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General: Dos historias de prostitutas habaneras
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 09/11/2014 18:09
Dos historias de prostitutas habaneras
prostitutas_rostros_pixelados.jpg (600×400)
Por Iván García
A sus 78 años, con una sola comida al día y la nicotina estampada en sus dedos, por la cajetilla y media de cigarros que a diario se fuma, Sonia (nombre ficticio), aún conserva un atisbo de aquella belleza exótica que deslumbraba a los hombres ansiosos de una noche de juerga, sexo y alcohol.
  
Ahora mismo, con una espumadera remueve medio kilogramo de maní en una cazuela tosca y ennegrecida. En una antigua mesa de cedro, más de cien cucuruchos de papel blanco esperan ser rellenados.
  
Es su rutina diaria. “Este es un negocio de centavos y fluctuante. Cuando el maní lo puedo comprar a 10 o 12 pesos la libra, gano hasta 100 pesos diarios. Ahora la libra no baja de 18 pesos. Pero igual necesito ese dinero para mi sustento, que se resume en una comida caliente, pan de corteza dura y dos cajetillas de cigarro fuerte”, dice sin dejar de preparar el maní.
  
Como muchos ancianos, Sonia sufre los vaivenes y el rigor de las nuevas medidas económicas dictadas por el gobierno de Raúl Castro. No hay malla de seguridad que protege a los cubanos de la caída, después de 50 años donde el régimen fue el amo y señor de la vida de la gente.
  
Absolutamente todo dependía del Estado. Desde un carretel de hilo hasta un reloj despertador. Lo que el gobierno no te otorgaba era delito. “Ha sido muy duro para los más viejos. Me quedé sin palabras cuando una noche vi en la televisión al superministro Ramiro Valdés, decir que los cubanos nos habíamos acostumbrados a que el Estado nos lo diera todo. O es un sinvergüenza o un cínico. O las dos cosas. Nunca quisimos depender del Estado, fueron ellos quienes nos hicieron dependientes del Estado”, aclara Sonia con cierta dosis de rabia reprimida.
 
El olor a maní tostado inunda la pequeña sala de su apartamento en el barriada habanera de Lawton. Su casa es una copia fiel del promedio de las casas en Cuba. A gritos pide ser reparada. Necesita algo más que una mano de pintura.
 
“Tengo filtraciones en el techo y el baño. La cocina está en ruinas. Los muebles los heredé de mis padres hace 45 años. Todo es viejo y feo. Y lo peor es que con mi pensión de 198 pesos (8 dólares) y los pesos que me busco vendiendo maní, jamás la podré reparar”, cuenta Sonia.
 
“Yo fui prostituta. Ninguna mujer nace para serlo. Hubiera querido ser doctora o abogada. Pero donde nací, en el batey de un central azucarero en la provincia de Camagüey, esas aspiraciones para una joven de familia pobre era una fantasía”, confiesa la anciana.
 
Con 17 años llegó a La Habana. Había terminado el 6to. grado y quería hacer dinero para enviárselo a sus padres. Era atractiva y tenía buena figura y pensó que tal vez podía ser corista de un cabaret famoso como Tropicana o Montmrtre.
 
Pero para una chica ingenua y confiada, las grandes ciudades suelen ser un arma de doble filo. La primera vez que llegó a capital, todo la deslumbraba: las escaleras eléctricas de elegantes tiendas por departamentos y los edificios de muchos pisos. Descubrió que la calidad de vida era muy superior a la del resto del país.
 
"La Habana era una ciudad muy coqueta y con una agitada vida nocturna. Caí en manos de un tramposo. Un tipo apuesto que me metió en la mala vida. No abusaba de mí y tampoco me flagelé la primera vez que me acosté por dinero con un señor. Putear en Pajarito, en el barrio de la Victoria en Centro Habana, no era mi proyecto de vida. Pero tenía un cuerpazo que desquiciaba a los hombres. Me sobraban clientes", recuerda.
 
Entre sus clientes, había funcionarios del gobierno de Batista, militares y peloteros de la Liga Cubana Profesional. También gringos que venían de visita a La Habana. "A eso me dedicaba cuando triunfó la revolución. La noche del 31 de diciembre de 1958 andaba de parranda por varios clubes del Vedado con un cliente adinerado. Bebí tal cantidad de cerveza y champagne que la resaca el primero de enero de 1959 fue monumental", nos cuenta.
 
La guerra en el centro y oriente de la Isla a ella le sonaba como algo distante. Tal parecía que La Habana no quedaba en Cuba. "Es verdad que de vez en cuando aparecía un revolucionario muerto en la ciudad. Pero igual que ahora ocurre con los opositores, la mayoría de las personas tomaban distancia con aquéllos que se oponían a Batista”, rememora Sonia.
 
Con la llegada de Fidel Castro al poder, como miles de prostitutas, Sonia se enroló en proyectos educativos. “No te puedo decir cuando esto (el proceso) comenzó a joderse. Pero la idea de rehabilitar a miles de putas fue buena. También nos adoctrinaban. Muchas nos vestimos de milicianas".
 
Otras estudiaron y se convirtieron en profesionales. Sonia empezó a trabajar en un taller de confección de ropa. "Allí conocí a mi esposo, que falleció hace tres años. No pude tener hijos. Me siento muy sola. Espero que Dios no demore en llevarme con él, porque ya estoy sobrando en este mundo. En este país no hay espacio para viejos”, dice con los ojos húmedos.
 
