Que los americanos puedan viajar a Cuba: ¿derecho o privilegio?
De nuevo la polémica toma fuerza
Eugenio Yáñez / Cuba EncuentroSurge de nuevo la polémica sobre el tema de los viajes de los americanos a Cuba. Lo siento por los antiimperialistas, pero yo no utilizo la palabra “gringos”, que me suena despectiva, y solamente digo Yankees refiriéndome al equipo de beisbol de New York.
El detonante más reciente sobre el tema ha sido un reciente editorial dominical de The New York Times. Como mismo sucedió cuando se preparaban condiciones para los anuncios de diciembre 17 de 2014 sobre el restablecimiento de relaciones entre el régimen y Estados Unidos, no sería sorprendente que se estuviera “cocinando” alguna ampliación significativa de las categorías de americanos que pudieran recibir permisos para viajar a la Isla, mediante algún tipo de Orden Ejecutiva presidencial, porque el levantamiento definitivo de la veda es potestad del Congreso.
El razonamiento editorial del New York Times es muy sencillo. Veámoslo en las propias palabras del periódico: “Concedido, Jartum, Teherán, Damasco y Pyongyang no son muy populares destinos turísticos. Pero son lugares que los estadounidenses pueden visitar sin violar la ley federal. Sin embargo, viajar a Cuba por turismo sigue estando prohibido. Llegar allí por fines permitidos sigue siendo innecesariamente difícil y costoso”.
El razonamiento contra las ideas del editorial también es sencillo, y se ha repetido durante décadas sin cambiarle ni una coma: las leyes del embargo, que son potestad del Congreso de Estados Unidos, prohíben viajes turísticos a Cuba, porque los viajes turísticos sin necesidad de permisos harían entrar muchos dólares a las arcas de la dictadura en La Habana.
Con esos criterios, habría que pensar que el turismo a Sudán, Irán, Siria o Corea del Norte es ascético o anacorético; parece que no posibilita que entren dólares en las arcas de países patrocinadores del terrorismo o chantajistas nucleares. Y que lo mismo debe suceder haciendo turismo en dictaduras como China, Vietnam, Arabia Saudita o Belarús.
Las acciones reales de muchos americanos, que pueden calificarse de pragmáticas, aunque sería mejor llamarlas hipócritas o de doble moral —que aquí también existe— se comprueban en el sustantivo incremento del turismo americano a la Isla durante 2015, y se basan en fundamentos muy sencillos. No necesariamente tan difíciles como sugiere The New York Times. Y ya no es necesario viajar a la Isla por terceros países, con visas que el régimen no estampaba en el pasaporte.
En base a los requisitos de una de las doce categorías autorizadas por Washington actualmente, basta declarar que se desea conocer, por ejemplo, ritos de religiones sincréticas, aprender a bailar salsa, hacer un reportaje sobre los “almendrones”, o estudiar los misterios del “equilibrio milagroso” de las edificaciones de cubanos de a pie que no son para mostrar a turistas, y se obtiene el permiso. Lo que no impide, durante ese mismo periplo, disfrutar mojitos, andar La Habana, negociar jineteras individuales o grupales, retratarse frente al Capitolio o la Plaza de la Revolución, comprar tabacos y ron, y cenar en La Bodeguita del Medio, el Floridita o cualquier paladar.
De manera que en EEUU estamos frente a una alternativa existencial: respetar el derecho constitucional de los americanos a viajar a cualquier parte del mundo cuando y como lo deseen, o mantener una prohibición de más de medio siglo para impedir que los Castro reciban dólares procedentes de los turistas de EEUU, argumento que no se aplica contra las arcas de Kim Jong-Un, Bashir al Asad, los ayatolas iraníes o los genocidas sudaneses, ni contra los dictadores chinos, vietnamitas, saudíes o bielorrusos.
Ese es un problema que debemos resolver nosotros mismos, sin mítines de repudio ni marchas del pueblo combatiente, pacífica y cívicamente, en democracia, sin necesidad de “orientaciones” del partido, organizaciones de masas o “instancias correspondientes”. Una decisión que depende de nosotros mismos.
Muy diferente al drama de los cubanos en la Isla: podrán viajar solamente si al gobierno le parece apropiado. De lo contrario no salen del país, por cualquier argucia legal en las normas establecidas en 2013 que relajaron las leyes migratorias castristas impuestas desde 1959. Además, como en todas partes, los cubanos dentro de Cuba tendrán que agenciarse el dinero para tramitar el pasaporte (uno de los más caros del mundo), pagar el pasaje, y solicitar la visa, que muchos países no otorgan si consideran que hay riesgo de que el viajero no regrese al paraíso socialista próspero y sustentable que construyen los hermanos Castro y sus compinches.
Dos conflictos muy diferentes y contradictorios: en EEUU debatimos si viajar a Cuba resulta ejercer un derecho o disfrutar un privilegio. En Cuba no se puede debatir ni cuestionar a los dueños de las mieles del poder sobre ningún asunto. Y viajar será considerado, siempre, privilegio que gentil y benevolentemente otorga la dictadura a quienes se porten bien.
Para los hermanos Castro, los cubanos no son seres humanos con derechos, sino “masa” maleable que necesita ser educada y dirigida por la “vanguardia”, el partido comunista, y ellos mismos. Eso es falso, naturalmente, pero lo hacen para mantenerse en el poder.
A eso le llaman democracia socialista.