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General: Murió Pedro Lemebel, escritor de la marginalidad social y de la homosexualidad
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: administrador2  (Mensaje original) Enviado: 25/01/2015 14:51
Maquillaje, rabia y provocación
Pedro Lemebel (1952-2015)
El único escritor chileno que se maquillaba y usaba zapatos de taco alto -al menos en público- irrumpió
de manera casi subversiva en la escena artística nacional, para terminar convirtiéndose en un fenómeno de ventas y popularidad.
Pedro Lemebel fue seguramente el único escritor chileno que se maquillaba y usaba zapatos de taco alto, al menos en público. Maquillaje y tacones fueron parte de la propuesta contestataria de este escritor, que de ser un niño pobre criado a orillas de un basural y un artista travestido que usaba la provocación como herramienta de denuncia política, pasó a ser uno de los autores chilenos más comentados y exitosos de las últimas décadas.
  
Pedro Mardones Lemebel, hijo de Pedro y Violeta, nació en 1952, literalmente en la orilla del Zanjón de La Aguada. Vivió en medio del barro hasta que, a mediados de la década siguiente, su familia se mudó a un conjunto de viviendas sociales en avenida Departamental. En ese medio, en el cual los niños tenían limitado acceso a la educación, ingresó a un liceo industrial donde se enseñaba forja de metal y mueblería y, posteriormente, cursó estudios en la Universidad de Chile, de donde egresó con un título de profesor de Artes Plásticas.
 
Sus primeros acercamientos sistemáticos a la literatura ocurrieron en un taller literario a comienzos de los ochenta, donde empezó a escribir cuentos. También participó en algunos concursos menores, como el organizado por la Caja de Compensación Javiera Carrera, donde obtuvo un premio por su cuento "Porque el tiempo está cerca", publicado en una antología de 1983. El autor tenía entonces 26 años y trabajaba como profesor de Artes Plásticas en dos liceos, de los cuales fue despedido ese mismo año, presumiblemente por su apariencia, ya que no hacía mucho esfuerzo por disimular su homosexualidad. Después de esa experiencia no volvió a hacer clases y decidió concentrarse en los talleres de escritura. Allí fue forjando redes intelectuales, políticas y afectivas, principalmente con escritoras feministas y de izquierda como Pía Barros, Raquel Olea,Diamela Eltit y Nelly Richard, quienes lo acogieron y vincularon a instituciones que estaban a medio camino entre la cultura marginal de resistencia a la dictadura y la academia oficial.
 
Sin embargo, su inserción en las filas de la militancia de   izquierda  fue problemática, ya que su homosexualidad tampoco fue bien recibida en ese círculo. La primera vez que usó sus famosos tacones fue en 1986, en una reunión de los partidos de izquierda en la Estación Mapocho, donde el escritor leyó su manifiesto "Hablo por mi diferencia", ante una audiencia perpleja. Ese mismo año, Pedro participó con siete relatos suyos en la antologíaIncontables, editada por el taller de Pía Barros.
 
En algún momento indeterminado de aquellos años revueltos, la vida artística de Pedro Mardones Lemebel tomó un giro sorprendente. Pasó del anonimato literario a la performance artística, al formar junto al poeta Francisco Casas el dúo "Las Yeguas del Apocalipsis", que se caracterizó por irrumpir de manera sorpresiva y provocadora en lanzamientos de libros y exposiciones de arte, transformándose a poco andar en un mito de la contracultura. Para esa misma época, Pedro adoptó exclusivamente su apellido materno, dejando atrás el nombre con el que había firmado sus primeros trabajos literarios. De este modo fue dejando atrás al personaje teatral, para consolidarse definitivamente como escritor.
 
