Gabriel García Márquez y Fidel Castro, amistad, gloria y poder.
La misión de inteligencia que
Fidel Castro le encomendó a García Márquez
*Por Edgerton Levy
Por estos días el nombre del escritor García Márquez (1927-2014) está saliendo con reiterada frecuencia en libros, reportes académicos y artículos periodísticos, pero no precisamente por su legado y genialidad literaria, sino como misionero y negociador a nombre de Fidel Castro ante las altas esferas del gobierno de Estados Unidos.
Las referencias a la colaboración de García Márquez parten de su intervención como mediador en la crisis de los balseros de 1994 y, particularmente, en su viaje a Washington en mayo de 1998 con un mensaje personal de Castro para el presidente Bill Clinton.
En realidad, la misión del escritor colombiano ante la Casa Blanca, en 1998, tenía varios objetivos vinculados a actividades de la inteligencia cubana en suelo norteamericano. Y el más importante no era precisamente “un siniestro plan terrorista que Cuba acababa de descubrir, y que podía afectar no sólo a ambos países sino a muchos otros”, al decir del propio García Márquez en la novelada narración de su encomienda, con fecha del 13 de mayo de 1998.
La verdadera intención
Descubrimiento de un siniestro plan que definitivamente nunca tuvo lugar, ni fue fruto de las actividades desarrolladas por la Red Avispa en el sur de la Florida, como falsamente afirma el periodista brasileño Fernando Morais en su libro Los últimos soldados de la guerra fría, dedicado a exaltar la labor de los cinco agentes condenados por espionaje en Estados Unidos. Baste sólo señalar que estas “actividades antiterroristas” que se aluden, nunca fueron un elemento significativo para la defensa de los espías durante el juicio contra los integrantes de la red.
La intención de Castro tras el supuesto plan, estaba dirigida a lograr que la colaboración en materia de seguridad entre los dos países, creara un clima propicio para que se autorizaran de nuevo los viajes de norteamericanos a Cuba. No por gusto la reactivación de los vuelos comerciales de Estados Unidos a la isla, suspendidos desde que el gobierno cubano derribó las avionetas de Hermanos al Rescate, en febrero de 1996, fue precisamente uno de los puntos del documento que García Márquez debía hacerle llegar al presidente Clinton.
Vinculado a este objetivo primordial estaba el aspecto verdaderamente importante para Castro, mediante la gestión de García Márquez: el “reconocimiento por el informe favorable del Pentágono sobre la situación militar de Cuba”, según escribió el novelista en su informe sobre la misión, en el cual se admitía que Cuba no representaba ningún peligro para la seguridad de Estados Unidos.
De modo que la “aventura pacífica” de García Márquez en Washington por encargo de su amigo Fidel Castro estaba convoyada -¿sin saberlo?- con un sagaz resultado de la inteligencia cubana en el mismo corazón del Pentágono. T’ípica jugada castrista en su estrategia de los usos políticos.
Una espía prodigiosa
Con la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 y la desaparición del sistema socialista mundial, el gobierno cubano perdió el apoyo económico, financiero y militar que hasta entonces había disfrutado por servir como heraldo del comunismo entre los países de menor desarrollo en la lucha global entre el mundo libre y los regímenes totalitarios, durante los años de la Guerra Fría. Esta realidad sirvió de base para que en la década del 90 entre algunos sectores honestos del poder y de la opinión pública estadounidense se difundiera y ganara terreno la idea de que debido a los profundos cambios que tuvieron lugar en el mundo, Cuba dejaba de representar un peligro para la seguridad nacional de los Estados Unidos.
La vida misma se ha encargado de demostrar que estas ideas no surgieron de forma espontánea, sino que fueron inducidas alevosamente desde La Habana por el enemigo histórico del pueblo norteamericano.
Desde la segunda mitad de la década del 80, Castro venía orquestando y dirigiendo con denuedo una ingente gestión de cabildeo a favor del levantamiento del embargo y el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos, a través de sus oficiales de Inteligencia con fachada diplomática en Washington y Nueva York. Con el apoyo de Ana Belén Montes desde dentro del propio Pentágono, se propuso desarrollar a su favor una ofensiva que tuvo lugar a lo largo de la década del 90, dirigida a cambiar la imagen del régimen y sobre todo de sus fuerzas armadas, bajo la idea central de que la isla ya no representaba amenaza alguna.
