La Cuba de Obama y sus descontentos
La gran pregunta acerca de la caída del comunismo es quien gobierna después, porque la anarquía es peor que su perpetuación
Por Héctor E. Schamis El País
Es el retrato consumado de un fracaso. En vigencia desde 1960 y concebido para derrocar a Castro, el embargo en realidad ha sido el activo más valioso del régimen, su arma discursiva predilecta. Durante más de medio siglo, todo ha tenido justificación en el “bloqueo” del imperio y su inminente ataque desde tan solo noventa millas. Y allí siguen los Castro, por supuesto, sobrevivientes de eras geológicas.
Pragmático, el gobierno de Obama piensa en algo diferente mientras lo hace: normalizar relaciones, promover negocios y levantar el embargo—para lo cual necesita el Congreso—en la convicción que a los cambios económicos les seguirán los políticos. El futuro es una hipótesis plagada de incertidumbres, pero la certeza en la inutilidad de lo anterior ha sido suficiente para echarse a andar.
La decisión refleja más de dos décadas de historia. De hecho, una buena parte del mundo corporativo estadounidense ya reclamaba el fin del embargo en los noventa. Mientras europeos y canadienses obtenían grandes contratos, sobre todo en el sector turismo, las compañías americanas quedaban excluidas. El mismo Donald Trump que hoy ofende a los mexicanos había calificado al pueblo cubano de “grandioso”. Ofreció entonces ayudarlo, construyendo “un Taj Mahal en La Habana”, tal vez una réplica de su gigantesco hotel y casino de Atlantic City. Habría sido un perfecto déjà vu prerrevolucionario.
Iniciado hoy el camino del capitalismo, no obstante se escuchan los descontentos a ambos lados del estrecho de la Florida. Recriminan a Obama haber sido muy ingenuo, sino deslealmente hipócrita, al conceder beneficios económicos a los Castro a cambio de nada. Es el caso de varias voces Republicanas en el Congreso, quienes tienen muy presentes las violaciones a los derechos humanos en Cuba, más presentes que las de su propio país. Es también el sentir de grupos disidentes en la Isla. Enfatizan que la represión contra los opositores se ha intensificado desde el deshielo de diciembre y que aún quedan presos políticos. Si no es hipocresía, Obama seria culpable de un doble rasero.
El mismo Donald Trump que hoy ofende a los mexicanos había calificado al pueblocubano de “grandioso”. Ofreció entonces ayudarlo, construyendo “un Taj Mahal en La Habana”, tal vez una réplica de su gigantesco hotel y casino de Atlantic City.
La coincidencia no pasa desapercibida. En el caso del Partido Republicano se explica por su propia desorientación. El otrora pragmático partido de los grandes negocios es cada vez más un partido de ideología y electoralismo de corto plazo. Sus incentivos son la protección de sus distritos, socialmente homogéneos, culturalmente uniformes e ideológicamente dogmáticos, atributos que suben a la superficie en temas tan variados como la inmigración, el matrimonio igualitario…o la transición cubana. Su base social es el anti comunismo puro y duro, que además es viejo. Es una lectura del mundo hacia atrás, no hacia adelante. Ignora hasta el cambio demográfico en la propia comunidad cubano-americana, donde cuanto más jóvenes son, más apoyan la estrategia de Obama. No saben que, para esos jóvenes, Castro y Napoleón pertenecen al mismo lugar: los libros de historia.
En el caso de los disidentes cubanos, la explicación quizás tenga que ver con los patrones culturales de vivir bajo el estalinismo. En el socialismo de Estado, la desmovilización de la sociedad no se explica solo por la coerción. También ocurre porque un régimen donde las soluciones—y los problemas—siempre fluyen de arriba hacia abajo, necesariamente produce pasividad. Parecería que el oculto deseo es que ahora sea Obama, no desde arriba sino desde afuera, quien resuelva el problema por su cuenta. Seria ficticio y erróneo, sin mencionar que se parecería mucho a los viejos tiempos. La baja densidad de la sociedad civil y su capilaridad de poca profundidad, ergo su incapacidad actual de organizarse en partidos políticos, sugieren la conveniencia de la cautela.
Si la experiencia post-comunista europea sirviera de ilustración, los contrastes con Cuba darían para pensar. En Hungría, por ejemplo, la primera revuelta popular ocurrió en 1956, y el régimen respondió con reformas de mercado, creando un proto sector privado que contribuyó a la sociedad civil. En Checoslovaquia, la revuelta ocurrió en 1968 y, si bien fue masacrada en las calles de Praga, el mundo subterráneo de las artes y las letras se mantuvo vibrante desde entonces. En Polonia, la capacidad de acción colectiva de Solidaridad fue inigualable, un movimiento que desde el comienzo arrinconó al régimen y que fue un embrión de partido político para el post-comunismo.
En los tres casos, cuando Moscú abandonó el terreno ya existía una sociedad civil en el sentido estricto del término, autónoma y diversa. Ello además de líderes, organizaciones, programas y capacidades aptas para gobernar, es decir, para hacerse cargo del Estado, incluyendo la construcción de uno nuevo como en Eslovaquia y la Republica Checa. Esa no parece ser la realidad de la Cuba de hoy. La gran pregunta acerca de la caída del comunismo es quien gobierna después, porque la anarquía es peor que su perpetuación.
El gradualismo de Obama, primero el capitalismo y luego la democracia, refleja exactamente eso. Tampoco es una gran heterodoxia teórica ni histórica. El capitalismo es, después de todo, condición necesaria, aunque no suficiente, para la democracia. El mercado es un espacio de socialización que alienta la iniciativa, la creatividad y la toma de riesgo, la receta de la prosperidad. Esto a su vez genera un umbral de pluralismo—de intereses e identidades colectivas—que contribuyen a una sociedad civil diversa, mejor equipada para la democracia.
En definitiva, como dijo Barrington Moore, “sin burguesía no hay democracia”. Tal vez Obama se esté ocupando de la burguesía, dejándoles a los cubanos el otro término de la ecuación. Claro que para ello hace falta tiempo. La democracia es una carrera de fondo, no un sprint de cien metros. Debe recordarse, además, que el régimen castrista comenzó hace más de 55 años y el deshielo tiene apenas seis meses. La gran revolución democrático-burguesa cubana no ocurrirá de la noche a la mañana. También hará falta tener paciencia.
Héctor E. Schamis