En 1995 Lemebel publicó su primera colección de crónicas, La esquina es mi corazón y al año siguiente creó un programa en Radio Tierra, llamado "Cancionero", donde leía crónicas ambientadas con sonidos y música incidental. A partir de entonces comenzó a convertirse en un cronista urbano que husmeaba por los pliegues más oscuros de la vida cotidiana chilena. En los años siguientes publicó Loco afán y De Perlas y cicatrices, nuevas recopilaciones de crónicas en las que se fue afianzando su singular voz literaria, que mezclaba lo barroco y lo marginal en un tono de provocación y resentimiento.
 
Hacia fines de la década de los noventa, Lemebel -que ya era un personaje popular- se consolidó como figura literaria en el ambiente local y emprendió su proyección internacional. En el año 2001 incursionó en la novela con Tengo miedo torero, volumen que permaneció durante más de un año entre los libros más vendidos en el país, además de ser traducido a diversos idiomas. Posteriormente, continuó desarrollando su labor de cronista publicando títulos de crónicas como Zanjón de la Aguada y Adiós mariquita linda.
 
Murió el 23 de enero de 2015, a los 62 de años de edad, aquejado de un cáncer a la laringe. Solo un par de semanas antes, había recibido un homenaje por parte de actores, artistas y escritores nacionales, al que asistió pese a encontrarse hospitalizado.
 


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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: administrador2 Enviado: 25/01/2015 15:20
 Pedro Lemebel, desafiantemente homosexual y grande de las letras chilenas.
El escritor y artista plástico Pedro Lemebel falleció en la madrugada de este viernes 23 de enero 2015 (hora local) en Providencia, Santiago de Chile, a la edad de 62 años .

pedro_lemebel.jpg (600×400)
A sido un acérrimo partidario del comunismo en Chile.
 
