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General: Abraham Lincoln, uno de los últimos héroes de la humanidad
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 14/05/2015 17:38
Con Abraham Lincoln para siempre
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*El 14 de abril de 1865 el actor John Wilkes Booth disparó en el Teatro Ford de Washington a Abraham Lincoln. El presidente recibió un tiro en la nuca, sobrevivió inicialmente al disparo, las heridas recibidas eran de tal gravedad que falleció al día siguiente, a las 7:22. Lincoln fue el primer presidente de Estados Unidos en ser asesinado, ya que treinta años antes, en 1835, había fracasado un intento de asesinato de Andrew Jackson.
               Por Alejandro San Francisco - El Imparcial
¿Qué hacer este 15 de abril de 2015? Recordar a Abraham Lincoln, uno de los últimos héroes de la humanidad. Y tratar, como él lo hizo, de darle un sentido más humano a nuestra vida en el mundo, a la acción política, a nuestras relaciones personales.
 
Uno de los momentos estelares de la vida de Lincoln se produjo el 19 de noviembre de 1863, cuando pronunció el Discurso de Gettysburg, cementerio donde estaban enterrados muchos de los caídos en la guerra civil norteamericana. En esa ocasión sostuvo con decisión una especie de programa político, relevante por sus principios y por su proyección. Concluía de la siguiente manera:
 
"Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que, de estos muertos a los que honramos, tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron hasta la última medida completa de celo. Que resolvamos aquí, firmemente, que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra".
 
Se dice que en esa misma ocasión no tuvo gran impacto el discurso, quizá demasiado breve para lo que se esperaba. Algunos incluso se burlaron de la sencillez de las palabras del Presidente de los Estados Unidos. Sin embargo, con el paso de los años la situación se revertiría, e incluso muchos llegarían a asociar la definición de democracia con esa escueta y clara fórmula presentada por Lincoln: "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo".
 
Para comprender la importancia del momento político que se vivía, hacía falta una gran perspectiva histórica. El líder republicano había asumido el gobierno de los Estados Unidos en 1861, después de unos debates memorables y una campaña singular que ha sido narrada magistralmente por Doris Kearns en Team of rivals. The political genius of Abraham Lincoln (Simon & Schuster, 2005). Ilustra a un hombre que es capaz de convocar a sus antiguos adversarios a ser parte de su gabinete, en la convicción de que necesitaba "a los hombres más fuertes del partido en el ministerio".
 
La llegada a la Casa Blanca, en enero de 1861, no fue fácil, y de hecho arribó en esa ocasión con discreción y disfrazado, porque había sido advertido de un posible asesinato. Era un hombre simple, altísimo (medía 1 metro 92 centímetros), consciente de que "ignoraba muchas cosas", sin haber estudiado en colegio o academia alguna, pero con una cultura y talento singular para la actividad política.
 
El gran problema de su tiempo era la posible secesión del sur, esclavista, situación contra la cual advirtió claramente Abe, como le llamaban: "Una casa dividida contra sí misma no puede mantenerse. Creo que este Gobierno no puede perdurar, permanentemente, mitad esclavo, mitad libre. No espero que la Unión se disuelva – no espero que se derrumbe -, pero sí espero que deje de estar dividida. Será del todo una cosa o la otra".
 
A pesar de las dificultades iniciales, e incluso algunas derrotas, finalmente Lincoln logró la victoria en los campos de batalla. En el camino también logró una victoria todavía más valiosa por su enorme significado humano: "...el día primero de enero del año de nuestro Señor de mil ochocientos sesenta y tres, todas las personas consideradas como esclavas, que radiquen en cualquier Estado, o en parte de él, cuyo pueblo se encuentre entonces en rebelión contra los Estados Unidos, serán a partir de esa fecha en adelante, y para siempre, libres". Era la liberación de los esclavos, una nueva etapa en una tierra nacida en la libertad, pero que tenía tareas pendientes. El Presidente norteamericano ponía sobre la discusión pública una cuestión esencial: no puede haber personas de primera o segunda categoría en la sociedad.
 
Poco después el gobernante fue reelegido para un segundo periodo, con una mayoría superior a la de su primer período, mientras él mismo destacaba la necesidad de poner la unión por delante y de no incurrir en represalias, sino fortalecer la unidad norteamericana. Sin embargo, no todos estaban en la misma posición de reconciliación, y el 15 de abril de 1865, hace exactamente un siglo y medio, Lincoln fue asesinado en el Teatro Ford, donde había acudido a presenciar una obra."Sic semper tyrannis!" ("así siempre a los tiranos"), gritó el magnicida. Había muerto el presidente de la libertad de los esclavos.
 
