Cuba: El amor y el deseo pasean en la playa gay Mi Cayito
Mi Cayito no figura en la agenda de los guías turísticos cubanos. Muy pocos se atreven a recomendarte el lugar, pero dicen que sí te ven ‘muy gay’ los taxistas y los mismos agentes te dirán que además de Varadero debes darte una vuelta por este espacio VIP para hombres que aman/gustan/ desean hombres. La playa gay de Cuba recibe también lesbianas y trans, pero la mayoría es gay. La libertad te saluda con la bandera del arcoíris. Llegamos en menos de 30 minutos desde el centro de La Habana.
Es una de las playas del famoso destino Playas del Este. Tiene buena y mala fama. Para algunos es el paraíso por sus agua en varios tonos de turquesa, la arena blanca y la libertad de hacer casi todo lo que te apetezca. Otros dicen que en el paraíso, el sexo al paso (con brisa marina incluida) resulta molesto. Pero más que encuentros sexuales lo que hay es una buena opción de fichar un chico guapo de la zona para los días de vacaciones. Cuesta.
Sitios LGBT pensados en el turista promueven lo que se llama “Excursión Havana Gay”, la cual incluye a Mi Cayito. Y algunos blogs y videos en YouTube muestran que la fiesta gay de Cuba es sobre la arena blanca y frente al espléndido mar puede ser apoteósica.
“YO SOY HUMANO, NADA ME MOLESTA Y RESPETO” –Playas del Este es un gran lugar aunque todo el mundo va a Varadero. Pero las playas de allá son hermosas–, dice Mauricio, un taxista de unos 40 años que contacté la noche anterior a la excursión.
–¿Nos lleva entonces a Mi Cayito?–, se le pregunta el taxista que para ese momento no paraba de hablar y de ofrecer su disponibilidad para “lo que desee”. Es el cubano típico de La Habana Vieja que busca clientes y que empeña el alma para irse contigo y ofrecerte las mejores rutas por buenos dólares. El nombre de Mi Cayito lo perturba. Un silencio incómodo se instala en el viejo Lada.
–Yo soy humano, nada me molesta y respeto. Respeto todo. La diversidad. Esa playa es para la diversidad, para esos hombres, ya sabe. Y también para mujeres.
Se pacta la cita para el día siguiente. El hombre repite varias veces que estará en el hotel a las 10 de la mañana. Nunca llegó. No se sabe por qué.
El otro taxista es un revolucionario de 67 años que trata de disimular su sorpresa al ver que dos mujeres se van a una playa gay. “Allí los hombres hacen sus cosas. Es bonita playa”, comenta, mientras maneja calmado, como casi siempre se va por La Habana. Es un hombre amable, que habla de Fidel con reverencia, que es feliz en Cuba, que no se queja de nada, que cree que el mundo complota contra Venezuela y que sin ser guía turístico se nos presenta como un gran anfitrión. Quiere llevarnos a cenar a El Cañonazo, donde almorzó Beyoncé. Lo consigue.
Y regresamos a nuestro tema: “Se besan hombre con hombre, así es la vida, pues”, suelta, de pronto. Y sigue de buen ánimo. Cuando se marcha promete regresar a recogernos a la hora que se oculta el sol. Y no falla. El ida y vuelta cuesta unos 50 dólares si vas en taxi particular. Hay opciones muy económicas en buses o taxis colectivos.
La playa de los besos te besa con su aire fresco. Alguien recuerda que es invierno en Cuba, aunque el sol nos empiece a quemar.
LIBRES, TÚ Y YO Dos mujeres y su pequeña hija acompañan a una pareja gay. Disfrutan la libertad de no sentirse observadas. Cuba libre, bromea una. A eso de las 12 del día, dos chicos de perfecta figura se encargan de alquilar las sombrillas y las camas de plástico para acomodarse. La arquitectura de los cuerpos de estos hombres es un sueño. Son hermosos, de bronceado perfecto, caminar contundente y cabello al viento. Se gasta poco menos de 5 dólares en tener sombrilla y camas. Ellos las entregan. Se les paga con gusto.
Ellos son los ‘dueños de la playa’, los que van y vienen desde el ingreso donde se ha clavado una bandera gay hasta el único quiosco –que vende cervezas, cocos llenos de ron, mojitos y comida ligera–, el cual se ubica en la autopista. Guapos y lo saben, estos chicos tienen a los visitantes rendidos. Reciben buenas propinas, sonrisas y seguro que buenas propuestas.
Las dos mamás disfrutan el paseo, mientras los chicos emparejados o solos están listos para disfrutar del día. Las cervezas Bucanero y Cristal llegan sin pausa, mientras los celulares se encienden. No hay internet de ninguna manera. Los celulares son aquí buenas radios. Algunos bailan, mientras otros (los que llegan solos) divisan el panorama. La playa se convierte en una vitrina: el deseo desfila.
TE ESTABA ESPERANDO
La mayoría de los visitantes proviene de Italia y Canadá. Siguen españoles, estadounidenses y latinoamericanos. La policía ronda la playa para evitar o controlar la prostitución que pasea campante. Lo que más preocupa a los agentes son los menores de edad, espigados jovencitos de piel morena que con sus mejores trajes marinos, pasos y sonrisas buscan encandilar a ‘los gringos’. Se les identifica fácil. Tienen rostros de niños y se empeñan en lucir extremadamente sexuales.
