La ganadora del Goya a mejor película
iberoamericana es un alegato contra la homofobia
Exelente pelicula
Sin duda, uno de los momentos más emocionantes de la última gala de los premios Goya llegó con la entrega del premio a la mejor película iberoamericana. El equipo de Azul y no tan rosa llenó el escenario con un entusiasmo tan auténtico que logró contagiar a todos los asistentes, los que ocupaban las butacas del salón y los que se encontraban al otro lado de los televisores. Las palabras de su director, Miguel Ferrari, dejaron bien claro la importancia de este galardón en su país: “En Venezuela, desde que anunciaron las nominaciones, esto se está viviendo como la final de un mundial de fútbol”. También hubo hurras y felicitaciones para el cine español y el iberoamericano, mucha alegría y ninguna referencia a la situación convulsa del país, palabras que muchos echaron en falta.
Seguramente, lo más destacable de Azul y no tan rosa es su atrevimiento, su apuesta por combatir un tabú, por mostrar una realidad no demasiado visible en los medios de comunicación venezolanos: la homosexualidad. Además de la homofobia más cruel, esta película aborda explícitamente otros temas candentes, como la violencia contra las mujeres, aunque su ataque central se dirige hacia cualquier tipo de intolerancia.
Con esta ópera prima, una coproducción entre Venezuela y España, el actor y director Miguel Ferrari ha conseguido hacer realidad un buen puñado de primeras veces: la primera vez que una película venezolana gana un Goya, la primera vez que dos hombres se besan en un filme venezolano, la primera vez —con la gran ayuda de la estupenda Pelo malo deMariana Rondón, mejor película en el Festival de San Sebastián—que ubicamos, a lo largo de varios meses, al país caribeño no solo en el mapa político, sino también en el cinematográfico.
Azul y no tan rosa cuenta la historia de Diego, un joven inmaduro que se dedica a la fotografía en Caracas, y que mantiene una relación con un médico de carácter comprensivo y apacible, Fabrizio. Sus planes de convivencia se truncan cuando Fabrizio recibe una brutal paliza en los alrededores de un club de ambiente, lo que le provocará el coma. Mientras tanto, Diego recibirá la visita de su hijo adolescente, al que no ve desde hace varios años, y que no conoce nada de su vida.
Así como las raíces de Pelo malo podríamos hallarlas en el neorrealismo italiano, la influencia de Pedro Almodóvar en Azul y no tan rosa se hace evidente en cada tema y cada plano. Después de Tina, La Agrado, Femme Letal, Lola, Zahara, Vera Cruz y unas cuantas más, al espectador español no le sorprenderá demasiado un personaje como Delirio del Río, la mejor amiga del protagonista y el personaje que asume el rol más provocador de la película. Sin embargo, después de una larga carrera como candidata a miss mundo, modelo y actriz de telenovelas, Hilda Abrahamz le ha echado un par de tacones (copio una de sus frases) para interpretar a una transexual, un papel con el que seguramente se ha ganado el estatus de icono gay en su país.
Azul y no tan rosa se sitúa en las antípodas del cine social de Mariana Rondón: no muestra la pobreza, ni las casas-colmena de Caracas, ni la corrupción: todos los personajes parecen disfrutar de una vida más o menos acomodada, y además, la cámara se recrea en los edificios más atractivos de la capital venezolana, en los bonitos paisajes de Mérida; estamos ante una película concebida desde el orgullo nacional, que intenta apelar a los buenos valores de un pueblo. En cada frase del guion, Ferrari parece decirles a sus compatriotas: hablen entre ustedes, hablen y quiéranse. Solo así superarán sus diferencias.
También la pandemia de talk shows, reality shows y más telebasura que vemos en Azul y no tan rosa ha sido profusamente caricaturizada en las obras del realizador manchego, en Kika (recordemos a Victoria Abril y su Andrea Caracortada) y más recientemente, enVolver, donde Agustina (la pueblerina hippie, protagonizada por la inmensa Blanca Portillo) acude al programa de televisión que presenta su hermana, donde al final, avergonzada por la impudicia del espectáculo, se marcha sin revelar nada. Lo mismo ocurre con la violencia machista. Almodóvar ha retratado una y otra vez las agresiones contra las mujeres en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, Matador, Átame, Los abrazos rotos… la lista es larga. El tributo, inmenso.
Azul y no tan rosa no es una obra maestra, pero seguramente es una película muy necesaria en Venezuela que, por fortuna, ha conectado con el público y cosechado un importante éxito de taquilla en su país. Con ella, su cinematografía ha roto un gran tabú al retratar a los homosexuales y transexuales con respeto, abordando sus vidas y conflictos desde varias dimensiones para que el público pueda identificarse con ellos. Al sacarlos del armario, coloca el debate dentro de sus fronteras, trasladándolo a los hogares, a las familias. Tal vez no aporte mucho a la historia del cine, pero puede contribuir a una causa mucho más importante: la igualdad entre todas las personas, sin importar su orientación sexual.