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General: El Capitolio de Cuba y la falsa república vestida de verde olivo
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: administrador2  (Mensaje original) Enviado: 11/02/2015 18:12
Un capitolio para un parlamento de utilería que
demostrará al mundo cuán democrática puede ser una dictadura
 
ucapitolio5.jpg (800×571)
 
Falsa república vestida de verde olivo
 
Por Miriam Celaya   | La Habana, Cuba | Cubanet
El Capitolio Nacional de La Habana es un edificio construido en 1929 en La Habana (Cuba) bajo la dirección del arquitecto Eugenio Raynieri Piedra, por encargo del entonces presidente cubano Gerardo Machado. El edificio estaría destinado a albergar y ser sede de las dos cámaras del Congreso o cuerpo legislativo de la República de Cuba. Inspirado en el Capitolio de los Estados Unidos, el edificio presenta una fachadaacolumnada neoclásica y una cúpula que alcanza los 91,73 m de altura
 
Quizás por estar a tono con aquella prudente sentencia que reza: la mujer del César no solo debe serlo, sino también aparentarlo; el General-Presidente quiere devolverle a La Habana siquiera una parte de sus encantos de aliento republicano. Sí, porque en los tiempos que corren y con estas brisas que llegan del norte hay que procurar el rescate de nuestro rostro más occidental.

La muestra más palmaria de este empeño es la reparación capital que se está realizando al Capitolio, que –como se conoce–, volverá a ser la sede donde sesionará el Parlamento, tal como antes de 1959 lo hiciera el fenecido Congreso, disuelto por obra y gracia de la revolución en virtud del aborrecimiento que sentía el altanero líder por las instituciones republicanas.

Destinado a ser el centro de la Academia de Ciencias de Cuba desde 1961, el Capitolio soportó estoicamente el despojo y la desidia de más de medio siglo de realengo. Fue intensamente saqueado su mobiliario, modificado en sus espacios interiores, afeado en los exteriores, arruinados sus jardines, rotas sus cortinas y alfombras, manchados sus pisos, plagado de murciélagos, ratas y cucarachas, inundado su sótano, maltratado y sucio en su totalidad. Porque, a fin de cuentas, aquel inmueble era el símbolo odioso de “una etapa de decadencia burguesa”.

Ahora ya son visibles para los transeúntes algunos resultados de la restauración en el ala norte del fastuoso edificio, donde se ha realizado el proceso de limpieza exterior a presión y se avanza en los trabajos de carpintería y reparación del artesonado de los floridos techos. Muchos habaneros se detienen a mirar su estructura majestuosa y se preguntan a cuánto ascenderá la inversión, más allá de las cifras que quizás declaren las autoridades.

No faltan quienes se preguntan si se justifica tamaño gasto, calculando cuántas viviendas se habrían podido reparar o construir en una ciudad que, literalmente, se está cayendo a pedazos, y donde incluso resultan insuficientes los albergues para acoger a los numerosos damnificados que han perdido sus hogares o viven en condiciones habitacionales sumamente precarias. Todos nuestros libros de Historia critican la vanidad del Presidente Gerardo Machado por construir un edificio tan costoso en medio de la crisis económica y la miseria nacional.

Arquitectura sovietizante
Pero el General Gris no parece preocupado. Está resuelto a dejar su impronta “reformista” incluso al costo de echar por tierra las alucinantes fantasías de su antecesor, en este caso la flamante Biblioteca de Ciencia y Tecnología –“la mayor y mejor equipada de Latinoamérica”–, en aras de la cual entre 1987 y 1988 el autoritario Comandante hizo desmantelar los ricos fondos de la Biblioteca del Congreso, allí atesorados hasta entonces, y dispuso el desalojo del Instituto de Ciencias Sociales y del Museo de Ciencias Naturales, lo cual implicó adicionalmente la destrucción total del Planetario y de la reproducción de la Cueva de Punta del Este, sin contar los numerosos exponentes museables que se dañaron o extraviaron en el lapso entre el cierre de dicha institución y el montaje del museo en su nueva sede, en la Plaza de Armas.

