Con su humor frivolo y pujón, O’Brien mostró a Cuba como “El País de las Maravillas”
Por Luis Cino Álvarez | La Habana, Cuba |
Probablemente el más divertido de los programas que ha hecho en toda su carrera el comediante norteamericano Conan O’ Brien es el que realizó en La Habana a mediados de febrero y que emitiera hace unos días la cadena TBS.
Durante una hora, con su humor frívolo y pujón, O’Brien mostró a los televidentes un país como lo quieren pintar el editorialista Londoño y sus jefes de The New York Times y ciertos oportunistas interesados en hacer negocios con la dictadura castrista, pero que no tiene mucho que ver con el país real.
Lo que vio O’Brien en Castrolandia fue casi el País de las Maravillas. Solo se echaba de menos la sonrisa del gato Cheshire. En cambio, poco faltó para que apareciera el timbiriche del Sombrerero y la Falsa Tortuga, encargada de implementar los Lineamientos Económicos, sin prisa pero sin pausa.
Si O’Brien hubiese mostrado “la vida cotidiana de los cubanos”, como dicen algunos despistados, en vez de distraer –que fue exactamente lo que hizo- lo que hubiese dado ganas de llorar a moco tendido.
Pero nada de eso. O´Brien no pretendía inducir pesadillas ni espantar a los futuros turistas. ¿Para qué agobiar a los televidentes, casi a la hora de irse a la cama, con historias de personas hambreadas y mal vestidas a los que los techos, llenos de filtraciones de las ruinosas casas en que viven hacinados con sus parientes están al caérseles encima?
¿A quién le importan los perdedores, incluso si son la inmensa mayoría?
En vez de historias deprimentes, O’Brien se decidió por las mulatas sexy y sandungueras, los jóvenes que sueñan con Facebook y las películas y seriales que descargarán de Netflix cuando en Cuba haya amplitud de banda, los pequeños empresarios exitosos y los restaurantes hechos para sibaritas y bon vivants.
Poco faltó para que, entre tanto guitarrero feliz a la caza de los dólares y euros de los turistas, resucitara a Desi Arnaz y lo pusiera a tocar maracas, junto a las santeras y los barbudos comandantes de utilería de Eusebio Leal, en una acera de la Habana Vieja.
Y si ya hubiera sido la Feria del Habano –O’Brien se la perdió por unas semanas- hubiera entrevistado a Naomi Campbell y Paris Hilton, a ver si se decidían a contar los chismes de sus recholatas con los hijos de la elite en ese fiestón anual para millonarios.
Lo mejor del show fue cuando O’Brien se hizo el sorprendido por “la variedad de marcas en un supermercado”. Anaqueles repletos de vino seco (de una sola marca), pero faltaban el café, el detergente, etc., etc.¿Visitaba las TRD mal administradas por las FAR?
Supongo que su sorpresa debió haber sido aun mayor por los precios de espanto que tienen los productos –cuando los hay- y que los hacen inalcanzables para la mayoría de la población a la que los salarios de miseria que cobran solo les alcanza para malcomer una semana. Pero de eso, O’Brien no se dio por enterado.
Después de todo, en un comediante como O’Brien el absurdo juega un importante papel. Allá los que se tomen en serio sus disparates y crean que eso es Cuba.