La espía de Castro en el Pentágono no sólo fue un importante agente de penetración con acceso a informaciones clasificadas al más alto nivel que hizo llegar a Cuba, sino que fue además una activa y eficaz agente de influencia a su favor. Siguiendo instrucciones de La Habana, Montes jugó un rol de extraordinaria importancia en la difusión de estas falsas ideas, las que lograron calar profundamente dentro de los altos mandos militares y las instituciones oficiales de Estados Unidos que elaboran la política hacia la isla.
Desdibujar la amenaza cubana
En su calidad de analista principal sobre Cuba de la Agencia de Inteligencia para la Defensa (DIA), Montes tenía la posibilidad de establecer relaciones directas e intercambiar opiniones con ejecutivos de las instancias encargadas de elaborar política, altos mandos militares y analistas de otras agencias de inteligencia en Estados Unidos. Entre sus funciones estaba mantener informadas a las oficinas de senadores y congresistas, al Departamento de Estado, al Departamento de Defensa y al Comando Sur, sobre la capacidad militar de Cuba. Tenía, por consiguiente, la posibilidad de contribuir con sus opiniones, informes y reportes, a moldear según los intereses del propio Castro, la política de Washington hacia su gobierno.
Tras su arresto en el 2001, más de una voz se alzó para señalar la determinante participación de Montes en la elaboración y conclusiones del informe sobre “La Amenaza Cubana a la Seguridad Nacional de Estados Unidos” (The Cuban Threat to the U.S. National Security) que en 1997 el Departamento de Defensa ordenó fuera preparado para presentarlo ante el Comité de Inteligencia del Senado. El documento fue encomendado a un grupo de trabajo dirigido por la Agencia de Inteligencia para la Defensa -en la persona de Montes-, en coordinación con personal de la Agencia Central de Inteligencia, el Buró de Investigación e Inteligencia del Departamento de Estado, la Agencia de Seguridad Nacional y el Centro de Inteligencia Conjunto del Comando Sur.
Aunque Montes trató por todos los medios de restar importancia al peligro que Cuba podría representar para Estados Unidos, el informe no pudo evitar que otros participantes se opusieran a las débiles conclusiones que ella proponía y en el documento se reconociera que, aunque la capacidad militar convencional de Cuba había sufrido un serio deterioro producto de la reducción del apoyo ruso, sus “sistemas de inteligencia y contrainteligencia dirigidos hacia Estados Unidos aparentan haber sufrido poca reducción. Cuba ha compartido inteligencia con otros países, incluyendo adversarios de Estados Unidos.” En otra sección del documento titulada “Amenaza de Guerra Bacteriológica”, se reconoce que “las actuales instalaciones científicas de Cuba podrían apoyar un programa de guerra biológica ofensiva al menos en el nivel de investigación y desarrollo. La industria biotecnológica de Cuba es una de las más avanzadas en los países emergentes y podría ser capaz de producir agentes de guerra bacteriológica”.
Mensaje confidencial
Aun así, William S. Cohen, entonces Secretario de Defensa, envió el reporte de vuelta a la DIA antes de elevarlo al Senado, expresando su preocupación en cuanto a que sus evaluaciones eran demasiado suaves. El reporte regresó a sus manos sin cambios esenciales, por lo que hubo de acompañarlo con una carta dirigida a Strom Thurmond, presidente del Comité de Servicios Armados del Senado, manifestándole sus inquietudes al respecto.
En medio de este intrincado proceso, Castro trató de sacar el mayor provecho político a las aseveraciones con que se había logrado influir a los principales estamentos que elaboran la política exterior de Estados Unidos a través de su espía estrella en el Pentágono. Aprovechó el canal extraoficial de comunicación que había establecido con el presidente Bill Clinton utilizando a su amigo personal, Premio Nobel de Literatura por más señas. García Márquez se había reunido con el presidente estadounidense, admirador de sus novelas, tras la crisis de los balseros de 1994 y en septiembre de 1997, ocasiones en las que se había abordado el tema de Cuba.
