Un domingo con las Damas
Golpeada y arrestada en el centro de torturas de Tarará, la autora narra la represión que enfrentan cada domingo las Damas de Blanco.
Represión contra las Damas de Blanco.
Por Yania Suáres | La Habana | Publicado en Diario de CubaEl decimoséptimo domingo de represión contra las Damas de Blanco será recordado, quizás, por la eminente apertura de la embajada de EEUU en La Habana y por una performance que propuso el Foro por los Derechos y Libertades.
La rutina dominical es la siguiente: las Damas salen de la misa en Santa Rita a las 12pm, caminan por la Quinta Avenida unas cinco cuadras arriba y abajo con gladiolos y fotos de presos políticos en las manos. Gritan libertad y se reúnen en el parque Gandhi, al lado de la iglesia, para hacer un resumen semanal, donde dan noticias, denuncian represiones y se ofrecen ánimo. Entre la 1 y la 1:30pm terminan y bajan por 26 hasta la calle 3ra donde, bien lo saben, serán arrestadas violentamente. Así, cada semana.
Este último domingo, al terminar la reunión, el Foro invitó a usar máscaras de papel con la imagen de Obama. No todos participamos. Cada cual hablará con sus palabras. Mi justificación utópica para no llevar las máscaras es el deseo de que Estados Unidos no sea más definitorio en el destino de Cuba, ni a favor ni en contra. Aspiración idílica quizás, pero es la mía. No la digo ahora por su interés como opinión sino porque quiero ver en el hecho de que hubiéramos marchado con las Damas hacia un arresto violento, amén de la performance, la posibilidad de que exista un espacio público democrático en la Cuba real, con las diferencias que esto implica.
No anduvimos más de cien metros, de cualquier manera: al llegar a la esquina de 3ra y 26 ya nos esperaba un despliegue policial inmenso de guaguas, patrullas, motos… y una turba vestida de civil que salió por la derecha y se nos unió a todo galope. Tenían tipo delincuencial. No llegaban allí para gritar consignas, sino para reprimirnos y arrestarnos con violencia. Dicen que son paramilitares, policías disfrazados. Obviamente siguen órdenes que vienen de algún lugar y no es el pueblo: la gente del barrio miraba con curiosidad desde la distancia.
La turba nos rodeó por detrás; delante estaban las guaguas y la policía. Algunos nos habíamos quedado a la saga hablando algo con Berta Soler. Las Damas empezaron a gritar "Libertad", que es lo que dicen siempre —ni siquiera consignas contra el Gobierno— y lanzaron al aire las fotos de los presos.
Ya todo era confusión de cuerpos que se amontonan. De pronto un hombre vestido de civil está aplicando una llave de estrangulación a otro delante de nosotros y Berta Soler sale a auxiliarlo. Se abalanzan entonces sobre ella como para darle parecido tratamiento y Tania Bruguera y yo corremos a auxiliarla. La acción se detiene por un momento —evidentemente no quieren más la imagen de los brazos morados de Tania Bruguera dando vueltas por el mundo—.
En una fracción de segundo veo que a nuestro lado está el oficial "Javier", que es quien "atiende" a la artista, que la mira como decepcionado. No sé si iba arrestarnos él personalmente. Sé que Berta Soler sale en ese momento hacia la derecha. Yo camino unos pasos más hacia adelante, porque veía cómo arrastraban a las mujeres hacia la guagua, y ahí perdí de vista a todo el mundo: varios brazos paramilitares me halaron hacia la turba que se apiñaba frente a la puerta del vehículo, precisamente donde las policías introducían violentamente a las Damas, y otros brazos me señalaron dando voces de "a esa, a esa" ("esa" era yo) como con órdenes de detenerme.
Mientras más trataba de salir del espacio claustrofóbico, más me halaban. Alguien me inmoviliza por detrás agarrándome los brazos, alguien me tira del pelo, siempre por la espalda, alguien me clava las uñas en los costados, varias veces.
Quienes me arrestaron fueron gente vestida de civil. Ya no podía evitar el empuje hacia la puerta, donde todo era confusión compacta de azul y blanco arriba (de policías y Damas en remolino) y de rojo abajo, que es el color de los pulloveres que llevan los de la turba, y todo parecía una bandera. Al final —al parecer porque aquello estaba muy lleno—, me sacan del grupo y es sólo entonces cuando me entregan a una policía vestida como tal y me introducen en la segunda guagua.
