Página principal  |  Contacto  

Correo electrónico:

Contraseña:

Registrarse ahora!

¿Has olvidado tu contraseña?

Cuba Eterna
 
Novedades
  Únete ahora
  Panel de mensajes 
  Galería de imágenes 
 Archivos y documentos 
 Encuestas y Test 
  Lista de Participantes
 BANDERA DE CUBA 
 MALECÓN Habanero 
 *BANDERA GAY 
 EL ORIGEN DEL ORGULLO GAY 
 ALAN TURING 
 HARVEY MILK 
 JUSTIN FASHANU FUTBOLISTA GAY 
 MATTHEW SHEPARD MÁRTIR GAY 
 OSCAR WILDE 
 REINALDO ARENAS 
 ORGULLO GAY 
 GAYS EN CUBA 
 LA UMAP EN CUBA 
 CUBA CURIOSIDADES 
 DESI ARNAZ 
 ANA DE ARMAS 
 ROSITA FORNÉS 
 HISTORIA-SALSA 
 CELIA CRUZ 
 GLORIA ESTEFAN 
 WILLY CHIRINO 
 LEONORA REGA 
 MORAIMA SECADA 
 MARTA STRADA 
 ELENA BURKE 
 LA LUPE 
 RECORDANDO LA LUPE 
 OLGA GUILLOT 
 FOTOS LA GUILLOT 
 REINAS DE CUBA 
 GEORGIA GÁLVEZ 
 LUISA MARIA GÜELL 
 RAQUEL OLMEDO 
 MEME SOLÍS 
 MEME EN MIAMI 
 FARAH MARIA 
 ERNESTO LECUONA 
 BOLA DE NIEVE 
 RITA MONTANER 
 BENNY MORÉ 
 MAGGIE CARLÉS 
 Generación sacrificada 
 José Lezama Lima y Virgilio Piñera 
 Caballero de Paris 
 SABIA USTED? 
 NUEVA YORK 
 ROCÍO JURADO 
 ELTON JOHN 
 STEVE GRAND 
 SUSY LEMAN 
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
  
 
 
  Herramientas
 
General: Hace 25 años ocurrió el entierro simbólico del comunismo
Elegir otro panel de mensajes
Tema anterior  Tema siguiente
Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 08/11/2014 16:52
El día de la ira y la ilusión
  
destruccio (680×432)
                   Carlos Albertor Montaner |Página de Inicio
Hace 25 años ocurrió el entierro simbólico del comunismo. Una esperanzada muchedumbre de alemanes corrió hacia el Muro de Berlín y lo demolió a martillazos. Era como si golpearan las cabezas de Marx, Lenin, Stalin, Honecker, Ceaucescu y el resto de los teóricos y tiranos responsables de la peor y más larga dictadura de cuantas ha padecido el género humano. Por aquellos años una obra rigurosa pasó balance del experimento. Se tituló El libro negro del comunismo. Nuestra especie abonó los paraísos del proletariado con unos 100 millones de cadáveres.
 
Era predecible. En la URSS, en 1989, fracasaban todos los esfuerzos de Gorbachov por rescatar el modelo marxista-leninista. En Hungría, un partido comunista, dirigido por Imre Pozsgay, un reformista  decidido a liquidar el sistema, abría sus fronteras para que los alemanes de la RDA pasaran a Austria y de ahí a la fulgurante Alemania Federal, la libre.
 
En Checoslovaquia, Václav Havel y un puñado de intelectuales  valientes animaban el Foro Cívico como respuesta a la barbarie monocorde de Gustáv Husák.  En junio, cinco meses antes del derribo del Muro, los polacos habían participado en unas elecciones maquiavélicamente concebidas para arrinconar a Solidaridad, pero, liderados por Lech Walesa, la oposición democrática ganó 99 de los 100 escaños del Senado. El dictador Jaruzelski les tendió una trampa y acabó cayendo en ella.
 
¿Qué había pasado? El sistema comunista, finalmente, había sido derrotado. Los países que primero lo implementaron, y que primero lo cancelaron, eran empobrecidas dictaduras, crueles e ineficaces, que se retrasaban ostensiblemente con relación a Occidente en todos los órdenes de la convivencia. Ese dato era inocultable. Bastaba comparar las dos Alemania, o a Austria con Hungría y Checoslovaquia, los restantes segmentos del Imperio Austrohúngaro, para confirmar la inmensa superioridad del modelo occidental basado en la libertad, el mercado, la existencia de propiedad privada y el respeto por los derechos humanos. El día y la noche.
 
El comunismo era un horror del que escapaba todo el que podía, mientras los que se quedaban ya no creían en la teoría marxista-leninista, aunque aplaudieran automáticamente las consignas impuestas por la jefatura. Por eso Boris Yeltsin pudo disolver el Partido Comunista de la Unión Soviética en 1991, con sus 20 millones de miembros, sin que se registrara una simple protesta. La realidad, no la CIA ni la OTAN, había derrotado esa bárbara y contraproducente manera de organizar la sociedad. Me lo dijo con cierta melancolía Alexander Yakovlev, el teórico de la perestroika, en su enorme despacho de Moscú, cuando le pregunté por qué se había hundido el comunismo: "porque no se adaptaba a la naturaleza humana". Exacto.
 