 
Manifiesto (hablo por mi diferencia)
Pedro Lemebel
No soy Pasolini pidiendo explicaciones
No soy Ginsberg expulsado de Cuba
No soy un marica disfrazado de poeta
No necesito disfraz
Aquí está mi cara
Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Me apesta la injusticia
Y sospecho de esta cueca democrática
Pero no me hable del proletariado
Porque ser pobre y maricón es peor
Hay que ser ácido para soportarlo
Es darle un rodeo a los machitos de la esquina
Es un padre que te odia
Porque al hijo se le dobla la patita
Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro
Envejecidas de limpieza
Acunándote de enfermo
Por malas costumbres
Por mala suerte
Como la dictadura
Peor que la dictadura
Porque la dictadura pasa
Y viene la democracia
Y detrasito el socialismo
¿Y entonces?
¿Qué harán con nosotros compañero?
¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos
con destino a un sidario cubano?
Nos meterán en algún tren de ninguna parte
Como en el barco del general Ibáñez
Donde aprendimos a nadar
Pero ninguno llegó a la costa
Por eso Valparaíso apagó sus luces rojas
Por eso las casas de caramba
Le brindaron una lágrima negra
A los colizas comidos por las jaibas
Ese año que la Comisión de Derechos Humanos
no recuerda
Por eso compañero le pregunto
¿Existe aún el tren siberiano
de la propaganda reaccionaria?
Ese tren que pasa por sus pupilas
Cuando mi voz se pone demasiado dulce
¿Y usted?
¿Qué hará con ese recuerdo de niños
Pajeándonos y otras cosas
En las vacaciones de Cartagena?
¿El futuro será en blanco y negro?
¿El tiempo en noche y día laboral
sin ambigüedades?
¿No habrá un maricón en alguna esquina
desequilibrando el futuro de su hombre nuevo?
¿Van a dejarnos bordar de pájaros
las banderas de la patria libre?
El fusil se lo dejo a usted
Que tiene la sangre fría
Y no es miedo
El miedo se me fue pasando
De atajar cuchillos
En los sótanos sexuales donde anduve
Y no se sienta agredido
Si le hablo de estas cosas
Y le miro el bulto
No soy hipócrita
¿Acaso las tetas de una mujer
no lo hacen bajar la vista?
¿No cree usted
que solos en la sierra
algo se nos iba a ocurrir?
Aunque después me odie
Por corromper su moral revolucionaria
¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?
Y no hablo de meterlo y sacarlo
Y sacarlo y meterlo solamente
Hablo de ternura compañero
Usted no sabe
Cómo cuesta encontrar el amor
En estas condiciones
Usted no sabe
Qué es cargar con esta lepra
La gente guarda las distancias
La gente comprende y dice:
Es marica pero escribe bien
Es marica pero es buen amigo
Súper-buena-onda
Yo no soy buena onda
Yo acepto al mundo
Sin pedirle esa buena onda
Pero igual se ríen
Tengo cicatrices de risas en la espalda
Usted cree que pienso con el poto
Y que al primer parrillazo de la CNI
Lo iba a soltar todo
No sabe que la hombría
Nunca la aprendí en los cuarteles
Mi hombría me la enseñó la noche
Detrás de un poste
Esa hombría de la que usted se jacta
Se la metieron en el regimiento
Un milico asesino
De esos que aún están en el poder
Mi hombría no la recibí del partido
Porque me rechazaron con risitas
Muchas veces
Mi hombría la aprendí participando
En la dura de esos años
Y se rieron de mi voz amariconada
Gritando: Y va a caer, y va a caer
Y aunque usted grita como hombre
No ha conseguido que se vaya
Mi hombría fue la mordaza
No fue ir al estadio
Y agarrarme a combos por el Colo Colo
El fútbol es otra homosexualidad tapada
Como el box, la política y el vino
Mi hombría fue morderme las burlas
Comer rabia para no matar a todo el mundo
Mi hombría es aceptarme diferente
Ser cobarde es mucho más duro
Yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero
Y ésa es mi venganza
Mi hombría espera paciente
Que los machos se hagan viejos
Porque a esta altura del partido
La izquierda tranza su culo lacio
En el parlamento
Mi hombría fue difícil
Por eso a este tren no me subo
Sin saber dónde va
Yo no voy a cambiar por el marxismo
Que me rechazó tantas veces
No necesito cambiar
Soy más subversivo que usted
No voy a cambiar solamente
Porque los pobres y los ricos
A otro perro con ese hueso
Tampoco porque el capitalismo es injusto
En Nueva York los maricas se besan en la calle
Pero esa parte se la dejo a usted
Que tanto le interesa
Que la revolución no se pudra del todo
A usted le doy este mensaje
Y no es por mí
Yo estoy viejo
Y su utopía es para las generaciones futuras
Hay tantos niños que van a nacer
Con una alíta rota
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
Les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar.
 
 
En Paz Descance  Cuba Eterna 
luto-antonio-puerta.jpg (236×335)

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: administrador2 Enviado: 25/01/2015 16:25
 El fugado de la Habana
(o un colibrí que no quería morir a la sombra del sidario)
 
jornadas_por_la_diversidad_20120015.jpg (1024×768)
           - PEDRO LEMEBEL 
flag5.gif (2426 bytes)Ocurrió uno de esos días en que el amor es una boca ardiente respirando su vaho por las veredas de La Habana. Se inauguraba la Sexta Bienal de Arte en Cuba, y como invitado oficial, me calcé los taco agujas encaminándome a la Plaza de La Catedral por el empedrado disparejo de la ciudad vieja. Ya los chicos jineteros no me pedían dólares, se habían acostumbrado a los continuos paseos de una loca chilena tambaleándose en los adoquines coloniales de esas callejuelas estrechas, donde no cabían autos, pero sí las llenaba el jolgorio fiestero de los mancebos mulatos balanceando sus presas en el cañaveral erótico de la tarde.
 
Princesa dónde va. Reina dónde quiere ir, murmuraba ese tropel de jóvenes refrescándose del calor en la vereda. Con esa forma dulce que usan para piropear los habaneros.
 
