Truman Capote: un alcohólico, drogradicto, gay y genio
Su verdadero nombre era Truman Streckus Persons, pero adoptó el apellido de su padrastro cubano Joe Capote
Adoptó el apellido de su padrastro cubano Joe Capote
Por Jorge Martillo Monserrate
“Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy gay. Soy un genio”, decía la faja que como una serie de puñetazos cubría la portada de Música para camaleones, de Truman Capote que con cinismo sonreía en la foto de contraportada. Recuerdo que emocionado abandoné la librería y en el primer bar que se me cruzó lo empecé a leer, como había hecho con el resto de sus libros. Eso ocurrió a inicios de los ochenta. Creo que las cervezas eran más mágicas que las de ahora.
Su verdadero nombre era Truman Streckus Persons, pero adoptó el apellido de su padrastro cubano Joe Capote. Nació en Nueva Orleans, el 30 de septiembre de 1924. Pero su madre lo dejó al cuidado de sus abuelos y después con unos primos en Alabama. A los 8 años, Capote empezó a escribir, “…a los diecisiete años era un escritor consumado”, él cuenta en el excelente texto del prefacio de Música para camaleones. De joven trabajó y escribió en revistas. Sus primeros libros Otras voces, otros ámbitos, 1948 y Desayuno en Tiffanys, 1958, resultaron exitosos. Pero él era insaciable y buscaba formas innovadoras. “Yo quería escribir una novela periodística, algo en mayor escala, que tuviera la verosimilitud de los hechos reales, la cualidad de inmediato de una película cinematográfica, la profundidad y libertad de la prosa y la precisión de la poesía”, cuenta el señalado prefacio.
Entre 1959 y 1966, Capote se dedicó por entero a la investigación de un múltiple homicidio en Holcomb, pueblo de Kansas. Durante esos años, Capote entrevistó e hizo amistad con los asesinos: Dick Hickock y Perry Smith. Según Gerald Clarke, autor de Truman Capote. La biografía, Capote se enamoró de uno de los asesinos. Pero como en una tragedia griega, necesitaba que fueran ejecutados para por fin terminar su novela. El día que los asesinos fueron ahorcados, Capote fue invitado y presenció la ejecución de su amado.
A sangre fría, su novela sin ficción, fue un éxito literario y económico. En Estados Unidos vendió 5 millones de ejemplares y fue traducida a 24 idiomas. Se convirtió en una celebridad, rodeado por ricos y famosos. Sin embargo, Capote sabía que estaba herido de muerte y con licor y drogas intentó curar esa herida.
Su editor Joseph M. Fox en el prólogo de Plegarias atendidas cuenta que Capote en 1966, cuando estaba trepado en la cima del éxito, firmó con su editorial un jugoso contrato para escribir un nuevo libro que según él sería el equivalente contemporáneo del clásico En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust.
Pero Plegarias atendidas, el libro más esperado de la literatura norteamericana, sería publicado recién en 1987, 21 años después, y tres, luego de la muerte de su polémico autor. Aunque Capote antes, en 1976, publicó cuatro venenosos capítulos en la revista Esquire. Fue cuando sus amigos de la alta sociedad se reconocieron en esas narraciones y lo expulsaron de su círculo exclusivo.
Después de ser arrojado de ese paraíso de ricos y famosos, conocido como jet set, Capote los recriminó públicamente: “¿Qué esperaban? Soy un escritor y lo uso todo. ¿Acaso esa gente pensaba que yo solo servía para divertirlos?”.
En Plegarias atendidas, el narrador personaje es P. B. Jones, un bisexual que se gana la vida entre alcobas mientras intenta escribir un libro de cuentos: Plegarias atendidas.
En esas Plegarias Capote también escupe su veneno sobre algunos escritores y su obra. Expresa de Virginia Wolf: “No puedo pensar en un solo libro de ella que me guste, excepto su crítica”. De Hemingway: “Detesto El viejo y el mar”. Sobre Borges: “Es un buen escritor, pero demasiado menor”. En cuanto al Premio Nobel de literatura: “Un jurado que se lo dio a Pearl S. Buck debe ser objeto de análisis en una clínica siquiátrica”. Acerca de Saul Bellow: “Es una nada. No existe”. De Joyce Carol Oates: “Es un monstruo ridículo que debe ser decapitado en un auditorio público… la criatura más abominable de este país”. Sobre Jacqueline Susann: “Causé su muerte. Agonizaba de cáncer cuando dije en televisión: ‘Parece chofer de tráiler’. Cayó de la cama (risas). Su marido la levantó. Vomitó sangre y ya no se recuperó. Me demandaron por un millón de dólares (risas)”.
En el libro Conversaciones íntimas con Capote –entrevistas realizadas entre junio de 1982 y agosto de 1984, poco antes de su muerte- el periodista Lawrence Grobel le pregunta en qué le gustaría reencarnar y Capote responde: “En un zopilote. Los zopilotes son libres y simpáticos. Nadie los quiere. A nadie le importa lo que hagan. No tienen que preocuparse por sus amigos, ni por sus enemigos. Están allí, volando, divirtiéndose, buscando algo que comer”.
El 25 de agosto de 1984, Capote fue encontrado sin vida en el departamento de su amiga Joanne Carson, donde pasaba unos días e iba a celebrar sus 60 años, que los hubiera cumplido cinco días después, pero se adelantó y falleció por una sobredosis.
En el célebre prefacio de Música para camaleones, el último libro que publicó en vida, Capote expresa: “…un día comencé a escribir, sin saber que me había encadenado de por vida a un noble pero implacable amo. Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse . Entre tanto, aquí estoy en mi oscura demencia, absolutamente solo con mi baraja de naipes y, desde luego, con el látigo que Dios me dio”.
Es en esa obra que con sinceridad, cinismo y autosuficiencia expresó: “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”.
Hoy solo espero que las cervezas tengan esa espuma mágica que explota dentro de uno pero no lo mata. Más bien le da vida. Salud.