Las Damas son admirables. Hay que verlas en acción para saber qué forma tiene la valentía; sobre todo cuando no hay público —o el público son las mismas policías que las reprimen—: muchas, después de esposadas, siguen gritando, sublevadas por el trato recibido. Si algún agente vestido de civil aparece con intenciones de callarlas, entonces hasta la señora encogida en aquel rincón, que no decía nada, despierta como picada y el agente al cabo se va.
Nadie sabe la cantidad de amenazas que las Damas reciben "¿No te advertí que no vinieras más?", le dice una militar disfrazada de civil a la Dama que yo tenía delante.
Una vez acomodadas todas y en espera de la orden de arrancar, el chofer de la guagua pone un reguetón a muy alto volumen, que quizás se use para silenciar las protestas o quizás, también, para crear una atmósfera de normalidad aturdida. Es un espectáculo tremendo porque de repente, con los primeros tonos de la canción, las policías empezaron a contorsionarse al ritmo de la música, como si estuvieran en una discoteca, en una transición grotesca —y sin embargo coherente— de la vulgaridad violenta a la jovial.
Así hicimos el viaje a Tarará: con el suplicio del "Wachineo" o Gente de Zona hasta el final.
Nos distribuyeron, en Tarará, en las mismas aulas que usábamos cuando niños y aquello era un campamento infantil, ahora custodiadas por la policía. Allí deberíamos permanecer unas cuantas horas.
Al cabo me llamaron para interrogarme a una sala con cuatro militares. El que lideró el diálogo —vestido de civil— se identificó como el "capitán Rolando" de la unidad de Infanta y Manglar y quiso saber qué me llamó la atención de las Damas. Muchas cosas: por ejemplo, el apaleamiento que reciben cada domingo.
En un momento de la conversación me informa, coincidiendo con el Cardenal Ortega, que en Cuba no hay presos políticos. Le hablo entonces de Danilo Maldonado, "El Sexto", quien lleva siete meses preso por intentar (presuntamente) una performance con los nombres del presidente y del expresidente y dos cerditos. Entonces el capitán se pone semántico: Danilo "no es un preso político" sino alguien que ha "desacatado a la autoridad", y luego caótico: "¿Por qué no llamó a los cerdos Obama y Raúl? ¿Por qué no criticó a Obama en los Estados Unidos? Porque allá no se lo permitirían…" Ahí hablamos un poco de Fox News.
Yo tenía una pregunta para ellos: ¿Por qué apabullan todos los domingos a las Damas de Blanco? Curiosamente, se resistieron a responderla. A la quinta vez de formulada, ensayaron que las Damas creaban desorden público y que no las golpeaban, lo que pasaba era que ellas los provocaban con gritos y no dejándose arrestar arbitrariamente, como debería ser. Con todo cinismo, además, uno de los jóvenes militares me dijo en mi cara que era mentira que me habían tirado de pelos y brazos, o pellizcado.
Poniendo a un lado la lógica del esposo abusivo que profesan, me quedé con la impresión de que en verdad los militares no sabían la respuesta a esa pregunta. Ellos cumplen órdenes, no importa la violencia o la injusticia de su contenido. Como las Damas no existen en los "medios de información" oficiales, los cubanos no tenemos otra opción que la de siempre: asentir, no ver, no oír.
Las aulas policiales donde nos confinaron están divididas con cartón o un material muy fino por un lado. Cuando al final de la tarde comenzaron a "restituirnos" (i.e.: montarnos en las guaguas para dejarnos en algún lugar de nuestro municipio), sentimos una algarabía de gritos y muebles volcados en el cubículo anexo; la pared de cartón empezó a moverse como si estuvieran empujando a alguien contra ella… Quizás estuvieran "madurando" a una Dama.
Casualmente, vi correr hacia el lugar al militar que, con todo cinismo, intentara quitarme mi maltrato. Le grité, a ver qué me decía ahora de los golpes. No me hizo caso. Más mujeres policías se colocaron en la puerta de nuestro cubículo para resguardarlo. Algunas venían del aula de al lado y tenían el vapor de la violencia en ellas. Hablaron de Aliuska [Gómez], y de lo mal que se porta siempre con la policía. Quizás era ella quien gritaba. No lo supimos, desde luego. Como no sabemos en qué parará la represión de los domingos. Las Damas afirman que no dejarán de hacer lo que hacen, y el Gobierno, al parecer, tampoco… El viaje de regreso también fue con reguetón, pero ya las policías lucían agotadas.