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De: cubanet201 (Mensaje original) |
Enviado: 27/08/2015 14:06 |
El trágico final de Nelson Una historia de horror sobre el asesinato de un joven escritor cubano, perpetrado por el régimen
Por Tania Díaz Castro | La Habana, Cuba |
Seis años después de que Che Guevara, dijera desafiante y orgulloso, en 1964, en las Naciones Unidas que en Cuba: “Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando”, su promesa se cumplía y en Cuba se continuaba fusilando.
En 1971 fue fusilado Nelson, un joven escritor que, con los ojos vendados, murió ante una ráfaga de tiros en los fosos de la Fortaleza de la Cabaña, quizás en el mismo sitio donde había caído el poeta Juan Clemente Zenea, en el siglo XIX.
Nelson Rodríguez Leyva tenía 27 años cuando el gobierno castrista, tras un juicio sumario, apenas sin abogado defensor, lo condenó a la pena de muerte por haber intentado escapar del comunismo en una avioneta de fumigación. Han transcurrido 41 años y todavía queda mucho por saber sobre aquel crimen, cometido contra un joven que se dio a conocer en la narrativa cubana siendo menor de edad, con verdadero talento.
En 1964, el mismo año en que el Che Guevara alardeaba en la ONU sobre los fusilamientos, Ediciones R había publicado su libro de cuentos El regalo, por recomendación del propio Virgilio Piñera, director entonces de aquella editorial, y se esperaba su primer libro de poemas.
¿Acaso su peor pecado fue no mencionar a la revolución castrista en sus cuentos, o no escribir loas a Fidel Castro? El escritor Reinaldo Arenas fue su amigo. También el actor de teatro Ernesto Candeli. Se veían con frecuencia en el parque de la Funeraria Rivero, en el Vedado, donde hablaban sobre política, y Nelson, alegre y lleno de amor por la vida, confesaba a sus íntimos su deseo de vivir en libertad.
En 2007, hice todo lo posible por investigar sobre su vida. Fue una suerte haber conseguido su libro El regalo, y enviarlo al exilio. En Cuba, los miles de ejemplares publicados en 1964 habían desaparecido tras su muerte.
Supe, eso sí, que su hermano trabajaba como asesor político en Caracas y que Manuel, su sobrino, nada sabía sobre la historia de su tío Nelson, porque la familia no lo mencionaba.
Me fue imposible hacer contacto con Jesús Cristo Castro, un profesor de Secundaria que hizo planes para escapar con Nelson y que, a pesar de haberse arrepentido a última hora, fue condenado a 30 años de prisión. Cumplió 15 y marchó al exilio.
Toda la información que no tenemos la conoce el régimen castrista. En alguna gaveta debe aparecer incluso que Nelson no murió solo en el paredón de fusilamiento, sino junto a un gran amigo, de piel tan negra como el carbon y corazón de oro.
También supe que, aunque nunca más lo vieron leyendo sus poemas en el parquecito de la funeraria, o cantando las melodías de Los Beatles, con aquel gesto suyo de apartarse de la frente sus hermosos cabellos claros, ninguno de sus amigos creyó que Nelson había sido asesinado. Así lo escribió mi colega Luis Cino, porque alguien que se quedó en la celda de Nelson, aturdido y angustiado, pudo haber confundido el tiro de gracia que ultimo a Nelson con el cañonazo de las nueve.
ACERCA DEL AUTOR:
Tania Díaz Castro nació en Camajuaní, Villaclara, en 1939. Estudió en una escuela de monjas. Sus primeros cuatro libros de poesía fueron publicados por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y dos por Linden Ediciones Line Press y ZV Lunaticas. A partir de 1964 trabajó como reportera en revistas y periódicos de Cuba y escribió durante ocho años guiones de radio en el ICRT entre 1977 y 1983 y en 1992 y 1993, cronicas sobre la historia de China en el periódico Kwong Wah Po, del Barrio Chino de La Habana. En 1989 y 1990 sufrió prisión por pedir un Plebiscito a Fidel Castro. Comenzó a trabajar en CubaNet en 1998 y vive con sus perros y gatos en Santa Fe, comunidad habanera.
