Por Alejandro Ríos - El Nuevo Herald El viernes, cuando ondee la bandera de los Estados Unidos otra vez en el malecón, comienza el desmontaje de la pesadilla de 56 años de dictadura totalitaria en Cuba. Ya las partes han explicado que el proceso de entendimiento entre ambos países será largo y pausado. Ni siquiera los más diestros agoreros políticos arriesgan una cifra de años previsible.
Entre las acepciones que el Diccionario de la Real Academia Española incluye de la palabra “desmontaje” hay dos que le vienen como anillo al dedo a lo que está ocurriendo en la isla:
“Separa los elementos de una estructura o sistema intelectual sometiéndolos a análisis”.
“Deshacer un edificio o parte de él”.
En un panorama donde prima el fervor triunfalista del régimen, envalentonado por el apoyo americano, pocos analistas se refieren, sin embargo, a la evolución y duración del desmontaje que acontecerá, irremediablemente, no por el aumento del turismo poderoso del norte, ni por el “timbirichismo” con que la dictadura trata de coartar las ansias empresariales del cubano, sino porque la estructura anquilosada de antaño, léase: comités de defensa de la revolución (CDR), chantajes ideológicos, informes de descrédito, amenazas, prohibición de viajar, división familiar, la doble moral y hasta la escasez, que mantiene embotado el cerebro, entre otros agravios, irán dejando de funcionar.
No es que los Castro pierdan su coartada histórica, echándole la culpa al vecino de su inoperancia, sino que el edificio, donde esa excusa ha funcionado, comienza a venirse abajo, a nivel de barrio, que es donde el futuro de Cuba se dirime y no en la Plaza de la Revolución ni en la Casa Blanca.
La reiterada cantaleta de ciertos artistas cubanos cuando se presentan en Miami de que son “apolíticos”, siendo algunos miembros de Los Van Van los que más recientemente han reincidido en el tema, ha devenido, paradójicamente, contagio y profecía en la isla.
A las nuevas generaciones no les interesa la política y a “Cuca” la del CDR tampoco, porque su influencia se ha nulificado y la bandera del archienemigo, que ahora promete pingües beneficios, hasta se ve hermosa en el horizonte.
Hubo un tiempo cercano en que la prensa oficial cubana llamaba la atención sobre el uso de símbolos del enemigo en el atuendo de los jóvenes y del peligro que eso acarreaba para la educación del llamado hombre nuevo.
Antes de que bandera de las barras y las estrellas se luzca en el Vedado habanero mañana, los criollos se han excedido en su uso y ostentación, como en una suerte de redención silenciosa por los años que fue satanizada. El adlátere Eusebio Leal ha debido salir a la palestra con un viejo truco retórico, donde aclara que los cubanos son antimperialistas aunque siempre han simpatizado con los americanos.
Por supuesto que sobrevive una zona de encanallamiento político, sobre todo entre pobres diablos que aún se prestan para reprimir manifestaciones pacíficas de la oposición. Sin embargo, el hecho reciente de que una organizadora de “actos de repudio”, identificada por disidentes exiliados en Miami, haya venido a residir a los Estados Unidos, denota que hasta la facción más oscura del castrismo cede ante la fuerza de los nuevos tiempos.
El humorista Alejandro García, Virulo, quien reside en México, ha grabado un CD donde se burla de lo que acontece en su país y especula que la cosa puede ir de “Guatemala a Guatepeor”. Confiesa que parte de la inspiración se la dio un taxista mexicano, quien al enterarse de lo que estaba aconteciendo entre Cuba y los Estados Unidos, le dijo, con todo respeto, “se los van a ensartar”.