El Titanic, un barco de ensueño hundido por culpa del hombre
La superviviente del Titanic que fue acusada de sobornar a la tripulación de su bote para salvarse La mujer –a la que un tribunal declaró inocente- fue ubicada en una barca casi vacía el día del terrible naufragio
Han pasado ya más de 100 años desde que uno de los transatlánticos más famosos de la Historia, el RMS Titanic, chocó contra un iceberg y fue condenado a morar en lo más profundo del océano Atlántico.
No obstante, y a pesar del tiempo que ha pasado desde su hundimiento, este buque vuelve a estar de moda gracias a Lucile Duff-Gordon, una aristócrata británica que –tras el hundimiento- fue acusada de haber sobornado a la tripulación del bote salvavidas en el que viajaba para que no regresasen a por más supervivientes. Todo ello, a pesar de que la barca se encontraba medio vacía.
Concretamente, esta mujer ha regresado a la memoria colectiva gracias a una carta que escribió durante la investigación que el gobierno británico hizo del trágico naufragio. Por entonces, mientras trataba de limpiar su nombre de esta grave acusación de corrupción –cosa que finalmente logró- redactó y envió una misiva a un amigo en la que le informaba de los malos momentos que estaba atravesando y de la mala prensa que tenía. Es precisamente este mensaje el que, más de un siglo después, será subastado en la casa RRauction por un buen pellizco (según su tasación, entre 4.000 y 6.000 dólares inicialmente).
La mala suerte de la aristócrata Al embarcar en el Titanic, Lucile Duff-Gordon era una reconocida aristócrata y diseñadora de moda de 48 años. Entre otras cosas, esta mujer se había hecho famosa por –tal y como explica el «Daily Mail»- utilizar la cultura de la celebridad para atraer a los clientes hacia sus productos. En su momento, algo totalmente innovador.
Como adinerada que era, ella y su marido (Sir Cosmo Duff-Gordon, de 49 años) adquirieron un billete de primera clase que, a día de hoy, podría costar hasta 3.200 euros –una cifra, entonces, solo apta para los que contaban con una cartera bastante llena-.
El día del naufragio, Lucile y su marido fueron embarcados en un bote salvavidas con tan sólo 12 personas en su interior -eso, a pesar de que su capacidad era de 40-. Algo llamativo si se considera que, como es mundialmente conocido, no había barcas suficientes para todo el pasaje.
Sin embargo, y tal y como se ha analizado tras la catástrofe, ese no fue un hecho aislado, pues muchos miembros de la tripulación consideraban que, a pesar del impacto, el navío no se iría a pique.
Fuera como fuese, lo cierto es que los escasos pasajeros que transportaba esta barca se encontraron a los pocos minutos a una distancia considerable del Titanic, que terminó hundiéndose entre las dos y las tres de la mañana del 15 de abril. Tuvieron la suerte de salvarse.
Al llegar a puerto, sin embargo, tanto ella como su marido fueron acusados de haber sobornado a la tripulación para no volver a rescatar a más náufragos (puesto que una avalancha humana podría volcar el bote).
Lucile Duff-Gordon superviviente del Titanic
Una carta clamando al cielo Las acusaciones –infundadas, como se demostró posteriormente- provocaron que la diseñadora y su marido tuvieran que testificar ante el juez durante la investigación sobre el hundimiento -la cual se llevó a cabo en mayo de ese mismo año-. Durante ese proceso, Lucile envió una carta privada a un amigo explicándole que se sentía perseguida por la prensa. «Parece que no hemos hecho lo correcto al ser rescatados. Es vergonzoso», escribía.
La suerte quiso que la pareja fuera declarada inocente y, además, también ha consideado que es oportuo hacer llegar la misiva hasta el siglo XXI, donde un afortunado podrá llevársela a casa si está dispuesto a rascarse el bolsillo. «La correspondencia de pasajeros del Titanic de cierto estatus con un contenido tan excepcional se encuentran muy raramente, y es más difícil aún que esté escritas justo después de la tragedia», afirma Bobby Livingston, vicepresidente ejecutivo de RRAuction, en declaraciones recogidas por le diario británico.