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Un horrendo crimen de la revolución cubana
Nelson y Angel se rindieron ante la maldad y la intolerancia del dueño de la Isla. Sólo querían una cosa: vivir como seres humanos
Fusilamiento en La Cabaña (foto tomada de El Nuevo Herald)
CRIMENES SIN CASTIGOS
Tania Díaz Castro | La Habana | Cubanet
En 1971, el gobierno castrista cometió uno de sus más horrendos crímenes: fusiló en La Fortaleza de La Cabaña al escritor Nelson Rodríguez Leiva, de 27 años, junto a su amigo y amante, Angel López Rabí, de sólo 16.
Un siglo antes, por la misma fecha y a muy poca distancia, el gobierno de la Metrópoli fusiló a ocho estudiantes de Medicina. Un abogado español a sueldo no logró defender sus vidas.
Igual ocurrió a Nelson y Angel. Carecieron de una defensa imparcial. Ni siquiera sus abogadillos supieron que en 1964 Ediciones R le había editado a Nelson, joven de gran talento y a sugerencia de Virgilio Piñera, un excelente libro de narraciones titulado El Regalo, que tenía para publicarse un libro de poemas y que Angel se daba a conocer con sus versos en revistas cubanas. Tampoco que durante un año Nelson había alfabetizado a campesinos en la Sierra Maestra. Mucho menos que, inconformes con el régimen comunista de Fidel Castro, no hacían sabotajes, método de lucha de los jóvenes contra el batistato, considerados hoy héroes inolvidables.
Desesperados, acorralados, difamados por el Máximo Líder, Nelson y Angel optaron por marcharse del país en avión, en un lamentable intento por desviarlo. Gravemente heridos fueron condenados a la Pena Máxima por las mismas personas que habían asaltado de madrugada un cuartel militar, con decenas de víctimas y sólo habían cumplido meses de prisión.
Si alguien fue responsable de aquel hecho, es Fidel Castro, con su fobia contra los homosexuales, expresada claramente en el Congreso de Educación y Cultura, a principio de 1971. En su discurso de clausura condenó ¨el homosexualismo y otras aberraciones sociales y prácticas religiosas¨. Pocos días después, su periódico Granma publicó que ¨únicamente los revolucionarios podían acceder a la Universidad¨.
¿Cómo entonces podían vivir en Cuba jóvenes como Nelson y Angel? Muchos tuvieron la suerte de llegar vivos al exilio. Otros fueron víctimas de una política moralista y absurda.
La Unión de Escritores y Artistas de Cuba no hizo nada por ellos.
El 2 de octubre del mismo año, murió en México uno de nuestros más geniales artistas, homosexual y cubano, Ignacio Villa o Bola de Nieve. Probablemente no hubiera regresado a su país.
Frágiles como Diego, el personaje fílmico de Titón, o como Fátima, creado por Miguel Barnet cuando la marea se calmó un poco, Nelson y Angel se rindieron ante la maldad y la intolerancia del dueño de la Isla.
Querían vivir como seres humanos, que les respetaran el más elemental de los Derechos: su intimidad.
Por aquellos años la policía recibía la orden de subirlos a la fuerza en camiones-jaulas, para ser enviados a campos de concentración de las UMAP, un invento de Fidel Castro para convertirlos en machos, al estilo del ¨Hombre Nuevo¨, que por suerte fracasó.
Para conocer más sobre esta historia, hace apenas unos días pude obtener el teléfono de Manuel, el hermano de Nelson, un economista que vive en Línea y 10, en el Vedado.
Me habían advertido que aún podía ser un comunista incondicional del régimen, que recién había regresado de una misión en Venezuela, que no aceptaría mi llamada, que le había dado la espalda a su único hermano en los peores momentos.
Para mi sorpresa, de inmediato percibí que le complacía hablar sobre su hermano, sobre todo de su infancia. Nelson nació en Cienfuegos un 19 de julio de 1943. Era delgado, de cabellos y ojos claros, de piel blanca-rosada. Achacó su conducta posterior a unas fiebres que sufrió a los cinco años, donde quedó como muerto y revivido de milagro. Me contó de Ada, la madre, trastornada al conocer que después de curar las quemaduras de su hijo, se lo asesinaran. Apenado, se refirió a las relaciones amorosas que mantuvo Nelson con Angel, culpable de todo según él.
–Fue Angel quien extrajo la granada de una unidad militar –dijo.
Por su forma de hablar, me pareció que, pese a sus años –cinco años mayor que su hermano– aún tenía fortaleza de carácter para sobrellevar su tragedia familiar y percibí que libraba una lucha interna, entre el cariño que podía sentir por Nelson y la complicidad que le exigía el gobierno castrista.