¿Y los chinos? Los chinos, más pragmáticos, se habían dado cuenta antes. Les bastó observar el ejemplo impetuoso y triunfador de Taiwan, Hong Kong y Singapur. Eran los mismos chinos con diferente collar. Mao había muerto en 1976 y la estructura de poder inmediatamente rehabilitó a Deng Xiaoping para que comenzara la evasión general del manicomio colectivista instaurado por el Gran Timonel, un psicópata cruel dispuesto a sacrificar millones de compatriotas para poner en práctica sus más delirantes caprichos. Cuando el muro berlinés fue derribado, los chinos llevaban una década cavando silenciosamente en busca de la puerta de escape hacia una incompleta prosperidad sin libertades.
 
¿Por qué no cayeron o se transformaron las dictaduras comunistas de Cuba y Corea del Norte?  Porque estaban basadas en dinastías militares centralizadas que no permitían la menor desviación de la voz y la voluntad del caudillo. El Jefe controlaba totalmente el Partido, el parlamento, los jueces, militares y policías, más el 95% del miserable tejido económico, mientras mantenía firmemente las riendas de los medios de comunicación. El que se movía no salía en la foto. O salía preso, muerto o condenado al silencio. El aparato de poder era solo la correa de transmisión de los deseos del amado líder. No cabían las discrepancias y mucho menos las disidencias. Eran coros afinados dedicados a ahogar los gritos de la población.
 
Esta terquedad antihistórica ha tenido un altísimo costo. Cubanos y norcoreanos han perdido inútilmente un cuarto de siglo. Si las dos últimas tiranías comunistas hubieran iniciado a tiempo sus transiciones hacia la democracia, ya Cuba estaría en el pelotón de avanzada de América Latina, sin balseros, damas de blanco o presos políticos, y Corea del Norte sería otro de los tigres asiáticos. Lamentablemente, la familia de los Castro y la de los Kim optaron por mantenerse en el poder a cualquier costo. Los muros continuaban impasibles desafiando la razón y el signo de los tiempos.

tirania+cubana....jpg (720×481)
 
Página de Inicio


Primer  Anterior  2 a 2 de 2  Siguiente   Último  
Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 09/11/2014 17:59
Los huérfanos del Muro
El derrumbe del bloque soviético sentenció
la lucha armada y aceleró los procesos de paz en Centroamérica
  
1415480733_145989_1415486970_sumario_grande.jpg (980×682)
Fidel Castro recibe a Mijaíl Gorbachov (derecha) en La Habana, en abril de 1989.

                   POR BERTRAND DE LA GRANDE   |  EL PAÍS
Solo diez líneas dedicó Prensa Latina a la noticia que conmocionó al mundo. Bajo un título aséptico —“Anuncia la RDA apertura de sus fronteras”—, la agencia cubana relató el 9 de noviembre de 1989 que la República Democrática Alemana acababa de tomar una “disposición” administrativa por la cual “los ciudadanos podrán realizar viajes privados sin necesidad de explicar los motivos”. La palabra “muro” no figuraba en el teletipo. Tanta parquedad reflejaba el desconcierto imperante en La Habana.
  
El hecho trascendental que celebraban los medios occidentales era una catástrofe para los aliados de la Unión Soviética en el continente americano. Cuba y la Nicaragua sandinista estaban de luto. Las guerrillas todavía activas en la región, sobre todo el FMLNsalvadoreño, la URNG guatemalteca y, en menor medida, las FARCcolombianas, veían cómo se reducía su espacio logístico y diplomático con el debilitamiento del bloque comunista.
 
El viaje a Cuba de Mijaíl Gorbachov, unos meses antes, había puesto en evidencia el abismo que separaba al presidente soviético del entonces Máximo Líder, aferrado a la ortodoxia ideológica y detractor de las reformas económicas de la perestroika, vista desde La Habana como un remedo del capitalismo. “Hemos visto cosas tristes en otros países socialistas, cosas muy tristes”, diría más adelante Fidel Castro, en referencia a los cambios que llevaron dos años después al colapso de la URSS, con sus consecuencias devastadoras para la economía cubana, totalmente dependiente de los subsidios de Moscú.
 
Los acontecimientos del 9 de noviembre alarmaron también a los dirigentes sandinistas en Nicaragua. No se lo esperaban, pese a —o quizá por culpa de— sus estrechas relaciones con la Stasi, el aparato de inteligencia de la RDA, que manejaba con los cubanos la seguridad de los nueve comandantes de la revolución. Un año antes, la Stasi había tenido un papel relevante en la Operación Berta para cambiar manu militari la moneda nicaragüense, en un intento desesperado para frenar una inflación del 36.000%, que el Gobierno lograría reducir al 2.000% en 1989.
 