Una de las estrofas mejor logradas de "Oh Capitán, mi capitán", Walt Whitman recuerda a la figura de Lincoln llegando Illinois, donde sería enterrado:
 
"Por ti se izan banderas y los clarines claman.
Son para ti los ramos, las coronas, las cintas.
 
Por ti la multitud se arremolina,
por ti llora, por ti su alma llamea
y la mirada ansiosa, con verte, se recrea".

No es casualidad que haya sido el Lincoln Memorial de Washington el lugar elegido por Martin Luther King para pronunciar su histórico discurso "Yo tengo un sueño", con cientos de miles de personas escuchando la promesa de futuro para Norteamérica. Un monumento para contemplar, recordar, proyectar.
 
En su "Elegía a Emmet Hill", Nicolás Guillén cuenta una historia de un niño negro asesinado, recordando el fuego y la muerte que sacudieron al Mississippi durante tantos años de injusticias. Hacia el final recuerda al "niño muerto, asesinado y solo, negro", de la siguiente manera:

"Un niño con su trompo,
con sus amigos, con su barrio,
con su camisa de domingo,
con su billete para el cine,
con su pupitre y su pizarra,
con su pomo de tinta,
con su guante de béisbol,
con su programa de boxeo,
con su retrato de Lincoln,
con su bandera norteamericana,
negro".

Es que pasadas muchas décadas, ya incluso un siglo y medio, mucha gente sigue viendo en Lincoln el apoyo de un gran hombre, un estadista genuino, que supo vivir por grandes ideales, luchar en momentos difíciles, enfrentar la adversidad con valentía. Así también encontró la muerte artera que, en su caso, se transformó en un pasaje a la inmortalidad.
 
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Alejandro San Francisco - Historiador - El Imparcial


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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 14/05/2015 17:43
La cara de Abraham Lincoln Bandera de Estados unidos
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Abraham Lincoln
 Nació en Hodgenville, Kentucky, 12 de febrero de 1809-
Muere asesinado en  Washington D. C., un 15 de abril de 1865
Decimosexto presidente de los Estados Unidos y primero por el Partido Republicano
             Por Jorge F. Hernández  - EL PAÍS
Bandera de Estados unidosParecería que pasó desapercibida la fecha exacta en la que se cumplió siglo y medio del asesinato de Abraham Lincoln en Washington, D.C. Fue de noche y en abril, la ciudad celebraba el fin de la Guerra Civil que había partido a la Unión Americana entre otros muchos pretextos por la necia autodeterminación que reclamaban los estados del Sur en su afán por mantener su mundo fincado en la esclavitud. Lincoln asistía esa noche al teatro y un engreído, popular y apuesto actor logró burlar la seguridad, se metió al palco presidencial y le disparó directamente al cráneo un balazo que lo dejó moribundo al instante. La cultura norteamericana se conmueve al evocar los muchos brazos que tuvieron que emplearse para cargar el larguísimo cuerpo del presidente, atravesar la calle y acostarlo en la cama donde le sobraban las piernas... y de allí, convertirse en el perfil de cobre que aparece en cada centavo del poderoso dólar, aunque en el pensamiento de muchos vale más que un penique evocar esa inmensa figura que permanece sentada en mármol en un Partenón blanco en medio de la ciudad blanca, tradicionalmente sobre poblada por negros, gobernada o ingobernada por alcaldes negros en las recientes décadas, llamada capital del imperio y de un tiempo a la fecha, con un presdiente negro habitante de la Casa Blanca desde donde gobierna a la poderosa nación que imaginó Lincoln.
 
En la constante confusión de lo políticamente correcto corren ahora tiempos en que parece mejor decir "afro-americano" al referirse a ciudadanos negros (sin importar que quizá se trate de piel antillana o caribeña, veracruzana o venezolana) e incluso, a un demente se le ocurrió quitar la palabra nigger de la prosa original con la Mark Twain escribiera las aventuras de Tom Sawyer y Huckelberry Finn. Peor aún, en el abigarrado paisaje de la actualidad, se repiten connatos de rebelión y encendidas protestas donde asesinatos y abusos policiales sólo podrían ser explicados en términos de una desatada saliva racista donde mexicanos o todo moreno en general corre el riesgo de parecer sospechoso ante los ojos abusivos de uniformados (no necesariamente rubios o irlandeses) y ni qué decir del joven negro que corra de noche, por cualesquier callejón oscuro, enfundado en la ya tradicional sudadera con capucha. En contraste, la glorificación deportiva que inunda todos los estadios y las horas pico de las televisoras no niega la supremacía de beisbolistas de origen y raíces latinas en ese deporte otrora exclusivo de la mezcolanza americana de la raza aria-anglosajona, pugilistas de ébano inquebrantable en el ring donde antes campeaban si acaso italianos más blancos que el queso parmesano o quarterbacks de rizados cabellos que son mariscales de campo de esa forma del rugby donde el prototipo llamado All-American tenía que ser rubio y de ojos azules.
 