Con ese cántico querendón que te arrulla, que te sonroja como una orquídea quinceañera, vas por ahí, vaiveando la calzada al ritmo de sus besos, sus insinuaciones y sus dichos. Y ya no tienes cuarenta años, ni treinta, ni veinte, cuando a lo lejos se escucha un son (siempre se escucha música por alguna ventana abierta, donde una negra borda su melancólico cantar). Siempre hay gente en la calle, sobre todo a esta hora, cuando la banda municipal da el vamos a la Sexta Bienal de Arte en medio de la plaza, en medio de los cabros chicos que corren alborotados por el retumbar de los clarines. Los cabros chicos que miran curiosos mis tacoaltos y aplauden la llegada de las autoridades a este evento.
 
Y fue entonces allí, a todo sol, cuando se me borró todo. Cuando quedó la plaza desierta por el brillar de unos ojos clavados en mi como dardos de templado metal. Unos ojos pestañudos que me hicieron perder el paso con su preguntona insistencia, con su infantil saludo de manos mojadas por el temblor de ese encuentro.
 
Me llamo Adolfo, soy pintor y quería conocerte, me dijo. Y me tuvo que repetir la frase, porque yo había quedado amnésica ante tanta belleza. Tuve que contener el aire para preguntarle: ¿Por qué la tarde olía a azahares frescos? Será que alguna boda o funeral se ha dado cita en esta plaza, me contestó con una furia contenida, mirando con rabia la alegría de aquella fiesta. Todo es mentira, me dijo sin mirarme, como si revelara en blanco y negro el arco iris bullicioso de las murgas y acróbatas pintados que venían llegando para animar la Bienal.
 
¿Eres artista participante?, me atreví a preguntarle. No, dijo rotundo. Soy un fugado del Hospital del Sida. Me contagió una turista italiana a los diecisiete años y entonces yo no sabía lo que era ese lugar, por eso me presenté voluntariamente. Y cuando se cerró la reja a mis espaldas, supe que había entrado en una cárcel donde pasé dos años sin ver el afuera.
 
Allá todo es hermoso, los prados, los pájaros en sus jaulas, las flores, el paisaje, la comida, la atención, los gays que no me dejaban en paz, la medicina, todo era demasiado hermoso en realidad, por, eso una noche sin luna salté las rejas y no paré de correr y caer y correr, y después de tres días caminando oculto de los caminos y la policía, llegué a La Habana y permanecí encerrado varios años hasta que cambiaron las cosas. Y ahora no vuelvo ni amarrado, porque todavía tengo esa cuenta pendiente. Aunque parece que hoy el sistema del sidario es más libre. Uno puede salir firmando un compromiso de no contagiar a nadie, de no zingar con nadie, de no conocer a nadie. ¿Me entiendes? ¿Y si te enamoras?, le dije cortándole su mirada de plumas violentas. Entonces puso cara de sorprendido. Eso ya no es para mí. ¿Quién podría amar a un sidoso sin pena, con un amor que no esté pintado de compasión?
 
Yo no tengo compasión. Pero recién nos conocemos. ¿Y qué importa?, sólo tienes que amarme. Yo también soy una araña leprosa, le dije.
 
Pero uno no puede enamorarse de pronto. Inténtalo, sólo tienes que atreverte. Además ya es tarde, porque lo pensaste, lo creíste y vamos abrazados por la resaca tibia de tus calles a comprar un ron Habana Club, que es exquisito, de siete años de añejo, dicen. Y serán siete años, me contestó, porque voy contigo y no aceptaré que te engañen. Y nos perdimos Habana abajo, mercado abajo, barrio chino abajo, donde ya no se veían turistas y el aire olía a cuchillos. Entonces me quise sacar los tacoaltos para no provocar. Y él no me dejó. No te los quites, me dijo casi ordenándome. Yo no tengo problemas, y si alguien los tiene se las verá conmigo. Y me tomó la mano para que yo tocara la punta filuda de su arma que escondía en su malandra corazón.
 
