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General: Carlos Gardel en la Feria del libro de La Habana
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 25/02/2015 15:47
Gardel en la Feria del libro de La Habana
La Feria del Libro de La Habana, ocurre en La Cabaña, una fortaleza
medieval frente a la bahía-, cuyos muros simbolizan el encierro del país
  
Gardel-cover.jpeg (504×400)
  
 
             Por Miguel Iturria Savón   | Valencia, España Cubanet
En febrero del 2012 asistí por última vez a la Feria del Libro de La Habana, tres años después leo algunas notas de colegas capitalinos que reportan –como yo entonces- las novedades del Carnaval festivo literario en una isla donde casi todo se extiende en las praderas del absurdo, incluido el recinto ferial –una fortaleza medieval frente a la bahía-, cuyos muros simbolizan el encierro del país y lo paradójico como norma: anaqueles tipográficos con excesivos mitos y fabulaciones, historias y reflexiones toleradas por tenaces comisarios de estado que silencian a poetas, narradores y ensayistas.
 
De aquella “fiesta vigilada” recuerdo el cinismo de dos invitados extranjeros portadores del síndrome de la ideologización libresca: el periodista hispano-francés Ignacio Ramonet y el teólogo brasileño Frei Betto quienes disertaron sobre la miseria y los retos del mundo y se marcharon a hoteles cinco estrellas en automóviles de lujo. Recuerdo también la abrumadora presencia de folletos y libracos de o sobre Fidel Castro, Ernesto Guevara, Hugo Chávez y reediciones de Trotsky, el socialismo y otros ismos destinados al polvo y las polillas, receptores de tanta desmesura editorial.
 
Dedicada a la investigadora Zoila Lapique, al ensayista Ambrosio Fornet y a las culturas del Caribe, aquella Feria ofreció algunas novedades a los visitantes que no fuimos a comer y a mirar la ciudad desde la colina. En esa fiesta anual de autores y editores retornaron las obras del excomulgado dramaturgo y narrador Virgilio Piñera, homenajeado en su primer cumplesiglo por sus discípulos y herederos espirituales, algunos reincorporados al panteón literario nacional tras abandonar las críticas que los condujo al ostracismo.
 
De mi deambular libresco de febrero del 2012 me viene a la mente un coloquio conducido por la poetisa Reina María Rodríguez, varios títulos premiados ajenos a los pactos de silencio y omisiones propios del programa ferial: un poemario con nombre de novela de Larry J. González, El arte de morir a solas, de Ernesto Pérez Chang; Ritual del necio, de Roberto Méndez, los Poemas de Pedro Mir –dominicano- y Gobernante en Hiroona, del narrador G. C. Hamilton Thomas.
 
Vi, por supuesto, algo de Marcel Proust, los Mini libros de Perú y varios clásicos de España, México, Perú y el Caribe, además de Cuba y Venezuela, cuyos gobiernos financiaron las obras premiadas por la Casa de las Américas y una rareza jurídica: Primeras constituciones de Latinoamérica y el Caribe, dedicada al Bicentenario de la Constitución de Venezuela.
 
Compré entonces –y aún conservo- la colección Cuentos eróticos de la antigua Arabia, de Abdul H. Sadoun; La religiosa, del enciclopedista francés Denis Diderot, y Una pasión en el desierto, relatos seleccionados por el escritor Alberto Garrandés, más la Órbita de Virgilio Piñera y Paradiso, de José Lezama Lima”, su antípoda, presente como Virgilio en nuestra literatura tras décadas de exclusión.
 
Antes de irme revisé el stand de libros viejos -algunos “raros y valiosos”- y adquirí Memorias de Adriano, de Margarite Yourcenar; al hojearlo descubrí entre sus páginas una foto en blanco y negro –quizás de mediados del siglo pasado- de un hombre y una mujer ante la tumba de Carlos Gardel, al dorso una nota manuscrita de la dama diciéndole al destinatario que puso al cantor las flores que le encargó, aunque “no le faltan flores frescas de sus incesantes admiradores…”
 
Supuse que el hallazgo expresa los caminos cruzados por el azar: ¿quién encargó las flores al “zorzal criollo”?, ¿quién fue la mujer que le escribió la nota tras posar con su pareja frente al panteón del artista?, ¿cómo llegó esa imagen a la novela de la escritora francesa?, ¿conoció la narradora al cantante rioplatense en París?, ¿admiró Gardel al emperador Adriano?
 
La foto y el libro me implicaron pues admiro a Margarite Yourcenar y he escuchado la magnética voz de Gardel, pero ¿por qué me sorprenden en ese entorno extraño a tangos y milongas? ¿Será una travesura del mismísimo Adriano? o la alegoría de su presencia entre los cubanos y sus grotescos mini emperadores, más próximos al bolero, el mambo y la guaracha tropical.
 
No sé si Gardel estuvo en La Habana donde aún tiene admiradores que organizan peñas de tango y bailan milongas, si viniera ahora no cantaría en nuestra bulliciosa Feria del libro, ubicada entre los muros de la enorme fortaleza colonial reciclada en cárcel revolucionaria y luego en sede de eventos festivos; el lugar es más apropiado para las centurias del emperador Adriano que para el hipotético recital del mítico cantor argentino, de cuya tumba nos habla la dama de la foto sin imaginar el destino de esa imagen y de su posible receptor.
 
ACERCA DEL AUTOR
Miguel Iturria, La Habana 1955. Licenciado en Historia, postgrados en arte, literatura, cine, periodismo y etnología. Ejerció como profesor de la enseñanza media y superior y como investigador y director de instituciones culturales en Ciudad de La Habana. Ha publicado dos libros de ensayo, dos antologías, dos poemarios y decenas de artículos y reseñas críticas en publicaciones periódicas de Cuba, España y los Estados Unidos.



 
Cubanet


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