La Habana chapurreando spanglish en el 2015
y Matthews con Fidel en The New York Times (1957) ), lo confirman
Los cubanos recibieron el deshielo de EE UU, sacando a las calles los símbolos del vecino de norte
Por Víctor Manuel Domínguez | La Habana, Cuba |
Desde la imagen de cowboy de Teddy Roosevelt con los Rough Riders tras la captura de la loma de San Juan, en la guerra Hispano-Cubana-Estadounidense (1898), hasta la sonsera de Herbert Matthews contando para el New York Times a “cientos” de barbudos que desfilaban ante sus ojos en un escenario diseñado en la Sierra Maestra por Fidel, los americanos no se han ido de aquí.
Ya sea para bien o para mal, en la pasada o más reciente historia de Cuba, los americanos viven en el imaginario popular. De nada valió la Enmienda Platt, la intervención en 1906, la ocupación de la Base Naval en Guantánamo, o la ruptura diplomática entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos en 1961.
El mito del antinorteamericanismo basado en sus hábitos de consumo, tradiciones culturales, afán por el dinero, las cosas materiales y el confort, junto a otras costumbres demonizadas por la revolución, se desinfla como un globo en nuestras calles y explota entre las manos codiciosas del poder
“American Way Of Life”
Durante una reciente presentación en la calle de madera del Centro Histórico de La Habana Vieja, un grupo de músicos aficionados provenientes de California, a golpes de tubas, pífanos, flautas, panderetas, oboes y trombones, hicieron más felices a los cubanos que un siglo de enfrentamiento y rencor.
No quedó un vendedor de libros, tamales o maní, profesional de paso, guías de museos, restauradores y ayudantes de la Oficina del Historiador de la Ciudad; músicos, gastronómicos, paseantes ocasionales, vecinos y pueblo en general, que no escucharan o departieran en aquella expresión de aire puro y libertad.
Sin temor a ser acusados por “acoso al turismo”, la multitud se fusionó con los visitantes, y muchos intercambiaron no sólo banderitas, direcciones y sonrisas, sino también sobre la realidad de ambos países, la distancia, el clima, la música, el béisbol, la emigración, el futuro y los parientes en el cercano allá.
Una socióloga, consultada sobre si los cubanos sienten rechazo por “lo norteamericano”, respondió que todo lo contrario. “Lo idealizan. Tratan de imitar o reproducen como pueden el American Way Of Life desde la precariedad. Por mucho, o quizás por tanto que le envenenaron esa visión”.
“Sin temor a equivocarme, pero con miedo aún a que mi nombre o foto aparezcan en cualquier lugar, le diré que pese a los falsos o reales actos de agresión atribuidos por las autoridades cubanas a los Estados Unidos, nunca el pueblo, aunque mostrara otra cosa, dejó de apreciar “lo americano” como forma de vida superior. Más que un contrasentido; un ejercicio de intuición”.
Su acompañante expresó que la imagen del Capitolio Nacional, los cientos de resucitados autos Ford, Pontiac o Chevrolet por la ciudad, la Coca Cola, así como personalidades de la talla de Luther King, Hemingway, Marilyn Monroe y Babe Ruth, entre otras, se convirtieron en referentes de la nostalgia insular.
La invasión silenciosa
Por su parte, un señor que dijo ser maestro Makarenko, graduado (del Instituto Pedagógico Antón Makarenko) en los primeros años de la revolución y hoy jubilado, señaló sobre el rechazo a “lo americano”: Ni aun cuando creíamos en la justeza del comunismo, dejamos de creer en los valores del pueblo americano, más allá de la politiquería nacional”
“Ni siquiera la prohibición de escribir a un familiar en Estados Unidos, escuchar la música de allá, ondear su bandera, o rechazar calificativos como gusanos, escorias, traidores a quienes se habían ido o pretendían abandonar el país, dejamos de soñar con todo lo que habíamos perdido por la revolución”.
Según añadió, la llegada, al final de la década de los años 70, del primer grupo de cubanos que había abandonado el país, fue como una caja de Pandora para la revolución, que vio como las nuevas generaciones de hombres nuevos residentes aquí, querían imitar la forma de vestir, hablar, comer y vivir de allá.
Fue un caos. Expulsiones de centros de trabajo a militantes del partido que recibían a los familiares gusanos llegados de allá. Detención de jóvenes por usar pantalones apretados y coserles un pedazo de cuero con la marca Lee o Levi’s y otros símbolos norteamericanos, agregó.
Banda de musicos estadounidenses aficionados, California Repercussions, tocando en La Habana Vieja
En la actualidad, expresó una joven que dijo llamarse Rebeca, una invasión silenciosa de símbolos norteamericanos recorre de un extremo a otro la isla. Desde una paladar que se llama Up&Down, hasta restaurantes “Fast Food”, pasando por Snack Bars o carritos de Hot Dogs, en sustitución de los nombres en español.
Mientras cubanos y norteamericanos dialogan como pueden en inglés, español, espanglish o a como dé lugar, un tipo con aire de vigilante de comité se me acerca y me dice con cierta frustración: “Esto que usted ve, no será la tónica general. Debemos preservar del enemigo nuestra identidad cultural”
Todo es retórica. Política barata. Ideología camuflajeando el interés. Salsa agridulce de una guerra más fría que la pata de un muerto, con música de fondo de una rumba jazzeada en Nueva Orleans, y un Ragtime con ropaje de orishas oculto entre tambores en el Callejón de Hamel o Atarés. Pura fusión.
A el Tiranosaurio núnca le ha faltado nada, el siempre a consumido lo mejor de EEUU y del Mundo..