Hay quienes afirman que el plan restaurador incluye la reparación completa de las áreas aledañas, como el Parque de la Fraternidad, el Liceo de La Habana y el Parque Central. Justamente frente a este último, en el flanco que linda con la calle Zulueta, la antigua Manzana de Gómez está siendo sometida a una intensa obra constructiva de día y de noche, para levantar lo que se anuncia será el hermoso y moderno hotel “Manzana”, de cinco estrellas. Se ha conservado intacta la fachada original, respetando la tipología arquitectónica característica de la zona.

Así, si el fidelismo se caracterizó arquitectónicamente por un brutal “setentismo sovietizante” que aniquiló la rica tradición de la arquitectura cubana anterior e invadió toda la Isla con modelos constructivos despersonalizados y antiestéticos, fruto de un enfermizo afán “igualitario”, abarcando tanto edificios oficiales como hoteles, escuelas y barrios residenciales –de los cuales Alamar es el ejemplo más conspicuo–; el raulismo, en cambio, prefiere retomar –a veces redefiniéndolos–, los símbolos arquitectónicos republicanos.

Se trata, ni más ni menos, de una sutil negación del legado fidelista, refrendado principalmente en los espacios urbanos que Castro I tanto despreció, y la imposición de un sello que –en lugar de crear sus propias plazas– procura retocar los exponentes de la Cuba capitalista que ahora el régimen rescata para su propia utilización y provecho.

No se trata de un caso aislado, sino de un evidente proceso de renovación de la imagen del sistema, ahora al estilo “pragmático” de Raúl Castro, que pretende resultar más convincente y atractivo a las inversiones de capital extranjero en la medida en que se desdibujen las máculas del fracasado “socialismo real” y  se perfilen nuevamente los íconos que simbolizan la etapa más próspera de la nación.

Adiós al protestódromo
A ese tenor, también se quiere ofrecer un rostro más conciliador, o en su defecto, menos agresivo. Así, por ejemplo, ha dejado de renovarse el stock de banderas destinadas al espacio popularmente conocido como “protestódromo” –otro típico fruto de la extravagancia fidelista– y hasta han dejado de izarse desafiantes, a manera de insulto textil, frente a la sede de la Oficina de Intereses de EE UU. Las numerosas astas desnudas lucen ahora como un bosque de elevadas púas en medio de la geografía citadina. Un deslucido parque yermo en el que, por añadidura, ni siquiera se permite transitar a los caminantes, como si se tratara de un terreno minado. Por demás, los vocingleros actos culturales y de “reafirmación revolucionaria” que solían orquestarse allí prácticamente entraron en fase de extinción.

Otros espacios nacidos en los años filosoviéticos, de la combinación entre los enormes subsidios provenientes de Moscú y la proverbial manía de grandeza de Castro I, han caído en un total abandono y actualmente muestran un deterioro casi tan irreversible como el del sistema. En ese caso se encuentran el gigantesco Parque Lenin, el Zoológico de Calabazar, el Jardín Botánico Nacional y Expo Cuba, en la periferia de la capital.

Despacio, casi silenciosamente, como para no llamar demasiado la atención, en los años de “raulismo” se han estado desmontando, desapareciendo o reduciendo a su mínima expresión los espacios simbólicos del ex presidente, que alguna vez fue “invicto” y hoy, desde su retiro, asiste resignado a la desintegración de su obra y al resurgimiento de las alegorías que tanto se empeñó en destruir.

En pocos años, quizás aún no tendremos realmente parlamentarios representantes del pueblo, pero sí una sede para un Parlamento de utilería que demostrará al mundo cuán democrática puede ser una dictadura. Habrá también una República apócrifa ataviada con túnica verde olivo y ornada con charreteras. ¡Y quién sabe! Ya que las cosas van de pose republicana, quizás algún día volvamos a ver aquellos dos célebres símbolos, hoy desaparecidos: el diamante del Capitolio que marca el kilómetro cero de nuestra Carretera Central, y el clavo de oro que yacía empotrado en el mármol, a los pies de la estatua del Apóstol en pleno Parque Central, a la vista de todos
 

                                                                             Capitolio y la democracia
         Por Michael Reid 
EL PAÍS Edición América
El Capitolio del centro de La Habana es una copia del Capitolio de Washington, y se construyó cuando Cuba era un país democratico y capitalista.
 