Un chico de 15 años con hilo dental y mochila fue intervenido apenas puso los pies sobre la arena blanca y finita. Los agentes aparecieron de la nada, le pidieron su documento de identidad y lo invitaron a abandonar la playa. Nadie se sorprendió. Nadie fue a ayudar al chico que tampoco se espantó, como si ya pudiera adivinar lo que era jugar con fuego. ¿Acaso una actividad cotidiana?
Los veinteañeros parece que tuvieran licencia para ‘enamorar’ y hacer negocios: pasean una y otra vez /y otra vez/ y otra vez por la playa hasta que algún buen gringo, de 40 y hasta 50 años, los invita a tomar una cerveza o a escuchar música. La obsesión por lucir el paquete es obvia.
SEXO VENDO, SEXO COMPRO
Chicos gay en Cuba
–Aquí no buscan al príncipe azul. Lo que encuentran es un buen cliente, de billetera gruesa–, comenta un cubano de la zona, medio amargado, medio harto. Tendrá unos 40 y su hijo anda por allí, dando vueltas por la playa.
Salir de caza en Mi Cayito es una buena idea: chicos perfectos de piel negra brillante buscan ‘amistad’ y lo que venga. Se muestran especialmente cariñosos con esos hombres mayores que llegan a pasar una caribeña aventura. El corazón nunca está lo suficientemente bien resguardado, y puede ser que uno o los dos se enamoren. Sí, el amor nace. No todo es un compra y venta de deseo.
Hay parejas que regresan a Mi Cayito para celebrar aniversarios, y pensar que todo empezó con una mirada desde la orilla hasta la carpita. Hay novios que no se sueltan de las manos casi nunca, que expresan su amor apasionado como si en la playa estuvieran solo ellos.
Dos mexicanos, de cuerpos bien esculpidos y bronceados, llaman la atención con sus cadenas de oro, iPad, iPhone y cargamento de cervezas. Uno de ellos lleva cinco cadenas de oro gruesas sobre su pecho dorado y está bien producido. Se besan, se abrazan, se van caminando por la orilla. Nadie murmura nada. Chau, prejuicios. ¿Serán? Son. Nadie les toma fotos tampoco.
Y ES HORA DE REGRESAR A CASA Los italianos, tumbados fumando puros, no quieren fotos. Ya están lo suficientemente alegres-ebrios, y abrazan a sus chicos que apenas han conocido, prueban la calidad del paquete sin llamar la atención y se escuchan muchas risas. Mi Cayito ya es una fiesta. Los que sí son pareja se cuidan bien el uno al otro, miran el espectáculo de caza. Uno me dice que cuando el amor es fuerte ni el más espléndido chico es capaz de desbaratar el edificio que ellos han levantado. Están inmunes. Al menos, en ese día de playa. Pienso.
Cuando el sol se va esfumando, la pareja más grande de la playa regresa. Todos los miran con ternura. Unos chicos que pasan al lado dicen “ojalá estemos así nosotros”. El amor es tan efímero, repite el otro, al secar una Bucanero de golpe. Le digo a Milagros, mi compañera, que así, con canas blancas, quiero volver a esta Cuba que me alejó de Internet seis días.
Playa grandes Pero antes de regresar a Lima leo que esta playa, ubicada al este de La Habana, entre las playas del Mégano y Guanabo, “es un mercado erótico, un micromercado de comunicación sexual donde la masculinidad negociada tiene su propio santuario mediante la variante criolla de la prostitución masculina“. Juan Antonio Madrazo Luna, de MartiNoticias, anota con dureza descriptiva: “La prostitución masculina, como parte de la economía informal del placer, es para muchos jóvenes un deporte de alto riesgo pero con más demanda ahora mismo que la prostitución femenina. Muchos jóvenes negros descubrieron que su sexualidad no es solo un capital erótico u objeto del deseo reservado a turistas alemanas, noruegas, italianas o españolas que van en su conquista en ese atrevido juego de relaciones de poder. Descubrieron que son piezas de ébano buscada por rusos, japoneses, canadiense o algún que otro serbio”.
¿Exagera? Sí y No. La orilla de Mi Cayito es un desfile de provocaciones. No todos van a buscar hombre y sexo. Muchos van a mirar. Y unos pocos van bien acompañados para entregarse a la libertad de la playa, un lugar donde nadie te mira como bicho raro, y eso ya es bastante. No es Varadero, donde familias enteras se dan cita y algunas, por más estadounidenses o europeas que sean, reaccionan a veces con cierto fastidio. Además, la caza está restringida o es más disimulada.
En mi excursión en Mi Cayito, los chicos a la caza de su gringo fueron discretos. Si bien pasaban mostrando sus falos erectos cubiertos de pequeñas tangas, si bien algunos se frotaban antes de llegar a ‘la zona’, lo cierto es que allí nadie se mete con el otro, nadie juzga.
La tensión llega uniformada de rato en rato, pero no pasa más. Sentada en la orilla no puedes dejar de admirar esos cuerpos y esos penes inmensos. Algunos se relamen. Otros se espantan. Yo los mido a distancia.
Mi Cayito es una isla en la isla. Una isla para sentirte despojad@ de prejuicios. El deseo se puede fingir, pero el amor hay que sentirlo, y en esa playa, los guapos muchachos de piel negra parecían enamorados, al menos de una vida mejor. Bye, Mi Cayito. Volveré.
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