Por Fabiola Santiago | El Nuevo HeraldLas relaciones entre Estados Unidos y Cuba pueden estar descongelándose en el frente diplomático, pero si la Bienal de La Habana es un ensayo de la reconciliación, la mayor frialdad permanece donde siempre ha estado: en la libertad de expresión.
Mientras el mundo del arte desciende sobre la ciudad para regodearse en obras como la pista artificial de patinaje sobre hielo montada por un artista irlandés-americano, y un segmento del famoso malecón de la Habana convertido en una playa con arena y sillas de extensión, existe una realidad mucho más nefasta.
El joven artista de grafiti Danilo “El Sexto” Maldonado está en la cárcel cumpliendo una condena por el contenido anticastrista de su arte. Le puso el nombre de Fidel y Raúl a cerdos que se proponía utilizar en una presentación.
La artista cubana Tania Bruguera, aclamada internacionalmente y una favorita de bienales previas hasta que cayó en desgracia con el régimen después de una atrevida actuación de micrófono abierto en la que se burló de Fidel Castro, ha estado en lo que ella llama “arresto de ciudad” desde el 30 de diciembre. Está esperando que le celebran juicio por intentar una versión en la Plaza de la Revolución de su presentación Tatlin’s Whisper tras el anuncio del cambio de política de Estados Unidos hacia Cuba.
A la artista — quien hace años obtuvo el estatus de residente en Estados Unidos bajo la excepcional categoría de talentos — se le confiscó su pasaporte y no se le permite viajar fuera de La Habana o abandonar el país.
Y el gobierno cubano, a través de sus censores oficiales del Ministerio de Cultura, continúa siendo el curador a cargo de decidir quién puede participar en esta 12ma. edición de la famosa bienal y quién no.
Artistas y curadores a quienes no se les atribuye que “provocan” al gobierno cubano con sus obras — o que al menos ofuscan sus presentaciones artísticas lo suficiente para burlar a los censores — pueden participar. Los que no cumplen las reglas — o no tienen miedo de ser centro de atención político y critican abiertamente la falta de libertades — permanecen sin visa en Miami, Chicago, Nueva York, etc.
Entonces, ¿cuál es la diferencia este año?
Una horda de fervientes coleccionistas de arte estadounidenses, cubanoamericanos, y otros que visitan a Cuba por primera vez alentados por la relajada política de viajes a Cuba del presidente Obama, además de la esperanza de que los dólares y los contactos generen cambios.
“Somos el virus y ahora hemos llevado la infección ... ¡y va a haber cambios!”, me dijo Jeff Gelblum, un coleccionista de Miami y miembro del comité anfitrión de Art Basel a su regreso de un viaje de fin de semana largo para asistir a la inauguración de la bienal. “El gobierno está liquidado. Finiquitado. Éste es el final de la Revolución”.
Lo que vimos en La Habana, dice, es un estado de “hermosa dilapidación” y “una sociedad muy interesante donde artistas viven en grandes residencias y forman parte de la alta jerarquía”.
También ahora están en la alta jerarquía los viajeros estadounidenses.
“Es bueno ser americano porque tenemos invencibilidad, y podemos tomar acción”, dijo.
En ese espíritu, algunos amigos y Gelblum “ubicaron” a Bruguera en su casa de Tejadillo 214 (a una cuadra del Museo de Bellas Artes), donde la artista valientemente realizaba desde la única silla en su sala — y con la puerta abierta — una lectura de 100 horas de Los orígenes del totalitarismo, de Hannah Arendt.
“Fuimos allí para darle nuestro apoyo”, dice Gelblum.
El mezquino e intolerante gobierno cubano trató de impedir su lectura enviando obreros para perforar la calle frente a su casa para que la gente no pudiera oírla. Agentes de seguridad fueron situados en su casa. En la internet, los blogueros del gobierno trabajaron todo el día y la noche para disminuir su historial internacional, que se extiende a través de continentes e incluye presentaciones en museos importantes como el Guggenheim en Nueva York y el Tate en Londres. A ella también se le negó la entrada en el Museo Nacional de Bellas Artes, donde había sido invitada a la inauguración de la exhibición por el magistral artista cubano Tomás Sánchez, quien reside en Costa Rica.
Gelblum dice que utilizó el poco español que sabe para hablar con los vecinos de Bruguera. “Esto es muy caliente”, les dijo, guiñando un ojo. Parecían apoyar a Bruguera, pero Gelblum también oyó una opinión contraria de su multilingüe guía turístico, quien nunca ha salido de Cuba, estaba agradecido por su educación y dijo que apoyaba al régimen.
Gelblum, que fotografió a Bruguera cuando leía en su silla y realizó un video de su testimonio y publicó ambos en los medios sociales, se siente optimista de que los estadounidenses pueden traer un cambio positivo en Cuba.
“Confío en que somos un buen virus”.
Para contrarrestar la censura, el artista cubanoamericano Xavier Cortada anunció su propia presentación en apoyo de Bruguera, pidiéndole a todos en cualquier lugar menos en Cuba (ABC–Anywhere but Cuba) que halaran la cadena de sus inodoros a las 3 de la tarde del viernes 22 de mayo, la hora del lanzamiento de la bienal, y que lo publicaran en los medios sociales como un rechazo simbólico a la censura.
No vi a muchos hacerlo.
Cortada lo atribuye a la “fatiga sobre el tema de Cuba” y a la “avidez de [participar en] la reconciliación sin la comprensión básica de que no puede haber reconciliación verdadera sin la verdad o la justicia. ... Tal vez asistir es una rendición voluntaria con la esperanza de que las cosas cambien”.
Algunos artistas estadounidenses, cubanos e internacionales están boicoteando la bienal, que termina el 22 de junio, en apoyo de Bruguera. Pero para muchos artistas cubanos y cubanoamericanos el silencio ha sido, como alguien dijo, “el precio que hay que pagar” por estar en La Habana ahora, y por el privilegio de tener una casa en La Habana y un apartamento en Miami Beach.
Pero, ¿qué es una bienal sin la presencia de la libertad de expresión?
Una farsa muy parecida a una pista de patinaje sobre hielo en el trópico y una playa montada sobre concreto.