Cuando llegaron las noticias de Berlín, Nicaragua estaba inmersa en una campaña electoral muy tensa. A petición de la Casa Blanca, Gorbachov había convencido al Gobierno sandinista de adelantar al 25 de febrero de 1990 las elecciones, previstas para finales de ese año. Se trataba de buscar una salida política a la guerra entre las fuerzas sandinistas, apoyadas por La Habana, y una rebelión esencialmente campesina, la Contra, sostenida por Washington. Managua era entonces una pieza importante en el tablero geopolítico regional, y EE UU temía que El Salvador fuera la siguiente ficha en caer.
 
El Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) esperaba conseguir con esos comicios la legitimidad democrática para convencer a la comunidad internacional de la necesidad de desarmar a la Contra bajo la supervisión de Naciones Unidas. Enfrente, la Unión Nacional Opositora (UNO), coalición de 14 partidos de todo el espectro político, parecía no tener la más mínima posibilidad de ganar. Su candidata, Violeta Barrios, viuda de Joaquín Chamorro, asesinado durante la dictadura de Somoza, era un ama de casa sin experiencia política. En cambio, el FSLN contaba con la maquinaria avasalladora del Estado para imponer a su candidato, Daniel Ortega, que llevaba una década en el poder.
 
La Prensa,propiedad de la familia Chamorro, dedicó una extensa cobertura a los eventos de Berlín, incluyendo un editorial titulado “Caída del muro, un milagro de la historia”. Antonio Lacayo, yerno e inseparable asesor de la candidata de la UNO, vio la oportunidad que se les presentaba. “Supimos de inmediato que ese hecho histórico tendría repercusiones muy favorables para nosotros en la campaña contra los sandinistas”, cuenta en un libro publicado en 2005, La difícil transición nicaragüense. “Comentamos que si los alemanes eran capaces de quitarse de encima una dictadura de más de cuarenta años, nosotros podíamos quitarnos la nuestra de diez...”
 
No se equivocó. En contra de las encuestas, de la prensa internacional y de los diplomáticos, que vaticinaban una victoria holgada para Daniel Ortega, ganó Violeta de Chamorro con casi el 55% de los votos.
 
“La derrota electoral de los sandinistas fue nuestro Muro de Berlín, estábamos convencidos de que iban a ganar”, contaría más adelanteJoaquín Villalobos, uno de los cinco comandantes de la guerrilla salvadoreña, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que tenía su retaguardia en Managua. En cambio, los acontecimientos de noviembre de 1989 en Alemania no les afectaron “moralmente” y decidieron seguir con sus planes de lanzar una ofensiva militar sin precedentes contra la capital, San Salvador, y las principales ciudades del país.
 
Los tiempos políticos de Centroamérica no coincidían con los de Europa del Este. La guerrilla salvadoreña veía peligrar su supervivencia ante las presiones de EE UU sobre Gorbachov para detener las entregas de armas soviéticas a través de Cuba y Nicaragua. El FMLN soñaba aún con la conquista del poder por la vía de las armas, aunque sus mandos más realistas se conformaran con lograr un mayor control del terreno en previsión de una negociación.
 
Mientras agonizaba la Guerra Fría y los ciudadanos de Alemania Oriental celebraban su nueva libertad, los mandos del FMLN apuraban los últimos detalles de la Operación Hasta el Tope en las casas de seguridad puestas a su disposición por el Gobierno sandinista. El 11 de noviembre, un poco antes de las ocho de la noche, Radio Venceremos, la emisora de la guerrilla salvadoreña, recibió la comunicación de Joaquín Villalobos: “Ya estamos en el macho. De aquí por allá, no hay retroceso”, dijo desde Managua. Empezaba la ofensiva.
 
Los soviéticos montaron en cólera al sentirse engañados por sus aliados sandinistas, que se habían comprometido a cortar la ayuda logística al FMLN. El ministro de Asuntos Exteriores, Eduard Shevardnadze, uno de los más cercanos colaboradores de Gorbachov, había viajado a Nicaragua el mes anterior para anunciar la decisión de Moscú de colaborar con el plan de paz para Centroamérica, puesto en marcha dos años antes con el apoyo internacional.
 
Cerca de 4.000 salvadoreños murieron en las dos semanas de combates, entre guerrilleros, soldados y población civil. ¿Se logró algo? Según el escritor David Escobar Galindo, exnegociador del Gobierno, “la ofensiva del 11 de noviembre de 1989 abrió la posibilidad de la paz al demostrar que la guerra no se podía decidir militarmente”. Se había llegado al equilibrio del terror. Ambos bandos firmarían la paz en 1992 y, lejana consecuencia del derribo del Muro, el FMLN llegaría al poder por las urnas en 2009.
 
Bertrand de la Grange era corresponsal de Le Monde en Centroamérica en el momento de la caída del Muro.
 
545d66aa94107.jpg (612×342)
Vista de la instalación de luces que recorren el trazado del antiguo muro de Berlín
 
FUENTE  EL PAÍS


 
©2024 - Gabitos - Todos los derechos reservados