Matrimonio perfecto
Armando Hart, Presidente de la Oficina del Programa Martiano
POR ALEJANDRO RIOS
En vez de haber contraído matrimonio con Haydée Santamaría, mujer dislocada si las hubiera, capaz de atemorizar a otros empleados de la Casa de las Américas, con su pedigrí de contendiente moncadista, Armando Hart debió haberse casado con Fidel Castro.
No existe un texto de este ex ministro de cultura —sector que terminó fulminando cual “Bomba H”—, que no incluya una lisonja amorosa a la persona que él considera la personalidad más importante nacida en la isla luego de José Martí, figura a la cual suele estropear también con sus llamados apuntes teóricos.
Pude observar a Hart de cerca en algunas ocasiones cuando asumió la cartera de cultura. Era y sigue siendo un hombre intolerante y ciego a la realidad ruinosa que lo rodea. Cuando discurseaba disparates fidelistas aplicados a las artes y la literatura, tenía el defecto de espetar saliva, como si la providencia quisiera empeorar sus extensas y absurdas monsergas.
Hart coincide, con el amor de su vida, en que la humanidad está al borde del colapso y ellos son los llamados a impedirlo. Estos vejetes no resisten la idea de que cuando la parca haga su limpieza, el mundo seguirá el decurso sereno sin el daño que ellos le han propinado. Son incapaces de imaginar que Cuba podrá llegar a ser un mejor lugar para vivir.
Desde la altura de su silla de ruedas, Hart sigue pensando que el socialismo internacional es la solución para que no acontezca el apocalipsis capitalista. Recientemente se le escaparon, sin embargo, algunos temores sobre el futuro de la isla, pues parece que ha bajado la ventanilla del auto y el panorama no resulta muy halagüeño: “…quien intente gobernar en Cuba sin fundamentos jurídicos o con artimañas legales le abriría el camino a la contrarrevolución y al imperialismo”. Asegura, por parte, que “en la conciencia cubana actual están grabadas dos categorías esenciales que andan divorciadas en el mundo de hoy: ética y derecho”.
Uno se pregunta, al ver en el estercolero que han convertido a la nación el agitador político Armando Hart; su adorado tormento y la voluntariosa Santamaría, entre otros ideólogos, ¿cómo es posible hablar de fundamentos jurídicos, en una dictadura que sistemáticamente los ha violado a sangre y fuego? ¿Cuál es la conciencia cubana actual en un país de supervivencia donde no se puede ni disfrutar un juego de pelota, que suelen terminar en puñetazos y palabras soeces? ¿Etica?, donde el sobrino de su dictador predilecto lo mismo encabeza una empresa de perfumes que un acto de repudio a los opositores.
¿Con qué derecho este plañidero socialista habla en nombre de la nación desde su estrato exclusivo y descalifica el universo por falta de ética y de derechos?
Por eso es preferible que se casen e intercambien sus enrevesadas filosofías. El causante principal de tantos desmanes acaba de emborronar otras cuartillas con sus delirios y vuelve sobre el tema de “un futuro incierto”.
Dalia Soto del Valle los pudiera acomodar en el lecho y Armando leería embelesado cuando Fidel confiesa que se ocupará de los libros de Stephen Hawking luego de que su “actual tarea relacionada con la producción de alimentos en cantidad y calidad suficientes es prioritaria, y en la que todavía el esfuerzo se puede traducir en un importante beneficio”.
Díganme si esta historia no es parte de l’amour fou de Breton en su variante socialista. Dos ancianos destructivos y convulsivos culpando al mundo de sus desvaríos. Uno haciendo un llamado a la jurisdicción totalitaria, porque así lo decidió el pueblo de Cuba, y el otro confiando en la moringa para alimentarlo.