Al día siguiente, con otras preguntas en la mente, volví a llamarlo. Manuel era otro. Nervioso y asustado me pidió que no lo llamara más, que por mi culpa, después de conversar conmigo, había tenido horribles pesadillas durante toda la noche.
¿Sería que soñó con su hermano, aferrado al palo de La Cabaña, pidiendo a gritos que no lo mataran, maldiciendo al comunismo? ¿Será que vio a Angel, casi un niño, llorando, implorando piedad?
Sí, no creo equivocarme. Seguramente esa fue la noche que este hombre descubrió su verdad más escondida: Nelson aún permanecía en su corazón.
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Cinco relatos breves del escritor
Asesinado por la revolución, Nelson Rodríguez Leyva
Un año antes de ser internado por homosexual en un campo de trabajos forzados, Nelson Rodríguez Leyva publicó su único libro, en el que aparecen estos relatos.
Siquis
Poseo un león que me tiene miedo. Parecerá difícil de creer, pero es verdad. Cuando me lo regalaron, apenas tenía un mes de nacido, y desde entonces le enseñé a temerme.
Fue muy sencillo. Le di plena libertad. Andaba por toda la casa como si nada. Nunca lo regañé cuando se subía en los muebles y les rompía el tapizado. Poco a poco, tomó conciencia de amo.
Cuando cumplió los dos años, y consideré que ya tenía uso de razón, puse en marcha la segunda parte del plan. Compré una jaula enorme, en la que instalé todas las comodidades de una casa moderna. Le di la llave de la misma, y me encerré.
Desde entonces, cada vez que deseo algo, solo necesito rugir, que enseguida el león me complace.
Anuario
Este ha sido un año normal. Se hicieron 300 viajes a la Luna y otros planetas. Se cosecharon más de 20 millones de puds de algodón en las profundidades oceánicas. Por medio de la inseminación artificial, nacieron 322 millones de niños. Las muertes por ancianidad (no existen enfermedades) fueron disminuidas en un 78%. Los robots aumentaron el nivel de producción en un 15% más del que estaba estipulado. El consumo per cápita del hombre se consideró en 21.000 calorías diarias. La humanidad leyó más de 134 billones de libros científicos. El único poeta que vivía se suicidó. Causó gran admiración en la ciudad de Ankora, el descubrimiento de un ave natural. A opinión de sabios internacionales, “es lo único puro que sobrevive todavía”. En noviembre fue sofocada una manifestación que recorría las calles de París, exigiendo “el retorno del amor” y demandando “el cese del acto sexual por medios mecánicos”.
Excepto la de la nieve artificial en los países tropicales (por métodos electrónicos), y la desecación del mar en un área de 2 millones de kilómetros cuadrados, para albergar la superpoblación (nuestro mal más grave, ya que por las condiciones atmosféricas, no podemos residir en los otros planetas por más de 20 días, y por lo tanto, es imposible la exportación), no ha ocurrido otra cosa que ocupe nuestra atención.
Firmado N. Popiev - Año 2500
El teléfono
Tengo que cerrar la llave de la bañadera, si no, corro el riesgo de ahogarme. Sí claro, yo no tengo piernas. Soy un desecho humano. Primera vez que me baño solo, pues Marta ha salido a comprar la carne, y ella es la que se encarga de mí. Ah, suena el teléfono. Clamo por Andrea, pero me doy cuenta que tampoco está en la casa. En cuanto dé unos timbrazos colgarán. De seguro que no es una llamada importante. Lleva más de cinco minutos sonando. Quizás es algo grave. Debo contestar. Es muy difícil salir de la bañadera, su lisa superficie me hace resbalar. Pienso. Hay que salir de todas maneras y contestar.
Afuera siento ese timbre constante y monótono que se me clava en las sienes. Vuelvo a abrir la llave, y el agua fluye en un gran chorro. Comienza a subir el nivel. Dentro de unos minutos rebasará el borde de la bañadera, y si consigo flotar saldré fuera. He podido hacerlo. Ahora escucho con más fuerza el timbre. Tendré que ir arrastrándome hasta el teléfono. ¿Le habrá pasado algo a Marta? Por suerte no hay ninguna puerta cerrada. Me arrastro trabajosamente. Ya me falta poco para llegar. Está sobre la mesa de noche. Hago todo lo posible por alcanzarlo. Y ese timbre me enerva, acrecienta mis dudas y la desesperación. Observo el hilo que sale de la pared y va a la mesa de noche. Lo agarro y tiro de él. El teléfono cae y al mismo tiempo se descuelga. Me muevo más rápido que antes. Oigo una débil voz en el auricular. Tal vez sea ella. Al fin lo tomo. Mi cuerpo tiembla.
