Defender la tolerancia y la diversidad
La imagen de Berlín como ciudad abierta, tolerante y multicultural puede verse ensombrecida
de no defender a sus habitantes de los ataques homófobos que últimamente han proliferado.
Por Wolfgang Kaleck
No cabe duda que los berlineses tenemos una actitud que en ocasiones puede llegar a ser insoportable: nos deshacemos en elogios ante la riqueza cultural de la ciudad, su atractivo para jóvenes y artistas de todo el mundo, y su tolerancia, tanto la real como la imaginaria, buscando así que ese brillo nos salpique un poco a nosotros. Claro que a todos nos pareció estupendo cuando el candidato para alcalde Klaus Wowereit se presentó en 2001 ante el congreso del partido socialdemócrata con las siguientes palabras: "¡Soy gay y está muy bien que sea así!". Del mismo modo que nos gustó cómo vivió públicamente su relación en pareja y su alegría de vivir mientras ocupaba el cargo de alcalde, aunque los déficits sociales de la política socialdemócrata y de la izquierda en la ciudad se evidenciaban cada vez más durante su mandato.
De hecho son ciertas las historias sobre Berlín como la capital de la tolerancia. Cuando oigo a un joven amigo mexicano -que siendo estudiante estuvo a punto de suicidarse por no ser como los demás, es decir, por ser gay- que aquí en Berlín no sólo ha encontrado refugio, sino que también se siente bien y que le gusta vivir aquí, entonces me claro que me alegro. A muchos les va como a él. Es una cara de la moneda.
La otra cara de la moneda -y me quedo en la ciudad de Berlín, sin salir a la provincia- son vivencias como la de Nasser, un libanés y gay de 16 años a quien su familia quería obligar a casarse. Cuando se opuso, su familia intentó -sin vacilar- secuestrarlo y llevarlo al Líbano. No querían tener a un “maricón" en la familia. Según cuentan, el padre incluso mencionó que a personas como él mejor se les debería degollar.
Lo que vivió y sufrió el joven Nasser no es un caso particular. No solo son jóvenes mujeres musulmanas las obligadas a casarse. Cada vez salen a la luz más casos de hombres jóvenes. También hay indicadores que señalan el aumento de los intentos de homicidio por motivos homófobos. Con frecuencia estos casos son llamados “asesinatos de honor”, una expresión horriblemente eufemística y falsa. La homosexualidad contradice al ideal de masculinidad, según el cual los hombres deben ser fuertes y dominantes. Además, las relaciones homosexuales no corresponden a la imagen de rol de las familias burguesas. Ese tipo de imagen puede que actualmente exista en comunidades de migrantes, pero no olvidemos -y, por tanto, no señalemos- que no puede afirmarse que la mayoría de los alemanes haya superado tales estereotipos.
El caso de Nasser coincide con varias denuncias relativas a ataques de jóvenes migrantes contra homosexuales, especialmente en los distritos céntricos de Berlín, donde racistas y neonazis rara vez se pierden. El número de violencia homofóbica es alarmantemente alto. En su informe de 2013, el programa anti-violencia MANEO (el proyecto homosexual anti-violencia con más experiencia y el más conocido en Alemania) menciona 290 de dichos casos; y estos son tan sólo los que conocemos.
Quienes vivimos en Berlín hemos construido en los últimos años, a pesar de la discriminación, una ciudad multicultural. Debemos defenderla contra los homofóbicos, al igual que contra los ataques racistas y antisemitas que últimamente se producen.
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