Durante 30 años fue la sede de la cámara legislativa, hasta la revolución de Fidel Castro en 1959. A partir de entonces se quedó en meros despachos y cayó en el abandono, con el interior tomado por los murciélagos. En 2013 comenzaron las obras de restauración, con el objetivo de que volviera a albergar la Asamblea Nacional. Si se hubiera cumplido el calendario oficial, Raúl Castro habría pronunciado allí el 20 de diciembre el discurso en el que explicó su acuerdo con Barack Obama para normalizar las relaciones entre los dos países.

El simbolismo habría sido perfecto; demasiado perfecto. Pero en Cuba nunca se cumplen los plazos previstos. De modo que la Asamblea se congregó, como hace dos veces al año para celebrar sus breves periodos de sesiones, en el Palacio de las Convenciones, de inspiración arquitectónica soviética. En su discurso, Castro se aseguró, como siempre, de disipar cualquier ilusión sobre sus reformas, que oficialmente son una “puesta al día” del comunismo cubano. “Entre los Gobiernos de los Estados Unidos y Cuba”, dijo, “hay profundas diferencias que incluyen, entre otras, distintas concepciones sobre el ejercicio de la soberanía nacional, la democracia, los modelos políticos”. No va a haber una rápida convergencia entre las dos orillas del estrecho de Florida.

¿Qué significado y qué importancia tiene este histórico deshielo diplomático? Para Estados Unidos, hasta hace dos semanas Cuba era el objeto de una rabieta que ha durado 54 años. El embargo contra la isla no tiene razones objetivas, después de que Estados Unidos reconociera a la China comunista e incluso a Vietnam, un país con el que libró un conflicto que costó más de 50.000 vidas de norteamericanos y en el que la guerra fría terminó hace mucho. El embargo, sostenido por el firme deseo de venganza de la primera generación de exiliados cubanos, ha sido no solo inútil sino contraproducente. Como advirtió The Economist en octubre de 1960, “en lugar de ayudar a la naciente oposición, el embargo de Estados Unidos puede muy bien tener el efecto contrario”. Y así fue, puesto que sirvió de justificación para que los Castro impusieran el Estado policial y la mentalidad de asedio en la isla.

Con su decisión de avanzar todo lo posible hacia las relaciones políticas y económicas normales, Obama se dispone a tratar con Cuba como una cuestión de política exterior, no una causa interna cargada de emociones. Por primera vez en décadas, Estados Unidos aspira a ejercer seria influencia en la isla. Las remesas procedentes de allí ya son la mayor fuente de capital para las pequeñas empresas cubanas. Que Obama suavice más el embargo significa que el dinero y los recursos norteamericanos —en forma de remesas, viajes y posibles productos de importación, por ejemplo, equipos de telecomunicaciones— tendrán un papel cada vez más importante en la moribunda economía de la isla.

Washington se dispone a tratar con Cuba como una cuestión diplomática, no una causa emocional
El incipiente sector privado de Cuba —agricultores particulares, pequeñas empresas, cooperativas— da trabajo ya a 1,1 millones de personas, más de una quinta parte de la fuerza laboral. Esa cifra aumentará. Obama cuenta con que la reducción del control estatal de la economía irá de la mano de una sociedad civil más fuerte y desembocará en el cambio político. En otras palabras, cuenta con la lógica de los acontecimientos, no con las intenciones de los Castro.

No es una apuesta a corto plazo. En Estados Unidos, los republicanos, encabezados en este asunto por Marco Rubio y Ted Cruz, ambos de origen cubano, se aferrarán a los restos de embargo y se negarán a que el Congreso apruebe el nombramiento de un embajador en La Habana. Pero Rubio y Cruz atraen a una base cada vez más geriátrica y se dan de bruces con la opinión pública estadounidense.