—¿Es la farmacia?
—No.
—Perdone.
Repetición
Hacía un frío terrible. La nieve tenía tres pulgadas de espesor. Era ese frío intenso de febrero. Todo el campo era una visión de un extenso e infinito desierto.
Se despidió de su señora, la que antes de dejarlo marchar, le abotonó hasta el cuello su abrigo de astracán. Así y todo sentía un frío que le cortaba la espina dorsal, y le corría por todo el cuerpo.
Maldijo el cielo, la tierra y cuanta otra cosa le vino a la mente. Para aliviar un poco el entumecimiento que le invadía, apresuró el paso. El viento le golpeaba en el rostro, y los pies se hundían cada vez más en la nieve. Para olvidar el frío, pensó en la primavera, en el cálido sol del verano. Y corrió. Corría con más facilidad que antes. Al rato empezó a sudar. Le molestaba el abrigo. Con violencia se lo quitó. Contempló algo extrañado el derretimiento de la nieve. No era el tiempo del deshielo, pensó, pero no le dio mayor importancia. Sentía que se le quemaba la espalda. Era el calor de un sol como nunca lo había sufrido ni aun cuando visitó el trópico. Ya no se apuraba, sino que caminaba tan despacio como podía, a la vez que se desprendía de la ropa. El calor se hizo más fuerte.
A lo lejos divisó el río. Ya no estaba congelado. Más bien caliente, debido a las burbujas que salían a la superficie, como cuando el agua hierve. Antes de penetrar en él se volvió. Ya no se veía la montaña que se hallaba detrás de su hogar; tampoco la casa, y de la nieve ni rastro.
Un grito salió de su garganta, le pareció que ardía la tierra. Con desesperación se lanzó al río. El agua estaba algo caliente, pero mucho menos que la tierra. En ella pudo refrescarse durante unos segundos del calor que iba absorbiéndolo todo. Sumergió todo su cuerpo, y nadó por debajo del agua. Jamás volvió a la superficie. La tierra se convirtió en fuego, y el agua se evaporó. La sexta guerra mundial había comenzado.
Pesadilla
Según iba subiendo la escalera, me notaba más pesado. A cada peldaño que debía vencer era una parte de mi esfuerzo que escapaba inútilmente. Las piernas se tendían hacia los escalones como plomos colgados a una soga. Y sentía que todo mi cuerpo era atraído por la fuerza de la gravitación. Con mucho trabajo introduje el llavín en la cerradura. Un momento después estaba en la habitación. Los temores no se alejaron de mí, sino, que al contrario cobraron más ímpetu, pareciéndome que perdería la razón si no lograba encontrarme. Las manos adheridas a los huesos, como engomadas, me daban miedo, y no podía olvidar que yo estaba muerto. Caminé frente al espejo. En vano busqué mi rostro. Necesitaba verme. Con las manos recorrí mi pecho y mi cabeza. ¿Nada faltaba? Entonces por qué decir que estaba muerto. El clamor de la gente en la calle me sacó del ensimismamiento. Lentamente me dirigí a la ventana, y contemplé a aquel mar humano de lejanas voces. Ya no pertenecía a ellos. Notaba en todos la preocupación por llegar a un sitio, no importaba cuál.
Otra vez ese dolor que recorre todos los huesos, como quemándome. Y veo cómo parte de la piel se desprende y permite ver la carne de las manos al desnudo: las venas en su constante flujo de sangre, y también unos huesos delgados y blancos que parecen ser los dedos. Callo, ya el dolor se apaga en mí, y con el tiempo siento vivir una esperanza. Si es que sufro, es porque estoy vivo. Y con la vista recorro el cuarto. ¡Sí, sí estoy vivo! ¡Seguramente es un sueño! Es mi propio cuarto, mi voz, el mismo cuerpo y la misma… ¿cara? Trato de contemplarme y solo veo el reflejo de los muebles, las cortinas…
Dos horas después.