Sólo habían pasado unas horas desde que nos conocíamos, y ya navegábamos juntos en el mar dorado del amor como apuesta, del amor como desafío a dos soledades impuestas; la mía, como una búsqueda incansable de algo que reafirmara mi estadía en Cuba, algo que me hiciera recordar ese paisaje como un rostro humano, tal vez, unos ojos, una mirada huidiza en el vapor rosado de las nubes que pasaban sobre nuestras cabezas, y la suya, una soledad rabiosa que escupía en las piedras de La Habana, una soledad infantil acunada por el sida y por mi hombro en el abrazo de penuria. que nos llevaba zigzagueando la borrachera mientras caía la noche turbia sobre los techos, mientras el atardecer doraba su perfil amargo pegado a mi cara, sudado en mi cara, baboseado en mi mejilla, mientras hablaba, mientras decía que creyó en la revolución cuando aún él tenía futuro, cuando era militante de las juventudes que seguían al Che y su "querida presencia comandante".
 
Pero después, el encierro en el sidario, la fuga de allí el acoso de sus propios camaradas y amigos diciéndole: Chico tienes que entregarte, tienes que someterte al reglamento de salud pública. Debes volver al hospital y dejar que la revolución se haga cargo de tu vida. No debes dejar que el individualismo te lleve por caminos reaccionarios. La medicina cubana ya encontrará el remedio. No te desesperes, no dejes que la pasión arrebate el progresismo de tu alma.
 
Todo esto me sonaba al oído con el bambolear tibio de sus palabras. Me sonaba mezclado con la música que venía de la plaza donde los participantes de la Sexta Bienal de Arte se preparaban para seguir la farra en La Cecilia, una playa cercana donde seria la fiesta inaugural. Yo te dejo hasta aquí, me dijo, porque eso es sólo para turistas o cubanos con dólares.
 
 Pero aún no son las doce, y todavía no se cumple la apuesta del amor que hicimos, le contesté llenándole su vaso de ron e invitándolo a subir a un taxi modelo Impala del año cincuenta, que más parecía el Batimóvil que la carroza de Cenicienta.
 
 No digo que estaba ebrio, o tal vez si lo estaba, por eso recuerdo nítida la sombra de las palmeras y la luna tremenda lagrimeando las olas en el tobogán del Malecón. Digo lo recuerdo, porque en la evocación el arrullo de su boca mojada me amordaza. Digo lo, recuerdo, porque nunca un sueño fue tan cinematográficamente real y tiernamente palpable. íbamos de una isla a otra isla, por el puente de besos que arqueaba sus cejas. Sus negras cejas terciopelas, fragantes y olvidadas en mi regazo.
 
Ya llegamos, dijo el chófer del taxi despertándonos del letargo. Entre la foresta se escuchaba la música, y las luces iluminaban tenues a las parejas sangoloteando la rumba. Era un resort, una especie de balneario pituco que me recordó La Serena. Debe ser porque el primer trago era gratis y el segundo había que pagarlo. ¿Y con qué?, si el viaje en taxi se había llevado mis últimos dólares. No importa amor, me dijo él, mirándome con sus ojos pungas. De alguna manera nos arreglamos, repitió arrastrándome a la barra donde los mozos servían mojitos y cubalibres a destajo. Cuando ellos estén muy ocupados, cuando no nos vean, tú recibes las botellas que yo te paso por abajo. Mientras tanto abrázame, finge que somos una pareja gay de vacaciones en Cuba. Y no me costó mucho hacerme la orquídea enamorada, y recibir las botellas de ron, del mejor que el chico me pasaba bajo el mesón clandestinamente. No me costó hacer ese tráfico y darle que tomar a todos mis amigos artistas pobres invitados a la Bienal. Y así, ebria como una cinta de raso empapada, no tuve problemas para salir a bailar con él, cuando poctizaron la noche los sones de "Lágrimas negras", no me pude negar. No pude dejarlo con sus manos estiradas, nada más que por el agudo dolor de pies que me causaban los tacoaltos. Pero bailar en esas latitudes del metafórico meneo era complicado, sobre todo porque ellos manejan el cuerpo sin culpa, sin predicciones de pecado. Y ahí estaba yo dando la hora, moviéndome como podía en la altura de los tacos y en la embriaguez del alcohol. Ahí estaba bailando como su puta del Tropicana, pero sin la gracia que tienen los cubanos, sin esa política de las caderas que libera el cuerpo. Ahí estaba yo, tratando de moverme como chileno azopado y cuidadoso, solamente con la intención del dancing, el resto lo ponía el ángel habanero, y también el ron y la noche bacará que dibujaba su boca dulcemente enrojecida por un beso.
 
