Los cubanos de a pie tal vez esperan demasiado con las nuevas realidades, e imaginan escenarios que serían maravillosos si pudieran materializarse, aunque no parezcan los más probables.
Los de Miami quisieran que para las visitas a la Isla, si son cubanos y ciudadanos americanos a la vez, no se exija el pasaporte cubano. Y que los precios de trámites bajen (pasaportes, pasajes, aranceles). Y que el costo de llamar por teléfono a Cuba sea menor que el que se paga para hablar con Azerbaiján, Botswana, Groenlandia o Micronesia.
En la Isla, muchos aspiran a que las nuevas relaciones alivien poco a poco las angustias y restricciones para sobrevivir. Que aparezca el prometido vaso de leche diario para cada cubano. Encontrar alimentos a precios accesibles. Que mejore el transporte. Que alcance el salario. Obtener ropa y calzado con mínimo de calidad y precios. Reparar viviendas. Tener acceso a elementos cotidianos de la vida moderna, como Internet, teléfonos celulares con servicios y precios decentes, prensa y televisión sin censura, correo electrónico, y acceso a las redes sociales.
Ni allá ni aquí se les oye hablar demasiado de libertades civiles, derechos humanos, cese de la represión y otros “detalles” que son los que en realidad garantizan todo lo que se desea en todas partes: mayor calidad de vida, comunicaciones económicas, o acceso a bienes básicos a precios accesibles. Como si bastara con lo material para que todos los problemas estuvieran resueltos. Como si Cuba, su historia, cultura e idiosincrasia fueran iguales que en China o Vietnam.
Que cubanos dentro de la Isla, aplastados por la represión, necesidades cotidianas y falta permanente de información, se creen expectativas más allá de lo plausible, se comprende. Igual que los cubanos viviendo en el exterior trabajando muy duro quisieran que las cosas cambien en Cuba para ayudar y visitar a familiares y amigos. Son razones humanas.
Sin embargo, no son posiciones de quienes pretenden ser “expertos” del tema cubano, que deberían ser más cuidadosos al opinar, y darse cuenta de en cuantas oportunidades repiten argumentos del régimen o lo que conviene a la dictadura. De ellos se esperaría más cordura y frialdad de mente para analizar y expresarse en público.
Ya Raúl Castro mostró claramente que, más que ver las nuevas relaciones como fruto de una negociación donde se recibe y se entrega, las ve como victoria del régimen, y que las políticas de “la revolución” no cambiarían. Mientras la subsecretaria de Estado para el Hemisferio Occidental, Roberta Jacobson, que está en Cuba, dijo que EEUU no tenía “ilusiones” sobre la vocación democrática del régimen o su voluntad de cambio inmediato hacia políticas diferentes.
Basta observar las exigencias del régimen a Washington hechas públicas para saber por donde irán los tiros: desde el levantamiento del embargo y la modificación de la Ley de Ajuste Cubano, pasando por exigir compensaciones por más de medio siglo de embargo y retirar al país de la lista de patrocinadores del terrorismo, hasta que supuestas organizaciones no gubernamentales oficialistas (¿CDR, FMC, CTC, FEU, FEEM, Pioneros?) reciban parte de la ayuda que Estados Unidos destinará a la sociedad civil cubana.
A pesar de ello, hay quienes siguen “analizando” nuevos escenarios como si nada de lo anterior hubiera sido público y como si tuvieran información privilegiada para ignorar realidades evidentes y vislumbrar otras que solamente ellos conocen.
Se repite como un mantra, por ejemplo, que la Ley de Ajuste Cubano estaría en peligro, y que eso es lo que desea La Habana. Los comisionados del condado Miami-Dade, ¿poniéndose del lado de La Habana?, se plantearon discutir oficialmente el asunto y proponer su derogación, a pesar de no tener ni autoridad ni alcance para decidir sobre el tema en algún sentido. Así que todo era para que quedara en ejercicio retórico.
A pesar de lo que parezca por la exigencia del régimen de modificar dicha ley, no necesariamente es su intención. Los iluminados no parecen analizar que si esa ley se deroga el régimen perdería una válvula de escape muy conveniente para mantenerse en el poder (quienes emigran o pretenden hacerlo no andan creando tensiones en el país), a la vez que se limitaría una fuente de remesas y envíos de productos a la Isla que es parte del oxígeno que tanto necesita la dictadura. Y este es solamente un ejemplo de muchos posibles.
El futuro de las relaciones Cuba-EEUU no es cuestión de demócratas o republicanos. Es asunto, simplemente, del establishment, que no tiene partido ni ideología, solamente intereses. Los intereses de Estados Unidos, de nadie más. Afortunadamente.
Y para entender la prioridad del tema “Cuba” en el gobierno de EEUU, basta saber que el discurso del Estado de la Unión, pronunciado por Obama la noche del martes, fue de 6.581 palabras, pero el único párrafo donde mencionó a Cuba tenía 127.
Algo resulta evidente, aunque no nos guste: no estamos completamente preparados para enfrentar las nuevas realidades, para decirlo bastante suavemente. Después de, con razón, acusar continuamente al régimen de inmovilismo y estar estancado en la cantaleta de la Guerra Fría, tanto el exilio como la oposición interna en Cuba tienen que pensar ahora cómo enfrentar las nuevas realidades y apresurarse en hacerlo, para no quedar al margen de todo lo que está sucediendo y lo que pueda suceder.
O para decirlo más exactamente, para no seguir quedando al margen.