Crímenes de odio: ¿quiénes responden? Muchos cubanos muestran indiferencia frente a los crímenes por la preferencia sexual
Jóvenes de un barrio marginal de La Habana.
Por Ernesto Pérez Chang | La Habana |
No hace mucho, en la barriada de La Güinera, una de las zonas más pobres de La Habana, fue encontrado el cadáver de un hombre de unos 50 años de edad. Según comentan los vecinos del lugar, el cuerpo, parcialmente desnudo, había sido abandonado al fondo de su casa, en un hierbazal cercano a las Ocho Vías. Exhibía marcas de extrema violencia en la cabeza y los brazos. De voz de algunos testigos del hallazgo, también pudimos conocer que se trataba de un tal Yoyi, un hombre muy conocido en los barrios colindantes por dedicarse a la venta de ropas que él mismo importaba desde Ecuador.
Debido al nivel adquisitivo de la víctima, se comenta que la muerte pudo ser consecuencia de un asalto sólo “para robarle”, sin embargo, según declaraciones de una vecina muy cercana a Yoyi, en la casa no faltaba nada. Junto a este detalle hay otro que llama aún más la atención: el asesinato no ha causado ni asombros ni revuelos a diferencia de otros crímenes que casi a diario se producen en la zona, y algunos se atreven a opinar que la razón es que Yoyi era homosexual.
Según el testimonio de un joven de la localidad, lo sucedido es como una especie de “castigo merecido” porque: “siempre andaba con esa pajarería y en esa casa entraba todo el mundo”.
Otros testimonios recogidos en las cercanías del lugar son muy similares en su intolerancia y permiten ver que una buena parte de la población muestra una preocupante imperturbabilidad frente a los crímenes donde se sospechan
manifestaciones de odio por la preferencia sexual.
Si bien es cierto que en otros países de Latinoamérica y sobre todo en el Caribe, debido a factores sociales, es posible encontrar actitudes parecidas, también sucede que el fenómeno, en Cuba, adquiere matices muy específicos debido a los años en que el propio discurso político oficial promovía la intolerancia y las reacciones violentas contra la diversidad sexual al incluir, muy deliberadamente, la homosexualidad entre las “figuras delictivas”.
No tengo que vivir con miedo, dice Adrián
Adrián, un joven de 24 años, dice haber sido atacado por una pandilla de delincuentes cuando salía de una discoteca en la barriada de Mantilla. Según nos refiere, las agresiones comenzaron desde que abordó el ómnibus en la madrugada mientras intentaba regresar a su casa:
“La guagua [ómnibus] estaba casi vacía y yo, para que ni me vieran, me senté detrás de los chiquitos que venían borrachos. No pasaron ni cinco minutos y comenzaron a gritarme cosas y a jalarme la ropa. En el asiento detrás de mí venía un policía y yo pensé que él les iba a decir algo pero cuando miré, se estaba haciendo el dormido. Yo me levanté y me senté en un asiento detrás del chofer, entonces vino uno de los muchachos y me echó algo en la cabeza, no sé si era agua o qué sé yo, y entonces le grité pero él me tiró un piñazo y por miedo a que me fueran todos arriba a golpes, porque eran cinco, le grité al chofer que parara y llamé al policía pero el muy hijo de puta me dijo que él no estaba de servicio y que yo no tenía que andar por la calle a esa hora. El chofer no paró y yo vi cómo se reía con otro estúpido, cuando me bajé en la entrada de El Eléctrico. Los chiquitos se bajaron y empezaron a gritarme loca y maricón y yo comencé a correr, entonces uno me tiró una piedra y me cayeron a atrás. Después sentí que me dieron un piñazo por la espalda y me tiraron en el piso y me fueron arriba”.
“Como empecé a gritar, entonces salió el custodio de la tienda y se mandaron a correr. Yo fui solo [a la Policía] porque el custodio dice que él no vio nada, hice la denuncia, estaba todo magullado y ni siquiera me hicieron fotos ni me preguntaron cómo me había hecho eso, les dije que sabía dónde vivían dos de los chiquitos pero hasta ahora no me han dicho nada. Me volvieron a decir lo mismo que el otro imbécil, que no tenía que andar a esa hora por la calle, así que fui por gusto. La gente lo ve todo como si fuera yo el culpable, incluso en mi casa me dicen lo mismo, pero yo no tengo por qué vivir con miedo. A mí nadie me va a encerrar en la casa”.
Por otra parte, sin ningún tipo de contención, Ismael, un joven de apenas 20 años y residente en el mismo barrio de Adrián, nos refiere el rechazo que siente por los homosexuales y nos cuenta sobre lo que sucede en su escuela:
“Yo no me meto en lo que haga la gente pero eso es una puercada. A esos tipos hay que mantenerlos bien lejos. Si uno se me acerca le rajo la cara. Parecen jevitas [mujeres] y todos tienen SIDA porque son unos puercos. Ellos mismos se buscan eso. En mi aula hay uno que todo el mundo lo tiene encañonado. Hasta los profesores lo llevan a pan y agua a ver si mejora pero el tipo es como una niñita, por todo llora. Los otros días lo pusieron a limpiar el baño y el director lo ha parado en el matutino una pila de veces, le ha dicho cosas, lo pone a limpiar las ventanas y nada, el tipo sigue igual. Es un descarao, después tú lo ves mirando a los hombres”.