Una noche de fiesta frente al ronronear felino al mar Caribe supone algo de ensueño, algo de película coloreada seguramente por la fantasía gris que tenemos los chilenos de paso por esas ardientes tierras del Trópico. Tal vez sólo fue eso, porque mientras pasa el tiempo desde aquella noche; se van diluyendo lentamente las palabras de amor y los besos de aquel mancebo habanero se me escapan como pájaros mientras escribo esta crónica. Y es imposible retroceder hasta aquella amanecida en esa playa, donde la luz del día me arrebató la sombra de su caricia, cuando desperté en la arena y todos se habían ido, y ya no había música, ni luces, ni ron, ni sus pestañudos ojos gritándome un S.O.S. desde las fauces del sida.
 
Se había esfumado, antes que el sol quemara la declaración de amor que firmamos con desespero, ahí mismo, en la rodada de ternura y sexo de dos cuerpos que juegan con la muerte por un te quiero.
 
 Pero fue él, en el último momento, quien detuvo la mano cadavérica de la epidemia antes de cruzar la zona de riesgo sin preservativo. Fue él quien dijo: No, espera, no tenemos que compartirlo todo, amor, porque no estamos en igualdad de condiciones. Yo tengo sida, y el sexo puede ser una gota amarga que nos una y nos separe para siempre, cariño. Mejor soñar que lo hacemos princesa, mejor acurrúcate en mi pecho y duerme y sueña y déjate llevar por el tumbar de mi corazón que te pertenece, que me ganaste en la apuesta de enamorarnos esta noche.
 
No supe en qué momento el chico se marchó, dejándome dormido en el recuerdo ausente de sus brazos. Y creo, que fue el mejor adiós que cerró la poesía de esta historia. Lo demás era imposible, era inútil haber imaginado cualquier destino juntos, era romper el mágico desafío amoroso que inició este encuentro. Nunca más volví a saber de él en los pocos días que me quedaban en La Habana. Recorrí mil veces las mismas calles, la plaza de la Catedral y todos los sitios alegres donde estuvimos, y que ahora, parecían solos y deprimentes sin su presencia. Traté de encontrarlo preguntándole a otros pintores si lo conocían, si sabían de él, porque no creo que en Cuba haya muchos pintores que se fuguen de un sidarlo. Y La Habana cultural es como una familia donde todo el mundo se conoce, como en Santiago. Cómo nadie podía conocer a un personaje tan divino, un ser casi legendario por su historia, y por esa sensación de cielo vacío, de mundo vacío y ajeno que, me dejó al partir.
 
Así, el paisaje habanero ya tiene un rostro que lo hará infinitamente recordable para mí, porque quizás, "todo paisaje lo evoca la sonrisa de un ser amado". Así también la Cuba sentimental que conocí a través del chico del sidario, nunca más será la misma, nunca más torearé al amor y la muerte con tanto desafío, en aquella plaza, en esa florida noche, cuando él me cantó al oído la rabia dulce de su furioso corazón.
 
PEDRO LEMEBEL
 
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