Parecería entonces que se cumplió el siglo y medio sin recordar a Lincoln y, sin embargo, pende sobre el hombro la sombra de su mirada. Es un hombre de estatura descomunal que parece envejecer cada vez que le toman una fotografía (desde los primeros daguerrotipos, hasta la reciente versión coloreada de una de sus poses favoritas), el hombre que parecía garrocha, el que se había dejado media barba porque así se lo sugirió un niño cuando andaba en campaña presidencial arriando votos a su favor, el callado abogado de pueblo se queda mirando fijamente su propia sombra en las madrugadas. Reconozco que el espanto me llega desde la infancia, pues para quienes estudiamos de niños en Estados Unidos parecería cosa de encantamiento evocar ahora que allí mismo en Washington, D.C. había bebederos de agua separados con letreros que indicaban en dónde bebían los Whites Only y en donde saciaban sed los Colored or Blacks, que también eran segregados a la parte trasera de los autobuses, que poblaban los andenes de los trenes como conductores y que todo mundo suponía que bailaban tap, además de atender mesas con impecables filipinas almidonadas. Es cosa ya de recuerdo casi en sepia, y sin embargo, pende como sombra desde la altura de un templo con columnas de mármol el deseo que expresaban las palabras de un hombre bueno, de aparente serenidad imbatible que fue acompañante paciente de la progresiva locura de su esposa, al tiempo que intentaba cicatrizar la progresiva demencia de un país demediado.
 
La cara de Lincoln se aparece de madrugada, más allá de las conmemoraciones, estampas y centavos, porque sus palabras se volvieron indelebles. Es inevitable: cada vez que alguien empieza a espetar opiniones encendidas de sobremesa sin ton ni son, a uno le resuena como eco "Medir las palabras no significa endulzarlas, sino prever las consecuencias que provocan" o cuando cualquier político mentiroso o empresario abusivo empieza a fardar sus simulacros, se filtra como susurro el axioma de que "Podrás engañar a todo el mundo durante algún tiempo y podrás engañar a algunos todo el tiempo, pero nunca podrías engañar a todo el mundo, todo el tiempo" y así, la templanza o mesura con la que el joven envejecido en las fotografías sugiere "mejor callar y que los demás sospechen de tu poca sabiduría, que hablar y hablar y con ello eliminar toda duda sobre ello".
 
El hombre que mira fijamente a la lente, el que parece representar en las arrugas del rostro la geografía partida de la nación que gobernó y la ruta exacta del tren que llevó sus restos de regreso a su ciudad natal, donde sigue erguida la cabaña que construyó con sus propias manos, el hombre que parecía relajarse en una escena de una obra de teatro en el instante exacto en el que un actor lo acribillaba dramáticamente, murió enfatizando la urgencia de que el mundo entero anhelara "un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo" y esa cara que parece mirar hacia el pretérito intacto, en realidad está mirando hacia el futuro incierto, el hoy mismo en que se enredan incluso los términos con los que intentan definir habitantes del mundo entero las incongruencias y desigualdades aún pendientes, ante las cuales, inevitablemente habrá que plantarles cara.
 
http://www.gabitogrupos.com/Cuba_Eterna/

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 14/05/2015 17:55
 Controversia sobre su sexualidad 
 
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Ya en 1926, Carl Sandburg, en su biografía de Lincoln The Prairie Years, aludía a la relación con Joshua Fry Speed diciendo que tenía «una vena de lavanda» y «la debilidad de las violetas de mayo». Tener una vena de lavanda era la jerga en la década de 1930 para señalar a un hombre afeminado o las connotaciones de homosexual.
 
En 2006 se publicó póstumamente el libro The intimate world of Abraham Lincoln, del psicólogo y terapeuta Clarence Arthur Tripp (fallecido en 2003) donde se plantea que Lincoln tuvo una atracción erótica y relaciones con hombres desde su juventud hasta la presidencia.
 
Tripp analizó en el libro siete relaciones suyas, cuatro con hombres y tres con mujeres. Según el libro, en 1831 Lincoln conoció en New Salem (Illinois) a Billy Greene, quien le enseñó gramática y compartió una estrecha cama con el futuro presidente (algo habitual en los Estados Unidos del siglo XIX) de cuyo físico guardaba un vivo recuerdo: «Sus muslos eran tan perfectos como puedan serlo los de un humano».
 
