publícala.”
 
En cada campamento que visité, los refugiados me llenaban los bolsillos de notas de SOS dirigidas a sus familiares en Miami. Me pasé un fin de semana llamando a personas para darles la noticia de que sus seres queridos estaban bien y a salvo. A una mujer en Hialeah le leí una carta de amor de su esposo que le aseguraba que estaba cumpliendo su promesa de reunificarse.
 
Traje conmigo a Miami el diario de Yudelka y lo traduje al inglés. El Herald lo publicó con la foto que le tomé a ella.
 
Yo me veía en los ojos de Yudelka y en su historia. Igual que hice yo a su edad, Yudelka había dejado atrás a su querida abuela, su perro, sus primos y sus amigos.
 
El hecho de que ella estuviera dispuesta a separarse de ese tesoro era algo extraordinario. Muchos años después, logré volver a ver a Yudelka en la casa de su familia en Arizona y tuvimos un reencuentro muy emotivo.
 
Le devolví el diario, aunque me dolió deshacerme de él. Su diario se había convertido en una especie de talismán, una fuente de inspiración para muchos de mis artículos, además de la razón de volver a montarme por segunda vez en ese horripilante y desastrado avioncito y regresar a Guantánamo para cubrir el primer viaje de los refugiados hacia la libertad.
 
Vi a mi regreso cómo los ingeniosos cubanos habían convertido sus campamentos en ciudades improvisadas, sus tiendas de campaña estaban llenas de muebles de cartón, con gavetas y decorativos tiradores. Habían dividido con sábanas blancas sus tiendas de campaña en “apartamentos” y ayudado a los militares a darles forma de pueblos a los campamentos con escuelas, parques infantiles y hasta líderes electos.
 
Crearon arte e hicieron el amor, trayendo al mundo bebés que nacieron allí.
 
La historia de los balseros me ha acompañado durante dos décadas, en las que he marcado sus destinos y recordado el ardiente sol de Guantánamo quemándome la piel y el trinar de colibríes que me despertaban al amanecer en una barraca militar.
 
Veinte años después, Yudelka está casada y es la amorosa madre de una niña que comienza el kindergarten. Todavía nos mantenemos en contacto.
 
Cuando la veo bailar salsa con su padre y celebrar la ciudadanía de su madre con banderitas americanas, y cuando me envía un poema que escribió sobre sus sentimientos por Cuba, puedo ver por qué sienten que el audaz riesgo que tomaron en 1994 valió la pena.
 
Pero me pregunto que habrá sido de un joven, Jorge Santos, que me llamó cuando salía yo del campamento en aquel primer viaje.
 
“Señora”, me dijo, “si usted se encuentra con la libertad en algún sitio, por favor mándela para acá. Dígale que hace tiempo que la estoy buscando”.
 
Nunca he podido saber si Jorge por fin la encontró.
 
Pero abrigo la esperanza de que haya logrado forjarse una buena vida al igual que Dunys, Martín y aquella pequeña niña que escribía en el dorso de las tarjetas de comida.
 
Hubo una vez una cansada balserita acurrucada en la oscuridad de un bote a la deriva, su destino en el limbo bajo una polvorienta carpa amarilla. Hoy ella es parte de un mosaico de cubano-americanos que consideran que Estados Unidos es su hogar.
 
“Gente sin país”, les llamaba a los balseros un titular del Herald entonces. Pero ya, al fin, dejaron de serlo. 
 
 

Respuesta  Mensaje 3 de 4 en el tema 
De: administrador2 Enviado: 17/08/2014 14:47
Familia de balseros cubanos rememora crisis histórica 20 años después

Deysi Sanchez sostiene el un viejo ejemplar del Herald con un retrato de ella y de su hijo Alex mientras estuvieron retenidos en la Base.
            Por Nora Gámez Torres  El Nuevo Herald
Tomó una decisión muy difícil, casi impensable para muchos que no se atreverían a echarse al mar en la noche, a bordo de una pequeña embarcación, con sus dos hijos rumbo a un país desconocido. Pero 20 años después Deisy Sánchez defiende su decisión y dice que ella y su esposo se sentían “desesperados” y “sin futuro” en Cuba.
“Lo pensé muchas veces porque yo sabía que estaba en juego la vida de mis hijos y de toda la familia, pero nosotros nos sentíamos sin libertad en Cuba”, dijo Deisy en su casa, en entrevista con el Nuevo Herald y rodeada de sus hijos, quienes han hecho su vida aquí en Estados Unidos.

