Así que Proust no dudó en buscar a Lorrain y exigirle una satisfacción mediante un duelo. No era este el primer duelo de Lorrain, que en una ocasión estuvo a punto de batirse con Guy de Maupassant. Todo quedó acordado para la madrugada del 6 de febrero ‒de 1897‒ en el sitio tradicional de los duelos en París, el bosque de Meudon, y se llevaría a cabo con pistolas, a una distancia de veinticinco pasos, porque ninguno de los dos sabía manejar espadas. Proust dejó escrito que su única preocupación días antes del duelo es que este no tuviera lugar antes del mediodía, para no tener que madrugar.
La noche estaba fría y lluviosa. Ambos escritores llegaron con sus correspondientes padrinos, el pintor Jean Beraud y maestro de esgrima Gustave de Borda, se colocaron en posición, frente a frente, y sacaron sus armas. El primero en disparar fue Proust, pero la bala no acertó en el blanco sino junto a los pies de Lorrain. A continuación Lorrain apuntó, disparó y también falló. Tras este intercambio fallido de balas los escritores acordaron que el honor de cada uno de ellos había sido restaurado y se dio por finalizado el duelo. Eso sí, aunque se puso punto y final al agravio el odio entre ambos continuaría muy vivo.
Cabe, llegados a este punto, hacer una reflexión sobre la fragilidad de la literatura. Como Dostoievski, que estuvo a punto de ser fusilado antes de escribir sus grandes obras y se salvó en el último momento, el Proust escribiera En busca del tiempo perdido hay que agradecérselo en parte a la mala puntería de Jean Lorrain.
Marcel Proust
Nació en París, 10 de julio de 1871 y murió de neumonía el 18 de noviembre de 1922 acompañado de su criada Celeste Albaret a la edad de 51 años.
Escritor francés, era hijo de Adrien Proust, un prestigioso médico de familia tradicional y católica, y de Jeanne Weil, alsaciana de origen judío, dio muestras tempranas de inteligencia y sensibilidad. A los nueve años sufrió el primer ataque de asma, afección que ya no le abandonaría, por lo que creció entre los continuos cuidados y atenciones de su madre. En el liceo Condorcet, donde cursó la enseñanza secundaria, afianzó su vocación por las letras y obtuvo brillantes calificaciones. Tras cumplir el servicio militar en 1889 en Orleans, asistió a clases en la Universidad de La Sorbona y en la École Livre de Sciences Politiques.
Durante los años de su primera juventud llevó una vida mundana y aparentemente despreocupada, que ocultaba las terribles dudas que albergaba sobre su vocación literaria. Tras descartar la posibilidad de emprender la carrera diplomática, trabajó un tiempo en la Biblioteca Mazarino de París, decidiéndose finalmente por dedicarse a la literatura. Frecuentó los salones de la princesa Mathilde, de Madame Strauss y Madame de Caillavet, donde conoció a Charles Maurras, Anatole France y Léon Daudet, entre otros personajes célebres de la época.
Sensible al éxito social y a los placeres de la vida mundana, el joven Proust tenía, sin embargo, una idea muy diferente de la vida de un artista, cuyo trabajo sólo podía ser fruto de «la oscuridad y del silencio». En 1896 publicó Los placeres y los días, colección de relatos y ensayos que prologó Anatole France. Entre 1896 y 1904 trabajó en la obra autobiográfica Jean Santeuil, en la que se proponía relatar su itinerario espiritual, y en las traducciones al francés de La biblia de Amiens y Sésamo y los lirios, de John Ruskin.
Después de la muerte de su madre (1905), el escritor se sintió solo, enfermo y deprimido, estado de ánimo propicio para la tarea que en esos años decidió emprender, la redacción de su ciclo novelesco En busca del tiempo perdido, que concibió como la historia de su vocación, tanto tiempo postergada y que ahora se le imponía con la fuerza de una obligación personal. Anteriormente, había escrito para Le Fígaro diversas parodias de escritores famosos (Saint-Simon, Balzac, Flaubert), y comenzó a redactar Contre Sainte-Beuve, obra híbrida entre novela y ensayo con varios pasajes que luego pasarían a En busca del tiempo perdido.
Consumado su aislamiento social, se dedicó en cuerpo y alma a ese proyecto; el primer fruto de ese trabajo sería Por el camino de Swann (1913), cuya publicación tuvo que costearse él mismo ante el desinterés de los editores. El segundo tomo, A la sombra de las muchachas en flor (1918), en cambio, le valió el Premio Goncourt. Los últimos volúmenes de la obra fueron publicados después de su muerte por su hermano Robert.
La novela, que el mismo Proust comparó con la compleja estructura de una catedral gótica, es la reconstrucción de una vida, a través de lo que llamó «memoria involuntaria», única capaz de devolvernos el pasado a la vez en su presencia física, sensible, y con la integridad y la plenitud de sentido del recuerdo, proceso simbolizado por la famosa anécdota de la magdalena, cuyo sabor hace renacer ante el protagonista una época pasada de su vida.
El tiempo al que alude Proust es el tiempo vivido, con todas las digresiones y saltos del recuerdo, por lo que la novela alcanza una estructura laberíntica. El más mínimo detalle merece el mismo trato que un acontecimiento clave en la vida del protagonista, Marcel, réplica literaria del autor; aunque se han realizado estudios para contrastar los acontecimientos de la novela con la vida real de Proust, lo cierto es que nunca podrían llegar a confundirse, porque, como afirma el propio autor, la literatura comienza donde termina la opacidad de la existencia.
El estilo de Proust se adapta perfectamente a la intención de la obra: también la prosa es morosa, prolija en detalles y de períodos larguísimos, laberínticos, como si no quisiera perder nada del instante. La obra de Proust, junto a la de autores como Joyce o Faulkner, constituye un hito fundamental en la literatura contemporánea.
Respecto a su vida sentimental, Proust era homosexual a pesar de que estuvo enamorado en su infancia de Marie de Benardaky.
Su relación amorosa más importante la mantuvo con su secretario Alfred Agostinelli, fallecido en un accidente de aviación cuando pilotaba una avioneta que el propio Proust le había regalado.