Rebelión de Mariela Ha lucido como l’enfant terrible del parlamento cubano, atreviéndose, por primera vez dentro del
castrismo, a no estar de acuerdo, mediante su voto insurrecto, individual y aislado, con un proyecto oficial
...Soy apolítica lo mio es el sexo...Ilustración de O. Santana...
...TEATRO LO TUYO ES PURO TEATRO...
Wichy García Fuentes | De nuevo se volvió noticia internacional otra escaramuza de producción nacional, una de esas que estimulan la imaginación y ofrecen esperanzas a la gente de buena fe: Mariela Castro, la infanta, la hija del regente y sobrina del rey padre, ha levantado su solitaria mano para votar en contra de un proyecto de Código del Trabajo, en la Asamblea Nacional del Poder Popular, que es algo así como un parlamento, pero donde lo más normal es que nadie esté en desacuerdo con nada, jamás.
El gesto de rebeldía parece haber impactado en los medios internacionales, aun cuando tuvo lugar hace más de medio año, que así son las cosas cuando se trata de Cuba. Allí las notas relevantes tienen su propio ritmo y su muy particular temporada de asombro, según consigan salir a flote o alguien interesado se atreva a revelarlas.
Claro que, si lo vemos desde un ángulo circunstancial, la reseña, incluso tardía, sigue siendo apetitosa. El parlamento cubano es una entidad diseñada para la más absoluta unanimidad. Ahí no se admiten réplicas ni objeciones a los decretos que redactan un pequeño grupo de escogidos. Los diputados sólo se sientan en ese lugar para, a nombre de la masa popular, decirle que sí, y aplaudir con afectada vehemencia a cuanta cosa se le ocurra a los más altos dignatarios, sea o no razonable. A ninguno de los 612 aplaudidores se le ocurriría jamás cuestionar la funcionalidad de una estrategia, porque no es ese su papel en la asamblea.
Mariela Castro, por tanto, ha lucido como l’enfant terrible del parlamento cubano, atreviéndose, por primera vez dentro del castrismo, a no estar de acuerdo, mediante su voto insurrecto, individual y aislado, con un proyecto oficial. Al menos no en su totalidad. Porque lo único en lo que discrepó fue en la no inclusión de los transgéneros y enfermos de VIH en la nueva legislación del trabajo. Pero a la prensa internacional le ha impactado saberlo, y hasta cierto analista de tendencia complaciente ha llegado a afirmar que aquello podría ser “un anticipo de una mayor dinámica legislativa” y hasta “un acto auténtico de la sociedad civil cubana”…
El sonido de un frenazo Un momento… Nadie, fuera de una consentida descendiente del apellido Castro se atrevería a discrepar en esa Asamblea Nacional. El supuesto virus que pudiera fracturar a la impuesta unanimidad legislativa en Cuba, ni siquiera tiene un buen caldo de cultivo para propagarse, mucho menos para ser el anuncio de una nueva era de diferencias, discusión y consenso reflexivo entre quienes todavía pasarán muchos años aparentando que tienen vela en aquel entierro. Mariela, por demás, está concentrada en su propio frente, el de los derechos de homosexuales, travestis y transgéneros, y eso, siempre y cuando los homosexuales, travestis y transgéneros pertenezcan al oficialista CENESEX, la institución que ella dirige, para beneficio de aquellos que no cuestionen el legado de su estirpe. Si no se preocupa por la gente gay que no sea al mismo tiempo “revolucionaria”, menos va a interceder por los salarios caídos del trabajador medio cubano, de cualquier tendencia sexual, ni por sus derechos sindicales como la libre reunión o la huelga.
El anémico voto ermitaño no cambiaría una sola coma del proyecto engendrado por su propio padre, en un contexto monárquico con nulo debate. El enfoque de Mariela Castro, en caso de ser escuchado o aceptado, apenas incidiría positivamente en un microscópico estrato de la población laboral, en una minúscula cantidad de personas que, aun teniendo derechos factibles de ser atendidos y respetados, no representan ni por asomo a la inmensa cantidad de trabajadores cubanos. Sesión tras sesión, éstos son burlados y ninguneados en aquella Asamblea Nacional que siempre parece tener objetivos más solemnes y trascendentes con que ocupar sus sagradas horas de verborrea.
El gesto “sedicioso” de Mariela Castro, a pesar de ser noticia global, no pasará de ser una breve manifestación de malcriadez. Sólo ella se seguirá atreviendo a levantar la mano en contra de los preceptos oficialistas, pues sólo ella sobrevivirá sin consecuencias a semejante declaración pública de desacuerdo con la más alta esfera del gobierno.
Tampoco tendremos “una mayor dinámica legislativa”, como mismo una golondrina no hace verano. Y la sociedad civil cubana sólo se desayunará con “actos auténticos” cuando las dinastías no jueguen más al ajedrez con la política nacional, cuando quienes ocupen los más altos escaños del parlamento no sean elegidos a dedo por una casta militar, y cuando la opinión discrepante sea, por fin, un derecho y un deber de todos.
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