Gregorio, el hijo de una madre hombre y de un padre mujer
Anderson, la madre, con su hijo Gregorio, y Helena, el padre
Por Germán Aranda| Especial para El Mundo | Río de Janeiro Su madre es un hombre. Su padre, una mujer. Gregorio nació del vientre de un varón, Anderson, el pasado martes 7 de julio. Su madre de 26 años, Helena, estaba pensando en hacerse una operación de sexo y quitarse el pene cuando su marido se quedó embarazado. Él, en cambio, a sus 19 nunca pensó en esa opción y le basta con ese rostro desafiante, su cabello corto y sus ropas anchas de hombre para sentirse a gusto con su masculinidad. Las almas estaban cruzadas, la de ella en el cuerpo de un hombre, la de él en el cuerpo de una mujer, pero el amor entre sábanas que engendró a este bebé de ojos aún por terminar de abrir, pelo negro y piel rosada es el mismo que en cualquier alcoba.
En un pequeñísimo cubículo de paredes verdes del extrarradio de Porto Alegre que les sirve como hogar, en el sureño estado brasileño de Rio Grande do Sul, la felicidad de Gregorio se impone a la escasez en los bolsillos. Aunque "mi morena", como el marido llama a Helena, se considera la madre, tan sólo ha conseguido unos días libres por paternidad en su trabajo como operadora de marketing, mientras que "mi loquito" sí que tiene varios meses de maternidad y da de mamar cada tres horas a Gregorio, "que no llora, sólo refunfuña de hambre".
Era invierno de 2013. Helena se dirigía al baño de mujeres de un bar y se llevó un susto. "¡Hay un hombre dentro!", gritó. "No soy un hombre, soy una mujer", recibió como respuesta, aunque estaba hablando Anderson de su naturaleza, no de su conciencia. Él le invitó a una copa, intercambiaron teléfonos y fluyó el amor. "Yo me hice travesti para estar con hombres y Andressa se convirtió en Anderson para estar con mujeres. Nunca imaginamos que acabaríamos con alguien del sexo opuesto", cuenta Helena. "Era un noviazgo tradicional al principio, íbamos al cine cada miércoles".
Las cosas empezaron a torcerse cuando la madre de Helena no aceptó la relación y el padre directamente le retiró la palabra. A los seis meses la echaron de casa. Vivieron otro medio año en la habitación de una desvencijada pensión, "nuestro nido de amor a pesar del lavabo y la cocina compartidos". "La familia de Anderson es diferente, le acepta desde que asumió su identidad masculina a los 15".
Aunque su "loquito" y ella no buscaron el embarazo a conciencia, se entusiasmaron al conocer la noticia. "Bebimos en una fiesta y no nos acordábamos si habíamos usado o no preservativo. Al otro día buscamos el envoltorio en la basura y no lo encontramos", recuerda Helena. "Yo prefería tener el hijo después de formarme, para dar ejemplo", reconoce la ex estudiante de Filología que tuvo que dejar la carrera en segundo para cuidar al pequeño Gregorio, nombre que debe al poeta brasileño del siglo XVII Gregorio de Matos, el preferido de mamá.
La tradición en Brasil exige que la futura mamá pase una tarde con amigos y familiares, que le regalan pañales en lo que denominan "té de bebé". El de Helena se celebró en su trabajo, donde, tras contar su aventura, la han aceptado sin prejuicios, aunque esta vez hubo dos madres, la embarazada y ella misma, que apareció con un cojín bajo el vestido simulando una gravidez.
Cuando llegó el día del parto, fue "muy bien tratada" en el hospital aunque la extraña pareja despertó recelo entre médicos y enfermeros. "Nos preguntaron si éramos hermanas y cuál era mi relación con Andressa", relata. Aclarado el enigma, el parto fue tranquilo.
"Yo me hice homosexual a los 10 años", recuerda locuaz Helena. Su novio, en la práctica marido, calla y asiente. Es de pocas palabras. "Tenía el pelo corto y para montarme recurría a una peluca a lo afro y robaba ropa a mi hermana. Ya percibía mi atracción por los hombres pero aún no me llamaba Helena. Mi performance femenina se limitaba a los fines de semana hasta que un novio, que sabía que era travesti, dijo que me iría a buscar al trabajo y me dio pavor que me viera como un hombre". Helena se fue por piernas de aquel empleo al darse cuenta de que todos le miraba mal. "Hoy soy la persona que quería ser. Me levanto mujer, tomo el autobús como mujer y vuelvo para casa como mujer y madre".
Aunque la unión civil homoafectiva está permitida en Brasil, los principales líderes de la creciente comunidad evangélica vienen haciendo una campaña muy agresiva contra los homosexuales. La ONG Grupo Gay de Bahía calcula que en 2014 la homofobia causó al menos 216 asesinatos en el país. "Leo en internet comentarios que dicen que mi hijo va a crecer con vergüenza. No lo creo. Un día le voy a contar que fui un hombre que se convirtió en mujer", asegura Helena.
Los roles de Anderson y Helena son lo más parecido al ideal casi nunca alcanzado de una pareja igualitaria. "Para cambiar pañales nos repartimos. Uno limpia y el otro da la pomada". La vida normal de una pareja normal..
|