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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 27/11/2014 15:45
¿Podrían revisarse los diez mandamientos de Moisés a la luz del sol que alumbra hoy? 
 
israel_2011_039m.jpg (1280×853)
 * Más que poderse, es necesario hacerlo.
Cáscara amarga
Toda moral consiste en un conjunto de leyes o preceptos de obligado cumplimiento bajo sanción, sea del tipo que sea, que garantiza la cohesión del grupo y la tranquilidad de quienes lo componen. Pero lejos de ser un elemento petrificado, el grupo cambia según pasa el tiempo, se integran vivencias colectivas nuevas y se enfrenta al reto de permanecer unido, como enjambre de abejas que asegura el funcionamiento de la colmena porque cada cual sabe de antemano cual es su lugar. Es responsabilidad del individuo, en tanto que ladrillo que junto con otros igual que él sostiene un encofrado, no dejarse tragar por el rebaño y funcionar a la vez como un ser sano, íntegro, acorde con su naturaleza. Como nota musical que sirve para afinar toda la orquesta antes del concierto, los cambios, sean buscados, necesitados o fortuitos, parten siempre de la unidad. Las grandes personalidades fueron quienes movieron colectivos enteros: Sócrates hizo temblar los cimientos del pensamiento occidental hace más de dos milenios, Galileo cambió para siempre la visión del universo o Gandhi, que doblegó al imperio más poderoso de su época. No menos hizo Moisés quien, con más de ochenta años y tartamudo, dirigió a su pueblo hacia la libertad, según nos cuenta el mito bíblico. De este personaje parte el decálogo fundamental que ha guiado a más de la mitad del planeta. Fue válido para su pueblo, en el momento en el que se produjo, pero ¿podrían revisarse esos diez mandamientos a la luz del sol que alumbra hoy?.. Más que poderse, es necesario hacerlo.
 
Propondremos un nuevo decálogo que permita integrarnos en tanto que individuos que, como teselas perfectas de un mosaico, sirvan para sanar al colectivo entero.

No darás a nada ni a nadie el poder de ser quien eres, no revestirás de poder ningún símbolo ni te postrarás ante él: el mayor don de cada cual es el de la responsabilidad sobre sí mismo. Nada fuera de ti te salvará, y si lo hace, es porque te recordó tu propia potestad natural.


No te pondrás a prueba si sabes de antemano que no vas a cumplir lo que te prometiste. No prostituyas ni tu nombre ni tu palabra. No te desprecies por ser quien eres y cultiva aquello que amas en ti.

Santificarás cada día de tu vida, atesorarás cada momento del día, bendecirás cada latido de tu corazón que hace que tu sangre fluya, es decir, que vivas. La vida es pura fiesta, continua e inconmensurable. A pesar de que haya momentos desagradables, siempre merece la alegría, que no la pena, vivirla.

Honra tu capacidad de seguir adelante y de superarte ante la adversidad. Santifica tu pecho, lugar al que regresarás cada vez que estés dolido. Ama tu capacidad de acción y también tu habilidad para acogerte a ti mismo.

No matarás el espíritu genuino que hay en ti, tu capacidad de entusiasmarte, tu niño interior. Tampoco aniquilarás el de cada cual, más bien procurarás vivir dejando que cada cual viva lo suyo, sin interceder ni modificar nada, y menos aún si no fuiste invitado a hacerlo.

No te traicionarás a ti mismo queriendo seguir el camino que otros trillaron por pensar que es mejor que el que tú recorres. La vía hacia la autenticidad transita sendas solitarias. Ya te encontrarás con otros compañeros de viaje. De momento persevera en lo que eres, en lo que haces.

Nada para ti que no sea tuyo. Nada para los otros que no venga de ti. Exige lo que te mereces pero respeta lo que no te pertenece. No hay nada más triste que apropiarte de los logros de otros. Busca los tuyos, brillan más que el oro.

No mentirás, porque eso te divide a ti mismo entre lo que vives y tu ficción insana por vivir otra cosa. Sé auténtico y amarás lo que te rodea. Donde campa el amor, no hay lugar para la patraña. En lugar de calumniar, busca materializar esa mentira en una verdad.

No harás espacio en tu mente, en tu pecho, en tu sexo ni en tu cuerpo que te divida y te haga dudar de quien eres: escúchate antes de actuar, siente después de cada acción. Si no te acerca un paso más al centro de ti mismo, abandona. Que tus acciones se parezcan cada vez más a quien realmente eres.

No consentirás que la envidia se destile en tu hígado. No hay mayor desprecio hacia lo que uno es que despreciar lo que se tiene. Cuida de tu parcela siendo siempre ejemplo de ti mismo, así el mundo se convertirá en un inmenso jardín.

Alguien dijo aquello de “amarás al prójimo como a ti mismo”. Se escucha hasta la saciedad pero no se ejemplifica. No porque sea difícil, si no porque no se cumple la premisa básica: para amar al otro como a uno, antes hemos de amarnos en tanto individuos. Los oídos sucios en realidad entienden “odiar al otro como yo me odio” y lo materializan sin mayor dificultad.
 
Si somos individuos sanos, el dolor del otro, es mi dolor.
La derrota del otro, es la mía.
La virtud del otro, es mi virtud.
La prosperidad del otro, es mi riqueza.
Si quiero cambiar el mundo, antes tengo que cambiar mi vida.
Por respeto y amor hacia mí mismo y hacia los que vendrán.
Luis Miguel Andrés es profesor de filosofía y consultor personal


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