Cuba 1968
JORGE DÁVILA MIGUEL
Aquel año se cumplía un siglo de la primera guerra de independencia contra España. “Los cien años de lucha” era la consigna revolucionaria de una ideología más nacionalista frente a los recientes embates del manualismosoviético y la lejana luz del Kremlin.
Es un año para recordar: Mayo en París, Primavera en Praga, Matanza en Tlatelolco, México D.F.; microfracción, Congreso Cultural y Ofensiva Revolucionaria en Cuba.
Por estos mismos días con esto de las relaciones Cuba-USA, miramos al pasado. Aquel abril de 1961, los bombardeos a los aeropuertos de Ciudad Libertad, Santiago de Cuba y San Antonio de los Baños que precedían la invasión de Girón donde tantos cubanos murieron y cuyo drama se extiende hacia la cruenta guerra del Escambray que termina en1966 con la victoria del gobierno.
1968 fue un año de consolidación para la Revolución Cubana pero también el año de uno de sus más notables traumas: la Ofensiva Revolucionaria, que terminó con lo que quedaba del ya raquítico empresariado nacional: 58,012 establecimientos, de ellos 16,634 empresas expropiadas solo en La Habana[i]. Carnicerías, bares, talleres. La intervención de los puestos de frita, aunque ya no había ni ostiones ni fritas. Desapareció el pan con lechón; y el batido de plátanos, que sabía muy bien, con su hielito frapé, aunque hubiera que llevarle la leche condensada al dueño de la fugaz cafetería; aquello se esfumó. Ni una tintorería de chinos más. Solo sobrevivieron los carros del ANCHAR[ii] en la ciudad.
La ofensiva estigmatizó la pequeña iniciativa empresarial privada cubana y con ella comenzó el intento de alcanzar el comunismo antes que en la propia Unión Soviética: el dinero debía desaparecer, porque era sedicioso.
Lo que nos trae al momento actual, cuando el gobierno cubano abre sus puertas a la inversión extranjera, a una especie de economía de mercado y el dinero ya no es siempre el gran corruptor.
La ley de inversiones extranjera ya vive, el puerto del Mariel espera por unos dos mil millones de capital provenientes de ultramar, Cuba desde todo pronóstico saldrá de la lista de los países terroristas, lo que le dará acceso a empréstitos en el mundo financiero, pero algo no se sabe: ¿Habrá marco legal para la iniciativa empresarial de los cubanos de a pie? ¿Qué legislación le brindará el mismo derecho a un nacional que a un extranjero? O mejor: ¿qué ventajas tendrá un cubano, por el solo hecho de serlo, para progresar económicamente en su propio país, por lo menos igual que alguien que nació en Wisconsin o en Upsala?
La más socorrida objeción es “con qué dinero cuentan los cubanos para una inversión como las que plantea la ley”, y es verdad: la mayoría de esos cubanos no tienen capital para ello; pero también es mentira, porque un nuevo aunque tímido empresariado surge ya en la isla a partir de las limitadas licencias a los cuentapropistas. Lo que hace falta no es dinero solamente sino que los nacionales tengan un marco legal para prosperar igual que cualquier extranjero, por ejemplo que puedan constituirse en personas jurídicas. ¿Existirá alguna vez esa posibilidad, que equipare al nacional y al extranjero?
Los agricultores cubanos producían históricamente lo esencial de la mesa familiar, pero hoy Cuba importa el 80 % de sus alimentos. ¿Podrán los campesinos de Güira de Melena, o sus hijos, tener la posibilidad de crecer para al menos soñar con competir con la norteamericana Archer Daniels Midland en la industria agropecuaria, igual que los colonos cañeros cubanos competían con los cañaverales de la United Fruit?
Los artesanos jaboneros de La Habana, ¿podrán aspirar a fabricar jabón, muchísimo jabón, en algo mejor que una batea y a echarle también un poquito de perfume? Incluso a que le presten algún dinerito en la banca local o asociarse con algún extranjero que lo tenga. Sería justo, digo yo, a menos que el desarrollo sostenible de Cuba gravite hacia grandes empresas productoras por un lado y por el otro una abundante mano de obra nacional, educada, disciplinada y barata. Una división entre capital y trabajo nada estimulante, ni siquiera para la economía nacional. ¿Seremos iguales? Son preguntas leales y legítimas. Y por ahora, preguntas sin respuesta.