En Cuba, los cambios no serán rápidos. Raúl Castro ha presentado el deshielo, y en especial el regreso de los tres espías cubanos, como una victoria del heroico desafío plantado por Fidel y él ante “el imperio”. Ha advertido de que aún queda “una lucha larga y difícil” para poner fin al embargo (aunque, si Hillary Clinton y los demócratas vencen en 2016, es probable que no se prolongue mucho más). La retórica de la resistencia continuará, pero será menos dramática y menos convincente.

Conviene dejar claro que este es un cambio de política tan radical para La Habana como para Washington. En el pasado, cada vez que otros presidentes —Nixon, Carter y Clinton— aspiraban a la distensión, Fidel desbarataba sus esfuerzos con provocaciones organizadas. Ahora, por lo menos, Raúl ha reconocido que Cuba necesita unas relaciones normales con Estados Unidos. Este giro tiene dos razones objetivas. La primera, que los cubanos siempre han sabido que la ayuda venezolana, que representa en torno al 15% del PIB de la isla, no va a ser eterna. La espectacular caída de los precios del petróleo desde junio y el deterioro de la popularidad de Nicolás Maduro han reforzado la necesidad de diversificar la economía cubana, que este año ha crecido solo un 1,3%.

La isla está en una América Latina democrática, no en una Asia autoritaria
La segunda razón es lo que los cubanos llaman “el imperativo biológico”. Fidel está cayendo en el frágil olvido de la vejez. Raúl, de 83 años y mucho más práctico que su hermano, asegura que se retirará de la presidencia en 2018. El sucesor designado, Miguel Díaz-Canel, nacido en 1961 (14 meses antes que Obama), no puede aspirar a la legitimidad que daba a los Castro haber encabezado la revolución. A él le juzgarán solo en función de los resultados, sobre todo los económicos. Por eso, para entonces, tendrán que verse resultados positivos de las reformas de Raúl, algo más que la reproducción de la pobreza. Para ello es vital la apertura económica hacia Estados Unidos.

¿Esa apertura económica producirá el cambio político? No es inevitable, como demuestran China y Vietnam. Pero Cuba está en una América Latina democrática, no en una Asia autoritaria. No sería extraño que el plan de Raúl consista en que Díaz-Canel trate de legitimarse mediante unas elecciones semilibres, con la participación de unos partidos satélites más o menos de oposición, como hacía el viejo PRI mexicano. Es posible que, para 2018, el Capitolio restaurado sirva para algo.

La iniciativa de Obama ya ha tenido repercusiones más allá de Cuba. Aunque en gran medida haya actuado por motivos internos, el presidente ha empezado a dar respuesta, al menos en parte, a las tres principales quejas de los latinoamericanos respecto a Estados Unidos: no se ha opuesto a las iniciativas locales para legalizar la marihuana y, de esa forma, ha enfriado la guerra contra las drogas; está intentando reformar la política migratoria mediante decreto; y ahora responde a las peticiones regionales de normalizar las relaciones con Cuba. Todo ello, mientras la economía estadounidense disfruta de una recuperación cada vez más enérgica.

Qué contraste con las dificultades de Venezuela y Brasil, donde Dilma Rousseff comienza su segundo mandato, el 1 de enero, en pleno estancamiento económico y con un megaescándalo de corrupción en torno a Petrobras, la petrolera estatal. Con todos estos elementos, Estados Unidos puede recuperar parte de la influencia que había perdido en Latinoamérica en años pasados.

José Martí, el apóstol de la independencia cubana, insistió siempre en que las naciones tienen que adquirir la libertad por sí solas, que no se la pueden otorgar, al contrario de lo que piensan Rubio, Cruz y otros como ellos. “Las trincheras de ideas valen más que las trincheras de piedra”, escribió Martí en Nuestra América. Es evidente que Obama está de acuerdo. Y la historia probablemente demostrará que tiene razón.

Michael Reid
Cubanet


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