Los usaron los nazis; los rancheadores contra
los negros cimarrones, hoy las represivas Boinas Negras en La Habana
Algo muy nazi (foto JHF)
José Hugo Fernández | La Habana
“Esto es algo muy nazi”, le oí exclamar a mi amigo cuando caminábamos por la calle Prado. Se refería a un miembro de esas tropas represivas que aquí llaman boinas negras. El tipo estaba parado en la acera del Payret, junto a su perro policía sin bozal, exhibiendo una de las poses amedrentadoras que les caracterizan.
Mi amigo, que había volado desde Madrid a La Habana para reportar las incidencias del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, no es lo que podría calificarse como un crítico duro del régimen. Así que me resultó curiosa su observación, y aún más lo que agregó acerca de que nuestra dictadura siempre se está quejando de que los medios del “enemigo” le hacen mala prensa, pero en realidad –dijo- con estampas como las del boina negra y otras que se aprecian aquí en la vía pública, ellos, más que nadie, hacen su propia mala prensa.
En verdad, debe ser muy difícil tropezar con una imagen semejante en cualquier otra ciudad del mundo civilizado. El concurso de perros como auxiliares para activos del ministerio del interior es una práctica internacional, por lo demás muy valiosa, pero hasta dónde conozco, su uso se ubica regularmente en las aduanas, para la detección de drogas o de otros tráficos ilícitos. Asimismo resultan de gran ayuda para hallar víctimas de los terremotos, para identificar huellas en los robos y crímenes, o para salvar a la gente descarriada entre la nieve. Pero utilizar perros especialmente entrenados para agredir a las personas, no sólo es incivilizado, también es inhumano e indecente.
Incluso, se trata de una práctica que, según creo yo, debe ser repudiada por las instituciones defensoras de los animales, puesto que violenta la naturaleza de esos perros con la premeditada intención de servir al poder político convertidos en sicarios y prestos a coser a colmillazos a cualquier ciudadano ante una simple orden del otro animal que lo lleva encadenado. El colmo es que en La Habana a esos perros los sacan a la calle sin bozal, así que ni siquiera hará falta que les impartan la orden. Basta que cualquier ciudadano inocente e indefenso se les acerque entre el gentío para que esté expuesto a ser víctima de su ferocidad.
¿Necesita realmente el régimen valerse de una práctica tan primitiva y bárbara para atemorizar al pueblo? ¿Es que no dispone de todos los mecanismos y de una fuerza represiva que por, su número y su aparatoso equipamiento, destaca entre los principales barriles sin fondo de nuestra economía en crisis? ¿Acaso el pueblo no vivía ya suficientemente atemorizado antes de estos perros sin bozal?
Mi amigo lo ha visto como algo muy nazi. Y claro que no le faltó tino a su acotación. Sin embargo, antes que a los nazis, a mí el cuadro me recuerda a los antiguos rancheadores de la época esclavista, quienes disfrutaban atojando a sus fieros canes contra los esclavos que se resistían a entrar en el aro. No en balde a los perros de los boinas negras se les nota una especial predisposición contra los descendientes de aquellos nobles, sufridos y valientes hijos de África.