En 1837 se mudó a Springfield, donde estableció una estrecha amistad con Joshua Fry Speed, a quien sus primeros biógrafos calificaban como «el único amigo íntimo que Lincoln tuviera nunca», y con quien también compartió el lecho durante cuatro años, aunque más importante es el tono de su amistad que revelan las cartas que Lincoln escribió a Speed, muchas de las cuales firmaba «Tuyo para siempre». Tripp arguye en el libro que sus relaciones con mujeres son, bien inventadas por los biógrafos de Lincoln (en referencia a Ann Rutledge), o lúgubres chapuzas (su cortejo a Mary Owens y su matrimonio con Mary Todd). Siendo ya presidente, Tripp menciona otras dos relaciones con hombres, con el joven Elmer Ellsworth («el mayor hombrecito que he conocido jamás») y con el capitán de la guardia presidencial y que fuera su compañero íntimo David Derickson, con quien compartía lecho durante las frecuentes ausencias de su esposa.
 
El historiador Gabor Boritt califica los documentos donde se infiere de la sexualidad homosexual de Lincoln, escritos por Kramer de la siguiente forma «casi con certeza es un fraude…» Tripp también expresa su escepticismo sobre el descubrimiento de Kramer afirmando que «ver es creer, a pesar de la aparición de ese diario, sus pasajes no tienen la menor atisbo lincolniano.»
 
La editorial Farrar, Straus and Giroux anunció en septiembre de 2010 que había adquirido los derechos mundiales sobre el libro que que tenía planes de publicarlo en dos volúmenes que aparecerían en 2012.21 Los críticos con la hipótesis de la inclinación homosexual de Lincoln remarcan que estuvo casado y que tuvo cuatro hijos.
 
El historiador Douglas Wilson afirma que Lincoln en su juventud exhibió comportamientos heterosexuales, como la de contar historias a sus amigos sobre sus contactos con mujeres.  La madrastra de Lincoln, Sarah Bush Lincoln, comentó que «nunca estuvo muy interesado en las chicas». Sin embargo algunos relatos de contemporáneos de Lincoln sugiere que tuvo una fuerte aunque controlada pasión por las mujeres.
 
A Lincoln le desoló la muerte de Ann Rutledge en 1835. Mientras que algunos historiadores se han cuestionado si hubo en realidad una relación romántica entre ellos, el historiador John Y. Simon revisó la historiografía de Lincoln y concluyó que «se dispone de pruebas abrumadoras que indican que Lincoln amó a Ann y que su muerte lo sumió en una severa depresión. Más de un siglo y medio después de su muerte, cuando no se pueden esperar nuevas pruebas significativas, ella debería tener su lugar propio en la biografía de Lincoln.»
 
Herndon, el socio legal de Lincoln, en su biografía sobre Lincoln, atestigua el profundo amor de Lincoln por la señorita Rutledge. Existe un poema anónimo sobre el suicidio publicado tres años tras su muerte se atribuye a Lincoln por muchos expertos. Su cortejo a Mary Owens fue diferente. Después de que ella rechazara su proposición de matrimonio de conveniencia por carta en 1837, Lincoln escribió a un amigo en 1838: «Sé que que estaba pasada de peso, pero ahora parece una cerilla rubia para Falstaff.»
 
El libro de Tripp incluye dos epílogos; en uno de ellos, «A Respectful Dissent» (Una respetuosa disensión), el historiador y biógrafo de Lincoln, Michael Burlingame señala que «es posible pero altamente improbable que Lincoln fuera "predominantemente homosexual"»; en el segundo, «An Enthusiastic Endorsement» (un entusiasta refrendo), el historiador Michael B. Chesson, señala que, aunque el libro no proporciona una imagen conclusiva, muchos aspectos de su vida, como su tristeza, soledad y naturaleza reservada ganan claridad en el supuesto de un Lincoln homosexual.
 
Biógrafos de Lincoln, como David Herbert Donald, han rechazado contundentemente las afirmaciones de Tripp, y creen que no hay evidencia de homosexualidad en la vida de Lincoln. También se han dado reseñas sobre el libro, como la de David Greenberg, que señalan la circunstancialidad de los argumentos y que no proporciona «razones convincentes para que se crea en su afirmación principal», o que se trata de una serie de conjeturas extrañas.  Otros, como Gore Vidal o Andrew Sullivan apoyan la tesis de Tripp, señalando que lo único que queda por aclarar es cuán homosexual era Lincoln.
Eran Gays los presidentes Lincoln, Nixon, y George Washington
 


 
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