Deisy y su hijo Alexis, en aquel entonces de tres años, fueron los rostros de una campaña del exilio cubano para recaudar fondos y ayudar a las más de 35,000 personas que salieron de Cuba durante el éxodo de 1994, y que estaban retenidas en campamentos para refugiados en Guantánamo y Panamá.

En la imagen icónica, una lágrima corre por su rostro mientras abraza a su pequeño hijo. La foto, que logró capturar Roberto Koltún para el Nuevo Herald, fue tomada durante un concierto de Willy Chirino en el campamento de Panamá en octubre de 1994. “Willy Chirino estaba cantando Nuestro día ya viene llegando y yo me sentía prisionera, no sabíamos si íbamos a poder salir”, explicó Deysi, quien recuerda muy bien cómo los oficiales estadounidenses repetían que los cubanos refugiados nunca entrarían a EEUU.

Ella y su familia fueron rescatados por la Guardia Costera estadounidense y llevados, primero, a la base de Guantánamo el 1 de septiembre, y un mes después, a Panamá. Habían intentado en varias ocasiones salir de Cuba sin éxito. El deseo manifiesto de su esposo, Alexis Martínez, de irse a los Estados Unidos había hecho peligrar su trabajo como maestro de primaria. También la crisis económica durante el llamado Período Especial en Tiempos de Paz los llevó a abandonar sus trabajos estatales en su natal Holguín –Deisy atendía a niños con problemas mentales– para dedicarse a oficios “por cuenta propia”, más lucrativos, como la fotografía.

Así, lograron comprar junto a otros familiares y amigos una pequeña lancha de 20 pies por 90,000 pesos cubanos, alrededor de $750 dólares, en una época en la que el cambio en el mercado negro andaba por los 120 pesos por cada dólar. No hicieron el viaje en las peores condiciones, en una balsa construida con cámaras de neumáticos o con madera de ventanas, como hicieron muchos compatriotas, pero el mar, que no distingue, les esperaba con una tormenta de doce horas.

“Hubo una ola que entró, nos bañó a todos y apagó el motor. Ese fue el momento de mayor temor” durante el viaje, cuenta Deisy. “En el mismo barco surgió la pregunta de si íbamos a regresar, pero yo nunca dudé, yo quería llegar”, afirmó.

“Salimos por la madrugada y como al mediodía del día siguiente, mi esposo dijo que venía una cruz por el mar. Él es creyente y yo pensé, ‘pobrecito, está delirando’ porque imagínate, ¿cómo va a venir una cruz por el mar? Y él seguía gritando, ‘viene una cruz, viene una cruz’. Había una tormenta muy fuerte y como a la media hora nos sube una ola y vimos que teníamos al lado al barco de la marina americana. Ese barco tan inmenso, y nosotros no lo veíamos por las olas”, continúa narrando el viaje, mientras enseña un álbum con fotos de su estancia en los campamentos.

“En Guantánamo la pasábamos muy mal con la comida”, recuerda su hija Maylena, una adolescente en 1994. “Nos daban raciones preparadas para militares, para la guerra. Si mi arroz traía un pedacito de carne, era para mi hermano, yo se lo daba. Era muy poquita comida. Pasábamos hambre”, confesó, mientras su madre enseña el brazalete de identificación que debían mostrar para obtener las raciones de comida.

En comparación con las condiciones en la base de Guantánamo, Panamá les pareció mucho mejor: “En Panamá teníamos baños, un restaurante nos enviaba la comida. También pusieron aros para jugar basketball y por la noche hacíamos como una discoteca, allí aprendí a bailar salsa”, añadió Maylena, quien a su llegada a Estados Unidos, celebró sus quince años “con vestido y cake”, gracias a la ayuda que les brindó la iglesia católica en Miami. “Nunca me cuestioné la decisión de mis padres”, asegura.

Alexis, ahora de 23 años, no recuerda nada de la travesía ni de su estancia en los campamentos. Sus primeros recuerdos son del “kinder” en los Estados Unidos. Dice sentirse, sin embargo, cubano y norteamericano en la misma proporción. “Si no fuera por mis padres, no hubiera podido estudiar aquí”, aseguró. Actualmente, está estudiando en Miami Dade College, para convertirse en ingeniero en computadoras. “Es mi pasión”, confiesa tímidamente y sonríe.

