Orgullo (anti)gay
El colectivo homosexual es el más atacado en España. Las agresiones repuntaron en 2014 y este año se espera que la cifra sea aún mayor. «Hemos avanzado más rápido a nivel legislativo que a nivel social», se lamentan las asociaciones LGTB
Dos chicas se besan durante una marcha del Orgullo Gay
España es el país con mayor aceptación de la homosexualidad en todo el mundo. En ningún otro, según un estudio de Pew Research, es tan bajo el porcentaje de población que cree que ser gay es moralmente inaceptable (6%). En 2005, el gobierno de Zapatero fue el tercero en legalizar los matrimonios entre personas del mismo sexo y sólo dos años después se implantó la Ley de Identidad de Género, que permite a cualquiera cambiarse el nombre y el sexo legal sin necesidad de operarse. Además, la marcha del Orgullo que recorre anualmente las calles de Madrid es el segundo más multitudinario de todos los que se celebran y la visibilización del colectivo, durante décadas humillado y perseguido, ha alcanzado su mayor nivel. Este punto de vista, que convertiría a España en un auténtico paraíso gay y adalid del respeto y la igualdad, contrasta con la otra realidad: la de los datos.
Los homosexuales conforman el grupo social que más ataques sufre en nuestro país. En el último informe del Ministerio del Interior sobre incidentes relacionados con los delitos de odio, las agresiones por orientación o identidad sexual suponían el 39,9% de todos los registrados en 2014. El número de casos también se mantenía al alza: de 452 en 2013 a 513 el año pasado, un 13,5% más. Y para 2015, la previsión es aún peor: diversas asociaciones LGTB (Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales) alertan de que el número de denuncias se ha disparado y que las agresiones se suceden sin que las autoridades y la Policía actúen de manera contundente contra esta creciente ola homófoba.
Los dos últimos casos se dieron este fin de semana. En Madrid, dos jóvenes de 25 años volvían a casa abrazados después de una noche de fiesta en el barrio de Chueca. Cuando caminaban hacia la plaza de Cibeles, otros dos chicos se les acercaron, les preguntaron despectivamente si eran «maricones» y, a continuación, le propinaron un puñetazo a uno de ellos. Las víctimas quedaron muy asustadas, y pese a que los agresores intentaron seguir intimidándoles con ánimo de ejecutar un robo, pudieron pedir auxilio a un viandante. En Almería, apenas 24 horas después, otra pareja fue agredida por hasta cinco personas bajo una lluvia de insultos en las inmediaciones de la caseta que una asociación gay mantiene en el recinto ferial de la capital. El resultado: uno de ellos tuvo que ser intervenido de la mandíbula, donde le colocaron una placa, así como «tornillos en la base del pulgar de la mano izquierda».
No son hechos aislados. En este mismo mes de agosto, un «neonazi» golpeó a dos gays en un bar de Alcalá de Henares mientras otros amigos del agresor les llamaban a gritos «maricones» dentro del local. Y en el barrio madrileño de Tetuán, una transexual fue insultada y atacada por un grupo de hombres cuando se dirigía a comprar comida a un comercio.
Para Rubén López, vocal de delitos de odio de la asociación Arcópoli, la sociedad no ha avanzado en sus ideas tan rápidamente como sí lo han hecho las leyes. «Hemos mejorado mucho a nivel legislativo, pero no tanto a nivel social. Hasta 1988 podíamos ser acusados de escándalo público y hace poco menos de cuarenta años encarcelados por ser homosexuales o comportarnos como tal. Esto sigue cuasando entre la gente la sensación de que no es tan grave la homofobia».
David - nombre ficticio - sufrió una agresión el año pasado cuando caminaba de madrugada por el centro de Madrid. Tres jóvenes les cortaron a él y a un amigo el paso, les insultaron y les zarandearon. «Se estaban riendo de nosotros, nos gritaban si venía de soltar pluma en Chueca y si todavía teníamos el culo abierto», recuerda en su encuentro con ABC. Gracias a que sus agresores iban algo ebrios, consiguieron escaparse. «Estuvimo como cinco minutos corriendo hasta que nos aseguramos de que estábamos muy lejos de ellos. Yo estaba temblando y llorando, pensaba que iban a acabar mantándonos a puñetazos».
Agresores homófobos cada vez más jóvenes
El perfil del agresor homófobo es el de un hombre, español y joven, según los datos de Interior. La mayoría de las agresiones las ejecutan personas de entre 26 y 40 años, aunque distintas asociaciones alertan de que comienzan a incrementarse los casos de atacantes muy jóvenes, algunos incluso menores de edad. «Desde Arcópoli vemos como imprescindible que se instaure una asignatura en los institutos similar a Educación para la Ciudadanía. Hay que hablar en las aulas de orientación sexual e identidad de género porque muchos jóvenes viven ajenos a ese realidad salvo por lo que ven a través de la televisión», asegura Rubén López.
Según un informe de la asociación COGAM, dos tercios de los alumnos pertenecientes a minorías sexuales han sufrido algún tipo de acoso o violencia en su centro escolar. La mayoría del profesorado no sabe cómo tratar la diversidad sexual de los estudiantes y el desconocimiento fomenta la falta de respeto a los alumnos LGTB por parte de sus profesores y compañeros. Pero no es sólo cosa de críos. Un 75% de los trabajadores homosexuales oculta también su orientación entre sus compañeros.
Cifuentes mueve ficha en Madrid
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes ya ha anunciado que está trabajando con el Ministerio de Justicia para que en la capital las Oficinas judiciales de Atención a Víctimas presten una atención integral a homosexuales que hayan sufrido algún tipo de agresión. Una medida que, sin embargo, las asociaciones consideran insuficiente. «Hay que crear campañas de concienciación, formar mejor a policías y funcionarios de la Justicia para cuando tengan que tratar con estos casos y, sobre todo, crear una ley estatal contra la homofobia y la transfobia», aseguran desde Arcópoli. Rubén teme que, si no se actúa, la ola homófoba continúe creciendo y muchos de los ataques queden silenciados. «Conocemos casos de personas que han sido agredidas pero no se atreven a denunciarlo por miedo a represalias o a verse obligadas a salir del armario».