Un carnaval, dos desfiles paralelos
Es el último fin de semana de carnavales en la capital.
Los graderíos para que el público vea el desfile se tuestan al sol, a la espera de “la noche de los cuchillos largos”
La vida es un carnaval en donde todos andamos con careta y pocos se la llevan a quitar.
AL PUEBLO PAN Y CIRCO
Víctor Ariel González | Desde La Habana Cuba
Viernes, 9:00PM. Montones de gente joven que va al carnaval va saliendo de todos los barrios hacia las avenidas. Hace un calor de miedo por estos días de agosto, y aún después de las horas de sol, la calle irradia un tufo caliente que se pega a todo. Es el último fin de semana de carnaval.
Las mujeres visten en shorts cortos o licras, muchas con la bandera norteamericana estampada. Los hombres tampoco sacan mucho trapo. Quienes viven en el Cerro o La Habana Vieja van a pie hasta donde las fiestas, porque los ómnibus… ¿para qué esperarlos? Ahora no hay dios que coja uno, viniendo lleno de San Miguel o Guanabacoa. Hasta los carros se ponen difíciles.
Se baja hasta Infanta y 23. Allí la fuente del Hotel Nacional no está funcionando. Mientras las carrozas desfilan por la avenida, otro evento masivo tiene lugar en este sitio. Cada barrio ha llevado una representación espontánea y entusiasta a un carnaval paralelo detrás de los graderíos. Allí están los “guapos” de cada zona, que vienen a exhibirse y a compartir con el “ambiente”. Andan con una cajita de “Planchao” en la mano, de la cual chupan de vez en cuando un licor ardiente e indescifrable. En algún lugar esconden una navaja. Miran alrededor constantemente, con suspicacia y ferocidad. Sus mujeres al lado, bailando.
Así se ve el carnaval detrás de las cámaras de televisión. Hay un bajo mundo de rencillas exacerbadas por el alcohol. A veces termina mal, pero son como gajes de un oficio. Los carnavales son eventos anuales en los que muchos clanes se encuentran en territorio neutral, y no precisamente para compartirlo. Convierten la velada en una “noche de cuchillos largos”. La policía anda preocupada y violenta también. El carnaval paralelo se debe hacer en silencio y así se queda en los medios oficiales.
“Creo que hemos logrado rescatar un poco esta tradición”, expresa a la televisión nacional un funcionario que organiza el evento principal, aquel que se filma. Sus palabras lo dejan en evidencia, pues “rescatar” requiere pérdida previa y “un poco” significa casi lo mismo que nada. Del lado más seguro, entonces, se repiten las mismas carrozas, los mismos muñecones, los mismos trajes. A todos les falta color, aunque lo más descolorido son los rostros de tanta gente que intenta por una noche participar de una alegría común, pero desaparecida.
Ninguno de los del otro carnaval, el silenciado, sabe quizá lo que es una serpentina.
La suya es una generación de escasez permanente, en la que el espíritu de fiesta está viciado por otras “diversiones”.