Una profesora de Psicología de la Universidad de La Habana que, para evitar represalias, nos ha pedido discreción, reconoce que el agravamiento del fenómeno de la homofobia es consecuencia, en gran medida, de los años de legitimación de una conducta:
“Los abuelos, los padres, ellos mismos se han educado escuchando que la homosexualidad es una degeneración, un ‘subproducto’ defectuoso de la sociedad donde se reúnen los peores males. La represión y la autorrepresión han sido modos de sobrevivencia. Durante años, en las normas educativas de los ministerios de educación [de Cuba], en la pedagogía, se contemplaban acciones violentas para corregir la homosexualidad. Acciones que muchas veces condujeron al suicidio o a la impunidad ante los crímenes de odio. En Salud Pública, ni hablar; y en cultura, ya sabes todo lo que se ha escrito. Pero a la vez se escribieron, se discutieron y publicaron cientos de tesis sobre ‘el mal de la homosexualidad’ y hasta existían proyectos de experimentación. Se otorgaron grados científicos que hoy debieran ser revisados.”
“Los psicólogos teníamos que buscar una solución para ya [urgente] y hasta traían especialistas de la República Democrática Alemana (RDA) y la Unión Soviética para decirnos cómo tratar la homosexualidad. Se hablaba en términos de ‘combatir’, ‘erradicar’, ‘impedir’ y los sujetos fueron paulatinamente deshumanizados hasta este punto en que hasta las autoridades restan importancia a los asesinatos. ¿Acaso no se trataba de una especie de exterminio solapado? Cuando yo asisto a las conferencias sobre el tema me quedo asombrada porque nadie va al meollo de la cuestión. Nuestra mentalidad latina es machista, es verdad, pero hay quien utilizó ese componente para crear enemigos y fantasmas donde no los había, lo manipuló, lo agravó y ahora ni siquiera pide perdón, y tú sabes a quién me refiero.”
Sin ofrecer disculpas ni mostrar remordimientos por sus reiteradas violaciones de los derechos humanos, Fidel Castro, desde los inicios de la revolución cubana promovió la idea absurda de erradicar la homosexualidad en la isla y la convirtió en una tarea indispensable para la construcción del socialismo. Su labor de “saneamiento” se patentiza en cualquiera de las intervenciones públicas donde abordó los temas de la juventud o la educación. Por ejemplo, el 13 de marzo de 1963, en la escalinata de la Universidad de La Habana, Fidel se refería a los homosexuales con términos verdaderamente fascistas:
“Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos [RISAS]; algunos de ellos con una guitarrita en actitudes ‘elvispreslianas’, y que han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre”.
Y más adelante continuaba: “Que no confundan la serenidad de la Revolución y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la Revolución. Porque nuestra sociedad no puede darles cabida a esas degeneraciones [APLAUSOS]. La sociedad socialista no puede permitir ese tipo de degeneraciones. ¿Jovencitos aspirantes a eso? ¡No! ‘Arbol que creció torcido…’ . Hay unas cuantas teorías, yo no soy científico, no soy un técnico en esa materia [RISAS], pero sí observé siempre una cosa: que el campo no daba ese subproducto. Siempre observé eso, y siempre lo tengo muy presente”.
Y en ese mismo discurso terminaba criminalizando la homosexualidad: “Estoy seguro de que independientemente de cualquier teoría y de las investigaciones de la medicina, entiendo que hay mucho de ambiente, mucho de ambiente y de reblandecimiento en ese problema. Pero todos son parientes: el lumpencito, el vago, el elvispresliano, el ‘pitusa’ ([RISAS]. Entonces, consideramos que nuestra agricultura necesita brazos [EXCLAMACIONES DE: ‘¡Sí!’]; Parece que no han adquirido conciencia clara del país en que están viviendo, y parece que pretenden ignorar que el proletariado tiene la mano dura, porque trabaja duro, con hierros. Y el proletariado tiene la mano dura cuando hay que tenerla”.
La incitación a la violencia contra los homosexuales no concluye con ese discurso. Al mes siguiente, en las conclusiones del Primer Congreso Nacional de Maestros de Vanguardia “Frank País”, asegura que, con sus métodos, llegará “a forjar una sociedad enteramente nueva limpia de muchas de las lagunas y de las debilidades de nuestra sociedad actual”. Tales extremismos serán definitivamente institucionalizados en los acuerdos del Primer Congreso de Educación y Cultura de 1971 y, como nadie de la cúpula dirigente se ha tomado el trabajo de revocarlos oficialmente, son los que continúan rigiendo en todas las esferas de la sociedad.
Desde el discurso del 13 de marzo de 1963 hasta la actualidad, cuando aún las zonas más frecuentadas por los gays son patrulladas por policías y perros entrenados, la idea de considerar la homosexualidad como una conducta social castigable fue creando los marcos de permisibilidad para marginar a los marcados como “diferentes” y para ignorar los crímenes de odio que cada día tienden a incrementarse.
Mientras otros países avanzan en sus legislaciones, en materias de igualdad y respeto a la diversidad sexual, muy a pesar de lo que diga o haga ese instrumento oficialista llamado CENESEX (cuyo principal objetivo ha sido siempre blanquear la historia real), en Cuba estos asuntos continúan abordándose bajo un manto de dobleces, sin pronunciamientos necesarios y sin deslindar responsabilidades.