Los límites de lo posible y lo permitido
Alejandro Armengol
Medir el avance de las reformas emprendidas por el régimen de Raúl Castro implica al menos dos caminos posibles.
Uno es el más practicado a diario: constatar que hasta el momento los cambios económicos han sido pocos, limitados y lentos, y aquí el debate se centra en mirar al conocido vaso de agua: cuánto hay de lleno y cuánto de vacío. Al final todo se reduce al optimismo o pesimismo del observador, o a los intereses o la voluntad que le guían.
El otro es más amplio, pero también más desesperanzador: contemplar lo que ocurre en Cuba y contrastarlo con lo que sucedió en la desaparecida Unión Soviética, sin detenerse a enfatizar los casos puntuales sino considerándolos simplemente como breves pasos dentro de un largo camino.
Como la prensa no se cansa en su afán de detenerse en los ejemplos concretos, en este artículo se prefiere la visión de conjunto.
Nadie duda que la meta de Leonid Brezhnev era preservar el estado soviético. Pero ese empeño en sobrevivir no hizo más que contribuir a su destrucción. Los funcionarios y miembros del partido no hacían más que volver, una y otra vez, a las viejas consignas de Lenin y Stalin, aunque nadie creía en ellas y nadie pensaba ni por un momento que Brezhnev creía en ellas.
Raúl Castro se ha dado cuenta del peligro que representa este aferrarse al pasado, aunque públicamente no lo admite y su hermano mayor se encargue de vez en cuanto en reafirmarse en la vieja utopía, no por convicción sino por justificación de vida.
Yuri Vladímirovich Andrópov hizo pocas reformas y su mandato tuvo corta duración: se extendió desde el 12 de noviembre de 1982 hasta su muerte, 15 meses más tarde. Sin embargo, su sucesor, Konstantín Chernenko, aún hizo menos en un sentido propio, por lo que vale considerar que ese pobre legado que fue el modelo de Andrópov mantuvo su vigencia hasta mediados de 1986.
El modelo de Andrópov se caracterizó por la reafirmación de la ley y el orden: mayor disciplina laboral, campañas en contra de la corrupción y el alcoholismo y cambios en el aparato administrativo, con la eliminación y transformación de ministerios: de pronto surgía un poderoso sector, con la fusión de dos ministerios, que al poco tiempo era dividido en… tres nuevos ministerios.
Durante los últimos años Raúl Castro ha estado repitiendo, con pobres resultados, un esquema similar.
Con la llegada de Mijaíl Gorbachov al poder, en 1985, vino el anuncio oficial de que la economía soviética estaba estancada y que era necesaria una reorganización acelerada. Luego se pusieron de moda los términos glásnost (apertura, transparencia) y perestroika (reconstrucción), pero la realidad es que la creación de empresas comerciales y asociaciones con empresas occidentales no nacieron con Gorbachov sino datan de la época de Brezhnev. Es por ello que tal práctica —más allá de las razones perentorias y conocidas de las dificultades económicas reinantes en la isla— se acepte y alabe actualmente en La Habana.
Puede afirmarse que el modelo cubano —con esa mezcla de improvisación, ajiaco ideológico y oportunismo que siempre lo ha caracterizado— pueda situarse en una etapa “pre Gorbachov” en estos momentos, en lo que se refiere a control estatal en los principales aspectos sociales y económicos, y ni siquiera pensar en un acercamiento a un “socialismo pluralista” en lo político, como llegó a plantear Gorbachov. La ecuación cambia en cuanto a la cultura.
Lo que sí ha asumido el régimen raulista es una actitud distinta ante los intelectuales y artistas. Ello puede llevar a confusiones en cuanto a su alcance.
En primer lugar hay que reconocer esta apertura. En segundo, añadir que es pautada desde arriba y acorde a un criterio pragmático, del cual se dio cuenta en su momento Gorbachov.
Durante el mandato de éste, se publicó la novela antiestalinista Los hijos del Arbat, de Anatoli Ribakov, y salieron a relucir nombres hasta entonces prohibidos como Anna Akhmatova, Andrei Platonov, Mijaíl Bulgakov, Alexandr Tvardovsky y Vasily Grossman. Pero el cambio también obedeció al hecho de que los límites de “lo permitido” estaban lo suficientemente interiorizados, lo que hacía innecesario la utilización burda del terror para recordárselos a los intelectuales y artistas.
No fueron estos los únicos cambios que merecen recordarse. Otros como facilitar los viajes a Occidente, el contacto con colegas de los países capitalistas y autorizar a la Iglesia Ortodoxa una mayor participación en tareas caritativas, así como permitir la entrada de biblias, hicieron de la URSS un país más libre. Igual ocurre ahora en Cuba.
Pero ni la reintroducción parcial de elementos capitalistas, ni cierta apertura democrática fueron los factores claves —aunque sí contribuyentes— en el fin del “socialismo real” en la URSS y el bloque de países del Este. Fue el rechazo de Gorbachov al uso de la fuerza para mantener el sistema. Y ese paso, es el que Raúl Castro no parece estar dispuesto a dar.