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General: Un aniversario más del ésodo del Mariel: terrorismo de estado
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 02/04/2015 15:37
El éxodo del Mariel: terrorismo de estado
Contra la “escoria”, los actos de repudio, las golpizas y las humillaciones. Contra la Florida una invasión de desempleados

Mariel-cover-1.jpg (600×400)
 
          Por Roberto Jesús Quiñones Haces | Guantanamo, CubaCubanet
Primero de abril de 1980, un ómnibus fue proyectado contra la entrada de la embajada del Perú en La Habana, sus ocupantes  penetraron en ella y solicitaron asilo político. Desgraciadamente el suboficial de la PNR Pedro Ortiz Cabrera perdió la vida en el  suceso. Al hecho siguieron otros  sumamente traumáticos para muchos cubanos debido a su violencia. Todos quedarían grabados indeleblemente en la memoria colectiva de la nación y revelarían la naturaleza terrorista del régimen cubano.
  
Fidel Castro  exigió al gobierno peruano la entrega inmediata de las personas que habían entrado por la fuerza en la sede diplomática. De haberlo complacido  largas penas de cárcel y el fusilamiento habrían sido indudablemente las sanciones aplicadas.  Pero el  gobierno de Perú no aceptó y el régimen cubano adoptó una medida que, como las demás tomadas por  esos días, hizo parecer a sus testaferros que la pelota había sido colocada en  terreno del  adversario.
  
Las medidas tomadas por  Fidel Castro
 
Fidel Castro ordenó  retirar la protección y vigilancia alrededor de la sede diplomática incitando a todo cubano que quisiera emigrar a que entrara en ella. Muy pronto miles de personas, procedentes de todas las ciudades y pueblos del país, abarrotaron el lugar convirtiéndolo en un reservorio tangible del descontento que ya minaba a la sociedad.
 
El crecimiento del número de compatriotas que deseaba emigrar se hizo evidente y el gobierno, con el objetivo de desalentar las salidas que  había propiciado, hizo del terror su método disuasivo por excelencia. Fue la primera vez que se aplicaron en el escenario público cubano los actos de repudio. Las golpizas y humillaciones abundaban por doquier. Las masas, alentadas por los grupos de poder y  dirigidas por individuos de muy dudosa conducta social violaron las más elementales normas de respeto a la dignidad humana y el país convivió varias semanas con prácticas fascistas que lo mantuvieron en vilo hasta que la comunidad internacional protestó enérgicamente.
 
El gobierno exigió a los refugiados en la embajada y a todos los que deseaban emigrar que tenían que presentarse en sus centros de trabajo o de estudio para que les entregaran la baja. Los desempleados tenían que solicitar el documento ante los CDR (Comités de Defensa de la Revolución). Ese era el requisito indispensable para obtener el permiso de salida que permitía a las turbas interceptar a los solicitantes para atacarlos.
 
Otra acción política desvergonzada
 
Tuvieron que pasar  algunos años,  tener acceso a otras informaciones  y, sobre todo, leer y escuchar testimonios indubitables en Radio Martí y aquí mismo, para entender la magnitud de los hechos  y la perversidad del gobierno en esas jornadas denigrantes de nuestra historia.
 
Con el único objetivo de obtener provecho en una confrontación donde siempre sería mirado como víctima debido a la grandeza política, militar, económica y moral del contrincante, Fidel Castro sacó de las cárceles a peligrosos delincuentes, los introdujo en la embajada para crear el caos y luego exigió que las embarcaciones que venían en busca de familiares se los llevaran. Junto con ellos, viajaron no pocos enfermos mentales, se conoció después,
 
Fue una hábil jugada, pero de efímero valor y reveladora de la esencia anti ética del régimen, cuyo objetivo inmediato era descalificar a los nuevos emigrantes a quien la cúpula gobernante calificó de “escorias”. Pero también pretendía limpiar las cárceles cubanas y exportar hacia EUA potenciales elementos perturbadores de la sociedad, que Hollywood reflejaría en populares películas como Scarface.
 
El tiempo, el implacable, el que pasó…
 
35 años después de estos sucesos muchos de los cubanos que fueron catalogados como “escorias”, gracias a su trabajo honesto y a una sociedad que no es perfecta pero sí garantiza todas las libertades humanas, disfrutan en los EUA de una vida donde quizás la añoranza por la patria ocupe un lugar importante,  pero en la cual  viven  según su modo de pensar, dignamente.
 
El Mariel no fue un éxito del castrismo, todo lo contrario. Un alto dirigente de entonces, Carlos Rafael Rodríguez, admitió ante una revista mexicana que la revolución no tenía nada de que enorgullecerse por lo ocurrido. Se rumora que fue el detonante del suicidio de Haydeé Santamaría y objeto de análisis en la carta de despedida que Osvaldo Dorticós  escribió a Fidel Castro antes de morir  por otro pistoletazo. Fue una victoria pírrica  que muy  pronto perdió el brillo artificial de los oropeles que los testaferros del castrismo le endilgaron para loar la supuesta genialidad del líder. Sus abusos, crímenes todavía impunes e iniquidades quedaron al descubierto para develar la esencia fascista de los métodos usados por las turbas alentadas y apoyadas por la policía y los dirigentes políticos.
 
