TIM JOHNSON / SAN JOSÉ DE LAS LAJAS, CUBA Hace unos años, vivió en Cuba una extraordinaria vaca que se llamaba Ubre Blanca. Daba leche como ninguna otra antes.
Un día en enero de 1981, los granjeros lograron que se ordeñara tres veces al día a Ubre Blanca. Al final del día, había dado 29 galones de leche. El comandante Fidel Castro estaba muy, pero que muy contento.
La hazaña le ganó a Ubre Blanca un lugar en el Libro de Records Mundiales Guinness por su producción diaria de leche. Castro llevó a numerosos dignatarios extranjeros a visitar a la vaca, recibía informes diarios de su estado, ordenó una escolta bovina y demandó que los veterinarios estudiaran la posibilidad de clonarla. Para Castro, Ubre Blanca ponía de manifiesto el éxito de su revolución en la leche, el yogurt, el queso y el helado cubanos.
Hoy en día, una Ubre Blanca de fija mirada yace en una caja de cristal en el Centro Nacional para la Salud Animal y Vegetal, embalsamada por el principal taxidermista del Zoológico Nacional después que se la puso a dormir en 1985, al sufrir de ulceraciones en la piel.
La industria láctea cubana también se encuentra moribunda. Las vacas lecheras producen actualmente un promedio de menos de un galón diario, una fracción de los siete a ocho galones que producen diariamente las vacas lecheras de EEUU, sin mencionar el voluminoso servicio de Ubre Blanca al socialismo.
Resulta que la industria láctea es emblemática del sistema económico de Cuba - sólo que no en la forma en que tanto esperaba Castro. Ubre Blanca, más que un indicador de una industria láctea socialista más productiva que nunca, fue más un fenómeno de la naturaleza, mimada en un ambiente de aire acondicionado en Isla de Pinos, con música ambiental en su caseta mientras alimentaba un sueño láctico radical.
“No era algo genético”, dijo Leopoldo Hidalgo Díaz, un funcionario en el centro de salud animal y vegetal. “Era algo anormal. Nunca se ha repetido”.
Desde el pasto rural de las vacas hasta una icónica heladería de dos pisos en La Habana, es probable que el tema lácteo provoque un resignado encogerse de hombros a los cubanos.
“Fidel Castro quería tener mejor queso que los franceses, mejor leche que los holandeses y mejor chocolate que los suizos”, manifestó la historiadora Regina Coyula. “Dijo que Cuba haría mejor helado que Howard Johnson”, la actualmente desaparecida cadena estadounidense.
En la heladería Coppelia, donde hace décadas algunos huéspedes de honor podían observar con asombro como Fidel Castro se deleitaba ocasionalmente con 18 a 20 bolas de helado, o hasta más, sólo hay ahora dos sabores disponibles para los cubanos.
En un día reciente, eran fresa y espirales de choco-vainilla. Una sección para los extranjeros que pagan en moneda dura tenía otros dos sabores más, vainilla y chocolate negro.
Sólo una variedad de desabrido queso procesado se encuentra rutinariamente disponible en las tiendas y dispensarios estatales.
El granjero Brígido Valle Acosta, hijo de un lechero, ha pasado la mayor parte de sus 68 años ordeñado vacas en las afueras de San José de las Lajas, en la provincia de Mayabeque, al sureste de la capital. Cuando único no lo hizo fue a mediados de la década de 1970, al luchar con una unidad del ejército cubano en la guerra civil de Angola.
Valle y su hijo tienen 15 vacas, y cada una produce alrededor de un galón diario. La producción es baja porque sus vacas sólo comen lo que encuentran como pasto. El estado ya no suministra pienso balanceado o a base de soya.
Valle reconoce que algunas mañanas se levanta con un solo pensamiento en su mente: “Esto no vale la pena”.
“Acostumbrábamos a darles soya, trigo y maíz procesado con aditivos”, recordó Valle. Las vacas respondían con mucha leche gruesa y cremosa.
Ahora los inspectores que vienen a probar su leche, dicen que es baja en densidad y con una cantidad de grasa por debajo de lo normal, por lo que le dan apenas un tercio de un peso cubano por cada uno de los dos litros que debe entregar por ley a un distribuidor estatal por cada vaca que cuida.
El área alrededor de su granja sufre.
“Si en la década de 1980 te dabas una vuelta a 20 kilómetros cuadrados alrededor de aquí, cada una de las empresas lecheras estatales producía mil litros diarios”, dijo Valle. “Ahora producen 100, 200 litros al día”.
En la granja estatal Valle del Perú, en otra área de Mayabeque, el lechero Omar Cubero Ferrón dice que una combinación de falta de alimentos junto con los pobres incentivos para los productores individuales de leche ha hecho descender la producción.
En su granja, los administradores obtienen diariamente unas dos libras de alimento procesado por vaca, agregó, lo que significa que la producción por vaca es casi dos galones de leche diarios, incluso menos. “Todo depende de la alimentación”, dijo.
Durante décadas en Cuba, el suministrar leche fresca era una promesa paternalista del estado. No fue tan difícil cuando la Unión Soviética subsidiaba la economía cubana, suministrando materias primas, incluyendo alimento para animales. En su mejor momento, en 1984, la industria láctea cubana produjo un máximo anual de 1,100 millones de litros de leche.
Pero con el colapso en 1989 del bloque comunista en Europa Oriental y la subsecuente caída del Imperio Soviético, la producción de leche colapsó. En su punto más bajo, en el 2004, Cuba produjo 340 millones de litros de leche. El ganado de la isla bajó de siete millones a cuatro millones de cabezas.
Raúl Castro tomó en el 2006 las riendas de su hermano mayor, y un año después, atacó a la industria lechera por su baja producción mientras emitía la promesa de que cada niño cubano de menos de 7 años recibiría diariamente un vaso de leche fresca.
Ha sido una promesa difícil de mantener. Cuba importa grandes cantidades de leche en polvo. En el 2014, de acuerdo con la Oficina Nacional de Estadísticas, las granjas lecheras llegaron a una producción anual de 497 millones de litros.
Aún hay colas todas las mañanas en la heladería Coppelia, situada en el centro de una cuadra en el vecindario capitalino del Vedado.
En una de las colas, los cubanos de mostraron visiblemente incómodos cuando un visitante les preguntó sobre los menguantes sabores disponibles. Una mujer, que declinó dar su nombre, dijo: “Había sabores de mango y guayaba, pero hablo de hace 20 años”.
“El helado de fresa ya no tiene pedazos de fresa en él”, agregó.
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