Gay Cuba
Carlos Enrique Almirante en Fátima, o el parque de la Fraternidad
La última vez que lidié con la literatura de Miguel Barnet, hoy presidente de la oficialista Unión de Escritores y Artistas de Cuba, así como miembro del parlamento castrista, fue por los años ochenta cuando publicó sus memorias tempranas.
En aquella ocasión, no pocos pensamos que aprovecharía la oportunidad para franquearse sobre la agonía de profesar una preferencia sexual en las antípodas con el represivo régimen que lo había marginado durante los primeros años de su carrera literaria debido, principalmente, a esa circunstancia.
Años después, sin embargo, cuando la intolerancia dura había amainado, sobre todo para personalidades de la nomenclatura como él, decidió escribir el cuento Fátima o el Parque de la Fraternidad donde, a manera de monólogo, refiere las aventuras y desventuras de un travesti que implantó su reino en ese sitio público que los homosexuales cubanos han hecho suyo.
Aunque la cultura de la isla en general tuvo manifestaciones artísticas y literarias de tendencia homosexual, generalmente solapadas, luego de 1959, algo parecido a una apertura aconteció en 1990 con la aparición del relato de Senel Paz El lobo, el bosque y el hombre nuevo que luego diera lugar al filme Fresa y chocolate (1993).
Eran otros tiempos, el socialismo europeo se desmoronaba y las compuertas de tantos años de perversidad contra la población LGBT se abrieron, inesperadamente, para dar lugar a un verdadero tsunami alrededor del tópico y de la exhibición pública de la población gay.
Vale la pena anotar que tan temprano como en 1984 Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal se habían adelantado a revelar la realidad, sin edulcorar, del drama de ser homosexual en una dictadura totalitaria con el documental Conducta impropia.
En ningún sentido la parte más reciente del deshielo encabezado por toda la murumaca mediática de Mariela Castro y su CENESEX (Centro Nacional de Educación Sexual) ha significado que la homofobia y la represión han cesado.
Dos estrenos cinematográficos recientes atestiguan que la ordalía continúa. Vestido de novia es la versión dramatizada que Marilyn Solaya ha fabulado sobre su documental En el cuerpo equivocado, donde argumenta los sueños y, sobre todo, las frustraciones de Mavi Susel, la primera persona sometida a una operación de reasignación de sexo en Cuba.
Y aunque utiliza el recurso del pasado –como lo hiciera en su momento Fresa y chocolate–, durante las tribulaciones del llamado período especial, nada hace presumir que las vicisitudes sufridas por el personaje interpretado por Laura de la Uz –violencia, escarnio, incomprensión– han sido superadas.
Jorge Perugorría, por su parte, se ha ocupado de adaptar el mencionado cuento de Barnet en un largometraje homónimo Fátima o el Parque de la Fraternidad. Es una historia de telenovela, el guajirito que se harta de los abusos de su padre y parte para La Habana en pos de alguna mejoría. Manolito o Fátima, que es su nombre de “batalla” porque cuenta que se le apareció la virgen de igual nombre, es interpretado por Carlos Enrique Almirante. En la capital se enamora de un delincuente que lo conmina a prostituirse y luego lo abandona y parte en una balsa hacia Miami.
Carlos Enrique Almirante en Fátima, o el parque de la Fraternidad
Más allá de subtramas y situaciones melodramáticas y artificiosas que desdicen de la comunidad LGBT cubana –tratando de legitimarla–, el panorama que revela el filme sobre Cuba como destino nacional y foráneo de sexo alternativo, causa pavor por su desesperación y miseria.
El estereotipo de los prostíbulos habaneros concurridos por marinos norteamericanos, tantas veces esgrimido por el régimen como un pasado de vicios borrado por la revolución, ha pasado a la historia como un leve inconveniente.
Fotos del rodaje de Fátima