La moringa del coma*andante Castro
Por Itxu Díaz, periodista y escritor satírico |
Reunión en las alturas. La vanguardia política internacional. La luz del mundo. La libertad y la democracia. El hambre y las ganas de comer. Las dos potencias más prósperas y boyantes del universo, Cuba y Venezuela, juntas en un acto histórico: la cumbre entre Nicolás Maduro y Fidel Castro. Se trata de un encuentro de alto secreto del que Fidel Castro ha publicado en la prensa hasta el más pequeño detalle.
El mandatario venezolano asegura que ha visto con energía a Fidel Castro. Pero no especifica si se refiere a que llevaba en la mano una caja de cereales o de pilas. Al término del encuentro, Castro escribió una carta de amor dedicada a Maduro titulada “La verdadera amistad”. En ella presume de que el mandatario venezolano le regaló un “uniforme deportivo”. Supongo que alguien debería decirle que no, que se trata de un chándal.
Desde que se ha quitado el uniforme militar, Castro viste unos chándales espantosos, como si estuviera saliendo del gimnasio. Al verlo, parece claro que el último de ellos es regalo de Nicolás Maduro. No me cabe la menor duda de que lo ha elegido él mismo. Es el último grito en chándales. Porque todo el que lo ve, escapa aullando.
He intentado leer la carta de Castro entera. Me he desmayado varias veces y finalmente he sucumbido a un sopor de varias horas. De conocerse públicamente las propiedades de los escritos y discursos de Fidel Castro, la industria de los somníferos caería en bancarrota. El ex mandatario cubano sigue sin contar entre su virtudes con la concisión, y hace décadas que le declaró la guerra a la brevedad, como aliada del fascismo imperialista que todo lo resume hoy en un tuit.
Cuenta al final de su carta de amor al presidente venezolano una extraña historia de unas jóvenes que se cruzaron con ellos por la calle y al distinguir la figura de Maduro, “sonrieron con picardía”. Es difícil meterse en la cabeza de Castro para saber qué ha querido decir con esta reveladora anécdota. Sería interesante también conocer la versión de Maduro acerca de la presunta picardía dibujada en la sonrisa de las dos jóvenes cubanas. Y en caso de que hubiera auténtica sonrisa con picardía, correspondería saber cuánto le costó a Cuba la sonrisa espontánea de bienvenida al régimen.
En su misiva, Castro alude una y otra vez a Gaza. A la pobreza, a la dureza de la guerra, a la tragedia humanitaria. Insulta a Israel y Estados Unidos, y felicita a Maduro por su “ejemplar acción” solidaria en Palestina. Cuba y Venezuela son los únicos países del mundo que envían medios a los hospitales palestinos mientras mantienen en la indigencia a sus propios enfermos. En esto consistía la famosa revolución: en entregar tu corazón a los demás después de habérselo arrancado a los tuyos.
En síntesis, resulta evidente que la confianza entre Castro y Maduro es grande. Que la sintonía es total. Que son uno. El relato de su encuentro no es más que un largo intercambio de piropos y lisonjas. Hacia el final de la cumbre, se produjo un hecho desconcertante, de consecuencias imprevisibles para la estabilidad política internacional y para el futuro de las relaciones entre ambos países. Según los cronistas, Castro culminó su éxtasis como anfitrión con un gran abrazo, y “mostrándole a Maduro su moringa”. No sé si era necesario llegar tan lejos en el idilio.
Uno Maduro, el otro Podrido, asesinos con derechos