Naty Revuelta, la primera camarada La aristócrata millonaria, que regaló sus joyas para la revolución y que le dio una hija
a Fidel Castro, murió a los 89 años después de 60 años de amores y desamores con el líder cubano.
Naty Revuelta nació en 1925 y se educó tanto en Cuba como en Estados Unidos.
Apoyó la revolución hasta el fin de sus días, si bien le costó separarse de su hija Alina.
Semana "Sacrificada, puede que sí. Pero no víctima”, respondió Natalia Revuelta, cuando le preguntaron si la revolución cubana había afectado su vida y su relación con Fidel Castro. El affaire extramarital que sostuvieron Castro y Revuelta a mediados de los cincuenta fue corto, pero expuso el lado más sensible del caudillo. Las cartas que le escribía a esta mujer en 1953, desde la cárcel de la Isla de Pinos, de la que salió dos años después, reflejan un Fidel apasionado por una mujer que no era su esposa y para la cual no había espacio en su vida. En 1956 también nació de ese amorío Alina Fernández, una hija que Castro reconoció solo cuando había llegado a la adolescencia. En ese momento, Alina optó con rebeldía por no ser Castro y mantener el apellido del primer esposo de su madre.
Naty Revuelta, a diferencia de su hija, nunca expresó rencor ni desilusión, y aceptó que para ciertos hombres la vida de pareja y de familia no es una prioridad. Décadas después de ver a Fidel por última vez, el diario La Vanguardia le preguntó si seguía enamorada. “Pasé muchos años para quitármelo del corazón y ponérmelo en la cabeza: lo veo como un ser de tremenda dimensión”, afirmó. Naty murió la semana pasada en Cuba, a los 89 años de edad por causa de un enfisema pulmonar. Desde que dejó atrás su vida de socialite consumada y se enroló en la revolución, supo que se entregaba a los sacrificios. Si su vida dio un giro fue porque así lo quiso, y si bien defendió la Cuba de Castro hasta el fin de sus días y aceptó que sus sentimientos fueran relegados, no consideró justo que su compromiso con la revolución fuera mal retribuido por el partido. Una vez en el poder, el gobierno revolucionario no le dio el puesto en el Instituto de Petróleo para el que se había preparado y para el que había trabajado. Se tragó ese dolor y sirvió responsablemente donde la ubicaron.
Alina, su segunda hija, creció entre el privilegio y la privación, confundida en términos de identidad hasta que llegó a la adultez. En sus palabras, cuando fue creciendo “abrió los ojos a la situación de su país”, y en 1993 escapó disfrazada de Cuba. Desde que llegó a Estados Unidos, donde hoy vive, se convirtió en activista contra el régimen de su padre. Su madre, que a pesar de los desacuerdos la describía como inteligente y sensible, aseguraba que “Alina se fue muy joven y con resentimientos”. Sin embargo, la distancia no disminuyó el cariño de Alina por su madre. Y cuando la salud de Naty empezó a dar muestras de deterioro y avisos de preocupación, Alina regresó a la isla, 21 años después de haberla abandonado.
Cuna ‘socialite’
Naty Revuelta Clews, de ascendencia inglesa, nació en 1925, hija única de una pareja que se divorció cuando era una niña. Su madre se casó de nuevo cuando ella tenía 10 años, y esto le dio la oportunidad de educarse en el exterior. Luego de cursar la primaria en la exclusiva Ruston Academy en La Habana, hizo su bachillerato en Pensilvania y se graduó de Administración de Empresas en Washington. A los 19 años regresó a la isla, donde trabajó para la embajada estadounidense y luego para Standard Oil (Esso). Siempre aspiró a educarse y trabajar para ganarse su independencia, pero a pesar de ese objetivo se encontró con un hombre, el renombrado cardiólogo Orlando Fernández, 20 años mayor.
Junto a él, un doctor trabajador y muy ocupado, Revuelta, de 22 años, era considerada una de las mujeres más bellas de la isla y nadaba como pez en el agua en la alta sociedad habanera. Asistía al Country Club de La Habana, jugaba canasta y tenis y acostumbraba a almorzar en un club de yates. En Guerrilla Prince, una biografía de Fidel Castro escrita por la periodista Georgie Anne Geyer, Naty era una “rubia, de ojos verdes, y de espíritu exuberante, que cuando entraba a algún lugar abría ojos y sacaba lenguas”. Por esa época Revuelta dio a luz a su primera hija, Natalie Fernández.
A pesar de su agitada vida social, el estilo de vida de esposa solitaria y madre la aburrió. Geyer sostiene que además tenía “un apetito anormal por la aventura y la revolución”. Poco después del golpe militar de Fulgencio Batista ingresó al Partido Ortodoxo, porque según dijo: “En ese partido iba a combatir la corrupción y a luchar por la justicia social y la independencia económica”.
Su vida cambió en noviembre de 1952, cuando conoció en la Universidad de La Habana a Fidel Castro, quien estaba casado con otra mujer de alta sociedad, Mirta Díaz-Balart. Se trataba de un acto para recordar la masacre de varios estudiantes de medicina independentistas en 1871 a manos de soldados españoles. El poeta Jorge Valls los presentó y sembró la semilla de una historia de admiración eterna, pasión intensa y corta infidelidad. Inspirada por el discurso y la presencia de Fidel, Naty incrementó su rol de activista, prestó su casa para reuniones en las que se planeó el ataque a las barracas de Moncada, al este de la isla. En un comienzo, a pesar de la electricidad evidente entre ambos, Fidel y Naty eran colegas y estrategas conjuntos.
Revuelta recaudaba dinero para la causa. Empezó por vender sus zafiros, esmeraldas y diamantes, y luego entregó sus ahorros, unos 6.000 dólares, una suma muy alta en la época. Cuando se acercó la fecha del ataque del Cuartel Moncada, Fidel le pidió un favor que, a la luz de la historia, resultaría irónico. “Me pidió que me ocupara de su mujer y de su hijo Fidelito. Me veía como una buena persona que podía ayudarles”, aseguró.
Fidel y sus camaradas atacaron Moncada en 1953 y fracasaron rotundamente. Decenas de insurgentes muertos o capturados, y Fidel estaba entre los últimos. En ese periodo de reclusión en la cárcel de la Isla de Pinos, Naty y Fidel se escribieron y fortalecieron sus sentimientos. “Un beso es igual a otro beso, pero los amantes no se cansan nunca. Hay frases que son besos. Hay una miel que jamás empalaga. Ese es el secreto de tus cartas”, le escribió Fidel, de 26 años, en una de sus memorables misivas. Batista, confiado en la solidez de su poder, amnistió a los presos revolucionarios en 1955. A su regreso a La Habana, la relación con Fidel pasó a un plano real y se intensificó hasta 1956, cuando Castro se exiló en México. Naty se encargaba de contarle qué pasaba en la isla mientras él preparaba la expedición que, a bordo del yate Granma, lo conduciría al poder en la noche de San Silvestre de 1959. El fuego nunca fue el mismo desde aquel entonces. Se vieron cada vez menos, pero se respetaron hasta el fin. El aporte de Revuelta en el triunfo de la revolución no fue poco y, probablemente, la revolución no hubiera sido la misma sin los aportes y la pasión de la primera camarada.