En esta oportunidad, Castro le pidió sirviera de emisario para que le entregara personalmente a Clinton un mensaje confidencial de seis cuartillas redactado por el propio Castro, en el que entre otras cosas le hacía llegar su reconocimiento por el informe favorable del Pentágono sobre la situación militar de Cuba, descartando la peligrosidad de la isla para su vecino. García Márquez no fue recibido esta vez por el presidente, pero fue autorizado por Castro a entregar el mensaje a Thomas McLarty, el 6 de mayo de 1998 en la Casa Blanca, convencido de que lo haría llegar al presidente. Aunque McLarty acababa de renunciar a su cargo de consejero presidencial para América Latina, continuaba siendo su más antiguo y cercano amigo. En la audiencia, estuvieron presentes además tres altos funcionarios del Consejo de Seguridad Nacional, entre ellos Jeffrey DeLaurentis, actual jefe de la Sección de Intereses de EEUU en La Habana.
Pero lo verdaderamente increíble de esta historia es que, ante las preocupaciones y dudas expresadas por el Secretario de Defensa estadounidense sobre la persistente amenaza del gobierno cubano para la seguridad nacional, el propio Castro, refiriéndose al informe del Pentágono, salió en defensa de los suaves y diluyentes criterios expresados por la espía Ana Belén Montes, quien estaba en pleno servicio de la inteligencia cubana.
La burla y el fiasco
Conviene rescatar, a la luz de los acontecimientos, lo que expresó entonces Castro, el 22 de junio de 2001, apenas tres meses antes del arresto de Montes: “El Pentágono analizó la cuestión, se le solicitó el análisis e hizo un informe bastante objetivo. Inmediatamente se produce una reacción: se retiene el informe, se intenta cambiar el informe del Pentágono por razones estrictamente políticas; hubo escándalo. Ya estaban acusando al Pentágono de mentir en relación con Cuba, que estaba ocultando la realidad, al extremo que se tardó varias semanas, hasta que publicaron el escándalo; yo no sé muy bien si hubo alguna modificación o no, pero sí leímos lo publicado sobre la introducción al mismo, interpretando, distorsionando, sembrando confusión. Es decir, por razones políticas, se trató de menoscabar y restar objetividad al informe”.
Imagino que en su fuero interno Castro debió disfrutar con extraordinario placer este momento, burlándose con cinismo y desfachatez del propio presidente estadounidense, cuando de su puño y letra le envió a Clinton su reconocimiento por el informe favorable del Pentágono con las pautas dictadas desde La Habana.
Gracias a los extensos y maquiavélicos tentáculos desarrollados para para penetrar las entrañas de Estados Unidos, Castro ha dado durante largos años una atención priorizada -dirigida directamente por él- a los peones controlados y manejados por intermedio de la Dirección de Inteligencia. Y Ana Belén Montes no fue una excepción.
Pero el mensaje de mano de García Márquez tenía otra cola: pavimentar el viaje a La Habana de una delegación del FBI para sostener contactos con las autoridades cubanas. Finalmente, los funcionarios del FBI viajaron a Cuba el 15 de junio de 1998 y recibieron amplia documentación sobre las “actividades terroristas” y los exiliados de Miami que monitoreaban los espías de la Red Avispa. Aunque en un discurso de mayo del 2005 Castro afirmó que en los reportes entregados al FBI “no había ningún elemento para identificar las fuentes” con “informaciones serias y fidedignas”, lamentó que tres meses después de la visita de la delegación estadounidense quienes resultaron detenidos fueran “los compañeros que habían suministrado la información”.
Lo cierto es que cuando se produce la visita de los funcionarios estadounidenses a La Habana, ya hacía largo rato que el FBI conocía y venía siguiendo los movimientos de la Red Avispa en Estados Unidos. De manera que buena parte de la información proporcionada por la inteligencia cubana había sido ya extraída de las computadoras y los mensajes de los agentes de Castro en Miami. Y tal vez eso explique la obsesión de Castro por la “causa de los Cinco” y por buscar una salida airosa para una maniobra que calculó con la astucia de un viejo zorro, pero que desembocó en un fiasco colosal.
Datos sobre el autor
*Edgerton Ivor Levy fue una pieza clave para el desmantelamiento de la Red Avispa, la mayor organización de espionaje cubano en la historia de EEUU. Siendo profesor de la Universidad de La Habana fue captado y entrenado desde 1991 por la Dirección de Inteligencia cubana para cumplir acciones de espionaje en el sur de la Florida, pero su misión en territorio estadounidense fue informar al FBI. Nadie me lo contó, libro testimonial sobre esos dramáticos acontecimientos de su vida, está en proceso de publicarse