Ser cubano en Cuba no da negocio La explosión del momento para los cubanos de la Isla
es dejar de serlo, aunque se conviertan en guatemaltecos o liliputienses
El sueño de muchos es irse a otro país y retomar su vida
José Hugo Fernández | La Habana
Lo afirma una canción del dúo Buena Fe: “Ya nadie quiere ser cubano”. Y es verdad. No porque lo diga esta agrupación, cuyas piezas sobrevaloran en la Isla -y más allá- como reflejo de las inquietudes de los jóvenes, aunque en realidad no son sino un eco light del discurso de la gerontocracia dominante. Incluso, casi podríamos sostener que es verdad a pesar de que lo diga Buena Fe.
Si sumáramos las cifras de los que últimamente se han hecho ciudadanos extranjeros –españoles sobre todo, pero también de otras nacionalidades-, más los que están en trámites para serlo, más los que se encuentran a la caza de oportunidades que les permitan acogerse a la ciudadanía de sus abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y a las de nuevas esposas o esposos, sumarían millones.
Sólo faltaba que a quienes no tienen raíces en Europa les diese por hacerse ciudadanos chinos o africanos. Pero en el caso de los chinos, resultan ya frecuentes los trámites, con buenos saldos. Y si no ocurre igual con los descendientes de África es porque, lamentablemente, debe ser muy difícil para ellos poner al día la documentación acreditativa. Con todo, no hay que perder las esperanzas en la víspera. Va y en cualquier momento aparece algún mago sacándose de la manga inscripciones de nacimientos de viejos congos, mandingas y carabalíes. Lo cual no me disgustaría en lo más mínimo, dado el caso.
Posiblemente el nuestro sea el único país en todo el planeta donde ser ciudadano extranjero constituye un valor agregado, por sí solo, sin necesidad de entrar en otros detalles. Y ello, desde luego, explica y justifica ampliamente la movida.
Los imperativos de la propaganda política han obligado al gobierno, durante demasiado tiempo, a brindarle a cualquier pelagatos que caiga aquí desde el exterior un trato adulatorio de signo muy subdesarrollado y una distinción similar a la que otorgaban los señores feudales y siguen otorgando los capos mafiosos a sus invitados de honor. Por más aberrante que sea, la tendencia ha pasado a formar parte de nuestra cultura en los servicios públicos. Y no sólo. También se sustenta en leyes. Sobra relacionar, porque son bien conocidas, las innumerables exenciones legales que en materia de negocios disfrutan aquí los ciudadanos extranjeros en detrimento de los nacionales. Y ni hablar de las penosas diferencias en el tratamiento que dispensan a unos y a otros en los centros de salud o en cualquier entidad estatal, incluidas, claro, las de la policía.
Entonces a nadie debe extrañarle que la explosión del momento para los cubanos sea dejar de serlo, aunque se conviertan en guatemaltecos o liliputienses.
El único valor del pasaporte cubano es para poder regresar a la Isla
Poco tiempo atrás, lo hacían mayormente para huirle a la opresiva atmósfera de la Isla volando hacia cualquier otro país, no importaba cuál. Pero en la actualidad se han ensanchado sus horizontes. Un tanto asustados por lo que se cuenta sobre la crisis económica mundial y persuadidos de que el viejo totalitarismo nacional se está cayendo en pedazos, así que no le puede quedar mucho tiempo de vida (o es lo que ellos creen), el nuevo proyecto de nuestros yumas con ariques en los pies consiste en viajar temporalmente a otras naciones, en especial a los Estados Unidos, para agenciarse algunos ahorros, a la vez que exploran el mercado laboral y las reales ventajas de radicarse allá. Otros simplemente eligen ganarse la vida como mulas, yendo y viniendo cada fin de semana. Y aun hay otros que con el dinero que ganan afuera abren aquí pequeños negocios particulares, a la vez que van construyendo el hogar que nunca tuvieron, señal de que no se han tomado demasiado en serio su estatus como extranjeros, y que para ellos es sólo una vía de remedio eventual. En cambio, también están quienes lo asumen como una moda. Así que sencillamente se convierten en pepes para que sus amigos los envidien, y nada más.
De cualquier manera, caso por caso, todo indica que son muy pocos los cubanos, especialmente jóvenes, que en algún momento no hayan pensado en dejar de serlo como perspectiva de un buen negocio. Y en tanto, el gobierno encantado de la vida.
¿Acaso no conocemos sobradamente su inutilidad para extraer usufructo de otra empresa que no sea la explotación abusiva de sus gobernados? Somos su azúcar, su mineral, su industria, su primer rubro exportable. Nuestras carencias constituyen la única línea productiva en la que han dado pruebas de ser eficientes administradores, y hasta capaces de aplicar renovaciones.
Así, pues, ¿por qué habría de preocuparles nuestro frenesí por dejar de ser cubanos? Si al fin y al cabo, los mayores réditos del negocio también serán para ellos.