Al final del camino, el arcoíris
Por Gina Montaner
El pasado 26 de junio la Corte Suprema de Estados Unidos falló a favor de la legalidad en todo el país del matrimonio entre personas del mismo sexo. La noche antes del histórico anuncio, vi de nuevo una vieja película, Adivina quién viene esta noche. A primera vista estos dos hechos tienen poco que ver, pero lo cierto es que el filme que en 1968 estrenó el director Stanley Kramer abordaba un tema tan espinoso como el de los derechos de las parejas gays muchos años después.
En la cinta que protagonizaban Katherine Hepburn y un Spencer Tracy ya muy mayor y enfermo interpretando el último papel de su vida, su hija los sacude al anunciarles que el novio con el que se va a casar es un hombre negro. El melodrama estalla y después de mucha tensión por parte de las dos familias, Tracy da su visto bueno con un monólogo en el que, desafiando los tabúes raciales de la época, reivindica la fuerza del amor por encima de los inevitables prejuicios y odios que podía enfrentar una pareja interracial en la década de los sesenta. Por supuesto, el joven afroamericano que se presenta en la casa es un apuesto Sydney Poitier cuyo personaje roza la santidad para ganarse la simpatía del público blanco antes de llevar al altar a la joven rica y rubia.
La historia que Kramer llevó al cine hoy puede resultar poco arriesgada a la hora de incursionar en el problema de la segregación racial, pero lo que planteaba entonces, apenas unos meses después de que finalmente la Corte Suprema invalidara el carácter ilegal de los matrimonios interraciales gracias al famoso caso de Loving vs. el estado de Virginia, constituía todo un reto. En ese momento los afroamericanos encabezaban el movimiento por los derechos civiles para ser iguales ante la ley y el país atravesaba un periodo convulso.
Bien, casi medio siglo después de que Spencer Tracy aceptara que el amor no conocía diferencias raciales, el juez conservador Antony Kennedy, sumándose a los cuatro miembros progresistas de la Corte Suprema, dijo “La naturaleza del matrimonio es que, mediante su lazo duradero, dos personas unidas pueden encontrar libertad, como expresión, intimidad y espiritualidad. Esto es cierto para todas las personas, cualquiera que sea su orientación sexual.” Su voto fue decisivo para tumbar la última barrera legal que hasta ahora les había impedido a gays y lesbianas gozar de los mismos derechos que el resto de la sociedad estadounidense.
El mismo 26 de junio tuve el privilegio de estar en Nueva York cuando se dio a conocer el fallo de la Corte Suprema. Esa noche me acerqué hasta las inmediaciones del Stonewall Inn, el mítico bar que en 1969 fue escenario de enfrentamientos entre gays que revindicaban sus derechos y la policía que cargó violentamente contra los manifestantes. Años después el West Village era una fiesta, con una multitud celebrando en las calles el espíritu de tolerancia y aceptación que deja atrás los días oscuros en los que la comunidad LGBT debía ocultarse para no ser objeto de discriminación y de vejaciones. Hoy este pequeño pero bullicioso local en la calle Christopher es un monumento histórico que simboliza la lucha por la igualdad sexual que este colectivo ha librado.
En los alrededores del Stonewall Inn cientos de parejas se abrazaban, reían y también lloraban. Cuando el juez Kennedy aseveró “Piden una igualdad digna ante los ojos de la ley. La Constitución les garantiza este derecho”, vino a decir lo mismo que el personaje de Spencer Tracy defendió hace años para las parejas interraciales. Cuánta sangre, sudor y lágrimas derramadas antes de divisar el arcoíris al final del camino.
Gina Montaner