Desde entonces los actos de repudio contra las sedes diplomáticas mal vistas por el gobierno cubano y los opositores pacíficos, especialmente  las extraordinarias Damas de Blanco y los aguerridos miembros de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), no han dejado de practicarse en las calles y ante los domicilios de los hostigados.
 
Esto, unido a la represión  y vigilancia constante de las fuerzas de la seguridad del estado  así como la negativa del gobierno a respetar los derechos políticos y civiles fundamentales, demuestra  que el terrorismo de estado es una práctica enquistada en el castrismo. Los norteamericanos no deberían olvidarlo, mucho menos ahora cuando detrás de pingües dividendos intentan suprimir a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo.
                  Roberto Jesús Quiñones Haces  



 
Cubanet


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: BuscandoLibertad Enviado: 03/04/2015 14:15
Radamés: otra historia de la embajada de Perú
Cuando el ómnibus se estrelló contra la verja de la embajada, Radamés iba detrás del asiento del chofer. No quiso tirarse al piso, para protegerse de las balas. Más que su vida le interesaba asegurarse de que entraba a la libertad
 
Embajada.jpg (510×285)
 
Se estima en 10 mil 800 cubanos los que lograron entrar por la fuerza en la embajada de Perú en La Habana
Por Luis Cino Álvarez   | La Habana, Cuba
Radamés Gómez fue el primero que me contó, unos años después del incidente, la verdadera historia de lo que ocurrió el primero de abril de 1980 en la embajada de Perú en La Habana: que el custodio que resultó muerto lo fue por el fuego cruzado de los otros guardias apostados en frente suyo, y no como decía la versión oficial, por los que penetraron en la sede diplomática, que iban desarmados.
 
Radamés conocía bien la historia. Cómo no iba a saberla si fue en su casa de la calle Tejar donde él y su amigo Héctor idearon la fuga y convencieron para llevarse la guagua a Francisco El Títere, un chofer del paradero de Lawton.
 
Cuando el ómnibus de la 79 que cubría la ruta Lawton-Playa se estrelló contra la verja de la embajada, Radamés iba con los ojos bien abiertos, detrás del asiento del chofer. No quiso tirarse en el piso, como hicieron los demás, para protegerse de las balas. Más que su vida le interesaba asegurarse de que entraba, a 65 kilómetros por hora, en lo que suponía era el mundo de la libertad y la abundancia.
 
Fue el primero que resultó herido. Una bala le rozó la cabeza. Cuando saltó al piso, otra le entró por la espalda. Por unos centímetros no le destrozó el espinazo. A Héctor también lo hirieron. Pero ya estaban en territorio peruano y según las leyes internacionales, no los podían prender.
 
Cuando el régimen se cansó de torturar por hambre y sed a los miles de desesperados por escapar del paraíso revolucionario que colmaron hasta la azotea de la embajada luego de que Fidel Castro ordenara retirar las postas, y cuando ya la prensa oficialista había filmado las peleas de los hambrientos por las míseras e insuficientes raciones de comida y pudo armar su historia de que los refugiados eran la escoria de la sociedad, fue que empezaron a permitir que salieran con salvoconductos, lo cual no servía de garantía para evitar que fueran apedreados y escupidos por las turbas enfurecidas por orientación superior.
 
Pero se negaron a dejar salir al grupo que penetró a bordo de la guagua.
 
Radamés se negó a negociar con las autoridades. No confiaba en ellos. Sabía que no le perdonarían haber provocado aquella crisis. Temía que le pasara lo que a otro del grupo, un muchacho de 17 años que trató de salir de la embajada y lo arrestaron.
 
Radamés, Francisco El Títere, una mujer y un niño permanecieron allí, incomunicados, bajo protección de las autoridades peruanas, durante cuatro años y siete meses. Cuando los dejaron salir, les reiteraron que jamás se irían de Cuba.
 
Radamés, para ganarse la vida, se fue a trabajar en la construcción. Fue donde único le dieron empleo, luego de recordarle lo generosa que era la revolución.
 
Nos conocimos allá por 1985, cuando trabajábamos en una brigada que reparaba edificios y ciudadelas en el municipio Diez de Octubre.
 
Nuestros compañeros de brigada eran varios tipos en libertad condicional, un abakuá con una Santa Bárbara tatuada en la espalda y un bayonetazo en el vientre, y un pesista y galán de barrio que había ejercido como veterinario hasta que se enteraron de que estaba en trámites para irse del país.
 
A Radamés, que aun no había cumplido los 30 años, ya comenzaba a escasearle el pelo. Decía que se le había caído por culpa de los nervios. Tenía un enorme bigote negro, era de baja estatura pero con un cuerpo robusto, como de boxeador, y siempre vestía jeans bien desteñidos.
 
Nos confió su historia, al veterinario y a mí, una tarde, luego de terminar la jornada, mientras nos lavábamos el cemento y el sudor con el agua verdosa de un barril.
 
Después, Radamés dejó de ir al trabajo. Por Irmita, su novia, supe que lo habían condenado a tres años de cárcel por intentar irse en una balsa.
 
Radamés se fue a Estados Unidos, con visa de refugiado, en septiembre de 1991. Tiene dos hijos que nacieron en Miami. También son parte de su sueño americano. Y una bien importante, porque a Radamés le gustaban mucho los niños, pero no quiso tener hijos en Cuba, según decía, para evitarles una vida como la suya.
 
embajada-peru-11.jpg (580×400)
 
 
Cubanet


 
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