LLEGO LA HORA DE QUITARSE LA CARETA Y DECIR LO QUE PIENSAN EN VERDAD
Por Alejandro Ríos - El Nuevo Herald Olga Tañón acaba de anunciar su apoliticismo en Cuba, donde filmó el video de una canción y prometió presentarse gratis para el necesitado público de la isla. Dijo que las carencias resultaban obvias, atribuibles al embargo, y aprovechó la ocasión para retratarse con un policía en la calle quien, probablemente, el pasado domingo reprimiera a las Damas de Blanco durante su caminata semanal en apoyo a los presos políticos.
Mientras tanto, los artistas de un circuito superior al de la boricua se mantienen expectantes y escépticos con el inexplorado escenario cubano que, sin duda, pudiera resultar atractivo por haber sido vedado durante tantos años. Vale la pena recordar el éxito de Oscar de León en los años ochenta, luego criticado por representantes de las dos orillas discrepantes. Para Silvio Rodríguez, el sonero venezolano resultaba intolerable porque se excedía en sus atributos histriónicos.
La semana pasada, sin haber sido interpelado al respecto, el reguetonero Osmani García la emprendió contra el exilio histórico de modo furibundo, acusándolo de todos sus pesares y privaciones. Entre palabras soeces, celebró al presidente Obama y al dictador Raúl Castro por darles una esperanza de mejoría a sus coterráneos.
Con la bandera del buen vecino ondeando cercana al llamado protestódromo, plaza erigida para organizar espectáculos en contra del imperialismo, la cantante Haila puede seguir invitando al presidente norteamericano a gozar en La Habana y los intérpretes que suelen participar en los actos de repudio, matizar su militancia en busca de prebendas, porque ahora lo que importa es el “cash”, para lo cual hay que esforzarse y abrir espacio en un mercado exigente como es el de los Estados Unidos, donde todos quieren figurar.
El paradigma a seguir es el grupo de reguetón Gente de Zona, quienes pulieron la acostumbrada rudeza textual y coreográfica del género para unir sus destinos a celebridades del universo pop que los han lanzado, en grande, al ruedo empresarial de la poderosa industria del entretenimiento.
Afortunadamente para el dúo, la operación aconteció al borde de los cambios radicales experimentados entre Cuba y los Estados Unidos, circunstancia que les permitió mantenerse en una zona de cómoda desideologización, donde no se han visto obligados a rendir cuentas de lealtad a ninguna de las facciones en disputa. Más legítimos, en este sentido, que la Tañón, preocupada por su carrera en declive.
Ahora el abundante y educado talento musical de la isla, a veces puesto en solfa ante exabruptos como los de Osmani García, ya no formará parte ni de las rarezas ni de las excepciones. Deben entrar por el aro de las contrataciones y el pugilato de los rankings, con todos los pormenores que esos procesos conllevan. Las jornadas, días o semanas de solidaridad con la revolución han sido trastocadas. Los desvelos tendrán que ver con patrocinios, gastos publicitarios y ventas de localidades.
La otrora tensión política da paso a la incertidumbre comercial. Concierto o presentación que no cumpla las expectativas del productor, se cancela o pospone. Ser músico cubano ayuda, pero dejó de ser un cheque al portador. Por otra parte, Miami sigue siendo la meca porque es donde vive el público natural con poder adquisitivo y resulta conveniente mantener algunas consideraciones de respeto.
El resto del competitivo mercado de los Estados Unidos, fuera de ciertos ámbitos educacionales o sociales, es implacablemente controlado por compañías que no entienden de solidaridad y altruismo “internacionalista”. El artista que no produce dividendos queda fuera hasta nuevo aviso.
Llegó el momento de la verdad, hay que aprender a fabricar hits, alentar el apoliticismo y buscarse un buen padrino en el seno del imperio.