Al arribar a EEUU., muchos balseros encontraron el prejuicio que acompaña a todo recién llegado de Cuba como un fardo pesado. Pero Deisy afirma sentirse “orgullosa de ser balsera” y explica: “He oído a muchas personas referirse despectivamente de los balseros, que eran personas que habían estado presas, que cuando llegaban a este país no querían trabajar, pero yo no tengo esa imagen. Cuando me han dicho algo así negativo, respondo que nosotros salimos de un país oprimido a buscar libertad”, comentó.

Ella destaca que muchos de los que se fueron de Cuba durante el éxodo del 94 tenían estudios universitarios y pone como ejemplo a los médicos cubanos que estaban allí en los campamentos, “quienes atendían primero a los niños cuando se enfermaban”, destacó.

“Salimos en busca de la libertad y lo conseguimos. He cumplido mis sueños y le estoy muy agradecida a este país. Mi hija tiene dos títulos universitarios y mi hijo está estudiando. Actualmente soy manager en Walmart. Mi esposo y yo siempre hemos tenido trabajo. Hemos luchado y hemos continuado esta familia”, declaró Deisy Sánchez visiblemente orgullosa.

Ella ha regresado a la isla en varias ocasiones a visitar a la familia de su esposo. Aunque reconoce que el éxodo fue “doloroso, porque muchos quedaron en el mar, y desgraciadamente continúa”, esta mujer cubana no duda al afirmar que: “Cuando llego a Cuba siempre pienso que volvería a hacer lo que hice hace 20 años”.



Fuente  El Nuevo Herald
 

Respuesta  Mensaje 4 de 4 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 18/08/2014 23:09
Cinco balseros rescatados por inmenso crucero
El capitán desvió el barco y envió unas lanchas de socorro hacia la balsa.
Luego fueron recogidos por guardacostas norteamericanos y enviados a la base naval en Guantánamo
  
 
                Por Yusnaby Pérez   |  Cubanet
 En la tarde del sábado último, fueron rescatados cinco balseros cubanos que salieron de la isla a bordo de una balsa rústica, perdida luego en alta mar. Fueron vistos por una señora que llamó al 911, número de emergencia, en los Estados Unidos, informaron fuentes que viajaban en un crucero.
 
El departamento de policía, minutos después, se comunicó con el crucero Allure of the Seas, perteneciente a Royal Caribbean y unos de los mayores cruceros del mundo, que navegaba en la ruta Cozumel hacia Fort Lauderdale.
  
El capitán desvió el barco y envió unas lanchas de rescate hacia la balsa que se encontraba ya en aguas internacionales, pero perdida en el Golfo de México, totalmente fuera de curso.
  
“Estaban sin rumbo. Las corrientes del Estrecho de la Florida los llevaron al Golfo de México. Iban a morir. Estaban muy deshidratados, uno se veía muy mal“, comentó el conocido médico José Rafael Marquina, quien fue mediático por polemizar desde la televisión de Miami sobre la enfermedad que padeció Hugo Chávez. Marquina iba a bordo del crucero y fue testigo de todo lo ocurrido.
 
En la balsa, los cinco cubanos llevaban contenedores de agua vacíos y no les quedaba casi comida, por eso tomaron la ayuda brindada por el capitán del crucero. También aceptaron ser rescatados por las lanchas, las cuales los llevaron hasta el crucero y les brindaron agua y alimentos.
 
“Un miembro de la tripulación me dijo que semanas atrás un grupo de 10 rechazó ser rescatado y luego ocho murieron“, comentó el médico.
 
A las dos horas, llegó una lancha guardacostas norteamericana y se llevó a los cinco balseros.
 
El capitán del barco informó a la tripulación que los balseros iban a ser llevados a la Base Naval de Guantánamo, donde recibirían ayuda médica y luego serían entregados a las autoridades cubanas.
 
“Me alegro mucho que les salvaran la vida, pero fue triste verles partir, fue triste ver cómo se les acababa el sueño de alcanzar la libertad“, dijo finalmente Marquina.
 
Hasta el momento, la prensa oficial cubana no ha informado sobre esta situación.
 



 
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