Ya he perdido gran parte de la piel del pecho; y con temor contemplo el orificio de bala en el corazón. Con más intensidad que antes siento que mi cuerpo arde, o lo que queda del mismo, y ese dolor punzante me crea un vacío en el cual vago, y noto que camino sin moverme. Miro mis manos. Ya no queda nada excepto los huesos. Estos ya no son tan blancos como hace unas horas. No me acostumbro a la idea de estar muerto, y trato de ver a la gente. Me asomo a la ventana. Grito con voz ronca. Es inútil, nadie me oye, o juegan a no oírme. Me lleno de angustia. ¿Y después de esto qué vendrá? Sudoroso y cansado me tiendo en la cama. ¡Pero si aún hablo como si existiera! Que tonto soy. Estoy tratando de no morir del todo, todavía tengo esperanza de que ocurra un milagro. ¿Un milagro? La última y más desesperada oportunidad de un muerto.
De mí no va quedando nada. Silencio. No oigo ningún ruido en las calles. Ha empezado a anochecer, y con la noche presiento que me voy yo también. Y como temo al silencio canto, pero mi voz no rompe la quietud. Ya no me escucho.
Una hora más tarde.
Todo el cuerpo excepto la cabeza se halla sin carne. Por eso es que todavía puedo pensar. Ya no siento ni siquiera la más mínima molestia. Y recorro la estancia con más ligereza.
Toso. ¡He tosido! No, ese no debe de ser el nombre de mi lamento. ¡Hay que verme, soy un discreto esqueleto!
Diez minutos.
Ahora si estoy convencido que me queda poco. Y por tanto deseo dejar un recuerdo. No quiero que me olviden. Siento algo que no logro explicar. Mis piernas empiezan a desaparecer. Se van desintegrando, caen como arena fina en el piso, sin hacer ruido, sin llenar espacio. Y con ella todo el cuerpo. Miro al techo y abro la boca en un vano intento de gritar.
Diez minutos.
El viento de la medianoche esparce el polvo y la arena de mi habitación, y lo arrastra afuera, hacia la calle.
Estos relatos pertenecen al libro El regalo (Ediciones R, La Habana, 1964). Fuente Diario de Cuba
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'El Regalo' de un poeta fusilado en La Cabaña a los 28 años
Juan Abreu, '1959. Hombre solo', fragmento.
14yMedio
Nelson Rodríguez Leyva solo pudo escribir un libro. En 1971 fue fusilado en la fortaleza de La Cabaña, en La Habana, tras intentar secuestrar un avión de Cubana y desviarlo a Florida. Tan solo hacía tres años que había salido del centro de internamiento de las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción) donde estuvo encerrado durante otros tres por su homosexualidad. 55 años después de la publicación de su única obra, El Regalo vuelve a ser editado por Betania que distribuye además el libro en formato digital de forma gratuita.
"Nelson desapareció como escritor cubano, condenado al más infame ostracismo en su país. Aislamiento y ninguneo que pretendemos enmendar con la presente edición, que, además, implica una contundente condena de la pena de muerte ", afirman sus editores. Se sabe que Rodríguez Leyva escribió un relato durante su encierro en las UMAP, pero el manuscrito se perdió tras ser confiscado por las autoridades.
El Regalo (La Habana: Ediciones R, 1964) se compone de 24 relatos y esta segunda edición se inicia con una breve introducción de Felipe Lázaro, un prólogo del profesor y escritor cubano Rafael E. Saumell (Sam Houston State University) y epílogo que consta de tres textos de Reinaldo Arenas, amigo y colega de Nelson en sus años habaneros.
Rodríguez Leyva, nacido en Las Villas en 1943, estudió en los Maristas de La Habana, fue maestro voluntario en Sierra Maestra en 1960 y participó en la Campaña de Alfabetización que se desarrolló en Cuba desde 1961). Fue fusilado junto al poeta Ángel López Rabí, de apenas 16 años, acusado del mismo delito que su amigo Reinaldo Arenas describió así en el libro que dedicó a Nelson Rodríguez, Arturo, la estrella más brillante:
"Desesperado, en 1971, intentó, provisto de una granada de mano, desviar de su ruta un avión de Cubana de Aviación, rumbo a la Florida. Reducido y en trance de ser asesinado por las escoltas militares del avión, Nelson tiró la granada que hizo explosión".
El libro, el regalo gratis en 14yMedio
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