La conversión no le impidió preparar 150 cucuruchos de maní tostado y salado. Si logra venderlos todo, compraría frijoles negros y un pedazo de pollo, su comida preferida. "Ah, y una cajetilla de cigarros fuertes. Los de moneda dura son mejores”, subraya.
 
Desde niña, a Sonia la educaron que la mejor comida de la semana se deja para el domingo. Y hoy es domingo.

 

 


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 09/11/2014 19:01
Dos historias de prostitutas habaneras (II)
 
Jineteras.jpg (300×217)
Prostitutas el oficio más facil y antiguo del mundo...
           Por Iván García / Desde Cuba
La primera vez que Yamilé se acostó con un hombre por dinero tuvo sensaciones encontradas.
“Me bañé tres veces. Como si quisiera corregir mi pecado. Pero luego con los 150 dólares que me dejó encima de una mesa de la habitación, a mi familia pude comprarle carne de res, pollo, pescado, queso y jamón. Tenía 19 años, un cuerpo de de campeonato y un rostro de modelo, pero con más necesidades que un forro de catre. Dejé a un lado el puritanismo y comencé a vivir a mi manera”, cuenta Yamilé diecisiete años después de haberse iniciado como prostituta.

Ya se sabe que la prostitución es el oficio más viejo del mundo. Los expertos pueden ofrecer mil teorías diferentes que motivan su práctica, pero en todas se puede encontrar el rastro del dinero.

En Cuba siempre hubo mujeres de vida alegre. Bayús legendarios y prostitutas sonadas. Pero la revolución de Fidel Castro aportó nuevos modus operandi.

Una ramera sueca cobra el sexo por hora. Y punto. Un segmento amplio de prostitutas cubanas tienen dos metas: una, cazar extranjeros de bolsillos amplios; dos, salir de la Isla vestidas de blanco, enganchadas al brazo de cualquier forastero.

Se les conoce con el término de jinetera. Una palabra que engloba algo más que sexo tarifado. Es ahora mismo una auténtica cultura nacional.

Jinetear es sinónimo de oportunismo y pillaje. Se puede jinetear a un pariente de Miami para que te envíe 300 dólares junto con la última versión de iPhone. O a un amigo para que pague media docena de cerveza clara.

Las jineteras en Cuba ya son tantas que asustan. Están en todas partes y al final de una noche de tragos y farras siempre se termina llamando a un par de ellas para montar un trío o un cuadro lésbico.

Existe un catálogo de precios. Desde las ‘matadoras de jugadas’ a 5 cuc la noche, hasta las refinadas que visten como funcionarias y se hartan de canapés y mojitos en cualquier recepción oficial.

Unas son más instruidas que otras. De manera desvergonzada, Fidel Castro reconoció en una entrevista que las jineteras cubanas estaban entre las más cultas del mundo.

Yamilé está en ese grupo. “Soy abogada, pero apenas he ejercido. Solo dos años de servicio social en un bufete destartalado en la Habana del Este. Una amiga de la Universidad fue la que me propuso salir a putear con ella. Tuvimos éxito. Era una mezcla de placer, visitar lugares vedados para la gente común, escapar de las doces horas de apagón y comer carne de res o caguama, todo un lujo para jóvenes de familias humildes”, acota.

Pero la belleza física tiene un plazo de caducidad. Ella lo sabía. “Entre ligues y ligues, mi plan fue iniciar una relación de pareja más o menos seria con algunos de mis ‘novios’. Calculé que un italiano apuesto y con cultura, podría ser el candidato. Pero el tipo me timó. Me creó un mundo perfecto. Una tarde de 2006 salí rumbo a Roma. Mi sueño era casarme, tener hijos y sacar de Cuba a mi familia”.

La primera decepción de Yamilé fue que su pareja vivía a mil millas de Roma. Ni siquiera tuvo tiempo para pasear por la ciudad vieja, romancear en una trattoria o visitar la Capilla Sixtina.

“Al llegar al aeropuerto de Fiumicino, el hombre que supuestamente conocía me lo cambiaron por otro. Era un vulgar proxeneta. Fuimos a parar a una villa de un pueblo italiano perdido. Casi todas las noches me llevaba toda clase de clientes. Eso sí, con buena pinta. Hice orgías con prostitutas de otras nacionalidades. Sabía hasta dónde podían llegar las personas que se dedican al negocio de la prostitución. Me tomé las cosas con calma. Él me amenazaba con matarme si llamaba a la policía o le contaba las cosas. Siempre te enganchan con el mismo cuento: cuando termines de pagar los gastos invertidos en ti, eres libre. Pero esa cuenta nunca se salda”, acota Yamilé.

Dice que una docena de cubanas que ella conoce se prostituyen en Italia. “Algunas escogieron ese camino. Otras fueron engañadas como yo. A fines de 2012 pude escapar hacia Cuba”.

Con algunos euros ahorrados montó una peluquería. “Quisiera ejercer como abogada. Pero aquí no vale la pena trabajarle al Estado. Estoy pensando emigrar temporal o definitivamente. La vida allá afuera no es tan bella o idílica como muchos cubanos suponen. Pero si trabajas duro y seriamente, se puede prosperar. Las cosas en Cuba están cada vez peor. Ya tengo 36 años, una edad en la que no puedes aspirar a vivir de la prostitución. Es un oficio de vida limitada”.


 
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