La reconversión de los diablos
El castrismo perfuma de mirra e incienso su intransigente convicción marxista
Miriam Celaya | La Habana, Cuba
El periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba (PCC), en su primera plana del día de ayer, lunes 11 de mayo de 2015, exhibió una fotografía del General-Presidente cubano estrechando amigablemente la mano del Papa Francisco, en Ciudad Vaticano. Veleidades de la política, que nos convencen de la capacidad de supervivencia de la castrocracia, representada por otro sujeto miembro del mismo régimen que en los años 70’ y 80’ hostigaba a los religiosos, denostaba de los curas y marginaba a los creyentes. Ahora, sin más, el castrismo perfuma de mirra e incienso su intransigente convicción marxista, y casi cuesta creer que éste aparentemente respetable octogenario que visita al Papa es uno de los jefes guerrilleros de aquella revolución que fue anticlerical, antirreligiosa y curiafóbica incluso antes de declararse marxista.
Mirando en retrospectiva, la guerra contra la fe religiosa en Cuba no fue una simple razia momentánea, sino una política de estado sistemática y permanente que legitimó la persecución o discriminación de los individuos por cuestiones de credo religioso, mientras simultáneamente se extendía esa otra religión impostada, el marxismo-leninismo, apoyada por los petrorrublos del Kremlin.
Así, tal como en la época en que los cristianos se ocultaban en las catacumbas romanas para celebrar los ritos sagrados, en los años de cruenta doctrina sovietizante en Cuba muchos negaban públicamente su fe, mientras acudían a hurtadillas a templos lo suficientemente distantes de sus barrios como para no ser reconocidos y delatados por sus vecinos. Eran los tiempos en que la fidelidad a Dios no solo era irreconciliable con la militancia comunista, sino que constituía un serio obstáculo a cualquier aspiración de superación estudiantil o laboral.
Esto, para solo aludir a los cristianos católicos. Ni qué mencionar el martirio de los Testigos de Jehová, considerados la quintaesencia del veneno ideológico que era preciso arrancar de raíz para salvaguardar la revolución, y que, como tales, sufrieron la mayor saña del comisariado bolchevique.
Con el final de la aventura comunista rusa en esta y en otras regiones del Tercer Mundo, y con la pérdida de sus satélites europeos, terminó la cruzada anti-religiosa en Cuba y se evidenció la capacidad camaleónica del castrismo al hacerse realidad lo impensable: oficialmente quedó establecido de la noche a la mañana que el marxismo no estaba reñido con los credos religiosos.
Y entonces, con el entusiasmo infantil que caracteriza al pueblo cubano, no solo los militantes comunistas desempolvaron las biblias, las viejas imágenes de Cristo y todo el santoral católico, o lucieron los coloridos collares y demás atributos de los orishas africanos, sino que muchos religiosos que se habían mantenido fieles a su fe enfrentando valientemente la persecución y el ostracismo, corrieron a hacerse militantes comunistas. Porque, obviamente, siempre hay quienes no alcanzan a ver la diferencia entre un sistema de credo y otro, entre un dogma y otro: en definitiva, para algunos todo se resume en un ejercicio de pura fe.
Charreteras y sotanas
Dice la voz popular que el cubano se acuerda de Santa Bárbara cuando truena. La cúpula castrista no es la excepción. Por eso se han vuelto a mezclar sin empaque charreteras castristas y sotanas católicas en las alturas del poder.
El retorno de Dios a este purgatorio insular fue bendecido primeramente en 1998, durante la visita del Santo Padre Juan Pablo II, y sin que mediara ningún arrepentimiento ni acto de contrición por sus muchos actos impíos, el Magno Orate, para entonces en activo, hizo retornar las Navidades y villancicos proscritos durante décadas, y la Iglesia católica comenzó a recuperar mayores espacios, aunque las libertades cívicas para los cubanos no regresaron y la represión política se mantuvo. A Dios rogando, y con el mazo dando, dice un refrán español.
Nunca el gobierno pidió perdón por los muchos actos de despojo a la Iglesia ni hubo un desagravio a los religiosos, sacros o laicos, ricos o humildes, pero –en justicia– tampoco los agraviados han exigido una explicación oficial. Los corderos son para el sacrificio. Así, el régimen auto-perdonó sus muchos pecados sin siquiera mencionarlos y sin hacer penitencia alguna De momento, el Cardenal y la curia se hicieron casi habituales en algunos actos públicos, e incluso –¡Oh, Marx, levántate y contempla el sacrilegio! – los acontecimientos religiosos más importantes comenzaron a ser transmitidos como buenos por la televisión y fueron divulgados por la prensa, dizque “comunista”.
La segunda visita papal a Cuba, cuando el ‘difunto’ Benedicto XVI nos bendijo a todos, régimen incluido, fue la consagración de la simbiosis entre marxismo y cristianismo. Hacía tiempo los manuales que consultan los estudiantes no repetían que “la religión es el opio de los pueblos”, que tanto proclamaban antaño nuestros obligatorios libros de texto.
Y, como si la mano de Dios hubiese puesto esta Isla al revés, los otrora furibundos guerrilleros y sus comparsas han comenzado a asistir a actos religiosos y hasta aceptan (o buscan) la mediación piadosa de la Iglesia y del alto clero, antes despojado y humillado por la arrogancia de una revolución que se proclamó comunista, para resolver algunos incómodos asuntillos domésticos –como aquel de los Prisioneros de la Primavera Negra que era menester liberar sin que pareciese una derrota de la revolución– o más recientemente para reconciliarse con su más acérrimo enemigo, “el imperialismo yanqui”, a fin que este les ayude a prolongarse otro poco más de tiempo en el poder, mientras permanezcan en este vulgar mundo terrenal.
Ahora, con la visita del demonio menor al Vaticano, ha trascendido que el General-Presidente y el Papa Francisco se bendicen mutuamente a través de sus oraciones, y resalta por grotesco solo imaginar un Castro rezando. Pero así de magnánima es la Iglesia de Dios. En todo caso, puede que nada de esto resulte sincero, pero al menos todo luce muy bonito y conmovedor, igualito que en las mejores telenovelas que tanto público concitan.
Dicen los creyentes que Dios obra de maneras misteriosas, y debe ser cierto. Porque, sin que sepamos cómo, parece haberse producido el milagro de la reconversión de los diablos del palacio de la revolución en amorosos corderos de Cristo y ahora mismo ellos parecen estar más cerca del Señor que los millones de cubanos que siguen sufriendo una vida de carencias materiales y ausencia de libertades. A este paso, va y hasta llega el día en que los cubanos del futuro asistan a la canonización de estos viejos de tunantes verde olivo. Y ese sería proclamado, sin dudas, otro resonante logro de la revolución. Después de todo, quizás en verdad sea solo una cuestión de fe.
ACERCA DEL AUTOR
Miriam Celaya (La Habana, Cuba 9 de octubre de 1959). Graduada de Historia del Arte, trabajó durante casi dos décadas en el Departamento de Arqueología de la Academia de Ciencias de Cuba. Además, ha sido profesora de literatura y español.Miriam Celaya, seudónimo: Eva, es una habanera de la Isla, perteneciente a una generación que ha vivido debatiéndose entre la desilusión y la esperanza y cuyos miembros alcanzaron la mayoría de edad en el controvertido año 1980.Ha publicado colaboraciones en el espacio Encuentro en la Red, para el cual creó el seudónimo. En julio de 2008, Eva asumió públicamente su verdadera identidad. Es autora del Blog Sin Evasión.