El 9/11, catorce años después
El país recuerda en silencio a sus víctimas mientras Estado Islámico redobla sus amenazas
JUNTA EDITORIAL Es difícil encontrar a una persona que no recuerde lo que estaba haciendo la mañana fatídica del 11 de septiembre del 2001, cuando los ataques terroristas de Al Qaeda trajeron el pavor y la muerte a suelo norteamericano, hace 14 años.
El derrumbe de las Torres Gemelas de Nueva York causó una conmoción que trascendió nuestras fronteras y sacudió a todo el orbe.
La destrucción del World Trade Center –un símbolo de la innovación, el poder y la cultura de Norteamérica– no solo dañó gravemente la economía neoyorquina, sino que además tuvo un efecto devastador en los mercados mundiales, con el cierre de Wall Street hasta el 17 de septiembre y el espacio aéreo para vuelos civiles en Estados Unidos y Canadá hasta el 13 del mismo mes. En Nueva York, los daños a la propiedad y la infraestructura se contabilizaron por lo menos en $10,000 millones.
El costo más trágico fue en vidas humanas. En total, los ataques del 9/11 dejaron un saldo de 2,996 muertos, entre ellos los 19 terroristas que secuestraron los aviones lanzados contra las Torres Gemelas y el edificio del Pentágono en Arlington. Y entre ellos también 343 bomberos y 72 policías que se lanzaron heroicamente a rescatar a las víctimas de la agresión mientras los rascacielos ardían en llamas y se desplomaban.
Al Qaeda tenía el propósito de poner de rodillas a Estados Unidos al golpear en su corazón financiero y en el alto mando de sus fuerzas armadas. No lo consiguió. La nación se entregó inmediatamente a la tarea de curar sus heridas, mientras el gobierno prometía que los responsables responderían ante la justicia. Ese mismo año el presidente George W. Bush dio la orden de atacar Afganistán, cuyo gobierno talibán estaba íntimamente ligado a Al Qaeda. La consigna era que un ataque semejante en suelo norteamericano no se podía repetir.
La sociedad norteamericana abrió los ojos. El terrorismo no era un mal que sufría la gente en parajes remotos: de pronto había llegado a nuestras puertas. Era un peligro que podía estar a la vuelta de la esquina, un monstruo que podía golpear en un momento inesperado.
En el combate al terrorismo cedimos algunas libertades y cometimos errores, como la invasión de Irak. Pero se conjuró la amenaza de Al Qaeda, y las libertades se pueden recuperar mientras la democracia impere.
Donde cayeron las Torres Gemelas hoy se alza un nuevo edificio, el One World Trade Center, el más alto del hemisferio occidental, junto a dos estanques en cuyos bordes están grabados los nombres de los que perdieron la vida en los ataques. Este día, como en cada aniversario, los nombres serán leídos y el Presidente pedirá un momento de silencio para recordar la tragedia. La nación no se puso de rodillas, y en este aniversario reafirma una vez más su fe en el futuro.
El país recuerda en silencio a sus víctimas mientras Estado Islámico redobla sus amenazas
Entre el homenaje, el recuerdo imborrable de las víctimas y la ayuda a las familias. Más con silencio y oraciones que con ruido. Así conmemora Estados Unidos el 14 aniversario de la tragedia que desgarró el país con el enorme y profundo zarpazo de casi 3.000 muertos y muchos más heridos y afectados, y con la desnuda impronta de una vulnerabilidad hasta entonces desconocida. Cuando esta semana el secretario de Estado, John Kerry, situaba la seguridad de los norteamericanos y del país entero por encima de una eventual acogida de refugiados sirios, no hacía sino acentuar un mensaje que se repite desde aquel fatídico 2001. La psicosis colectiva puede haber sido superada tras la ignominia, pero a la amenaza de Al Qaida le ha sustituido ahora la de Estado Islámico, que mantiene abierto en canal el debate político sobre cómo combatir al terror yihadista. Nada ha sido igual desde entonces en el gran objetivo de los gobernantes norteamericanos, republicanos o demócratas: que Estados Unidos preserve su seguridad.
De que la inquietud no desaparezca se encarga ISIS, siglas inglesas del llamado Estado Islámico en Irak y Siria, que acaba de recordar, mediante sus terminales a través de internet y las redes sociales, que sigue presente en su lucha contra Occidente. Este mismo jueves, el exvicepresidente Dick Cheney, lugarteniente de Bush, se tomaba en serio los avisos terroristas al asegurar que «es posible otro 11-S y con armas mucho más sofisticadas». Para el exmandatario republicano, ISIS es «extraordinariamente peligrosa por su capacidad de utilizar agentes químicos o biológicos y armas nucleares». Cheney entraba además en la crítica directa al presidente Obama por haber ayudado a fortalecer a ISIS con la salida de las tropas de Irak.
El estallido de la crisis de refugiados sirios y la sigilosa llegada de soldados rusos en ayuda del dictador Al Assad ha sido aprovechada también por algunos de los aspirantes a la nominación republicana para culpar al presidente norteamericano de falta de determinación en el conflicto. Pero es cierto que el polémico acuerdo con Irán, otro de los miembros del llamado «eje del mal» por la Administración Bush, ocupa y preocupa más hoy a la oposición y a una parte de los propios demócratas. Nadie olvida que Irán ha sido tradicionalmente uno de los patrocinadores de la actividad terrorista en Oriente Próximo, como lo fue del atentado contra las torres Khobar en Arabia Saudí en 1996, en el que murieron 19 norteamericanos. Precisamente, estos días ha sido detenido y entregado a Estados Unidos el presunto autor, lo que en algunos medios se atribuye a una compensación iraní por el acuerdo que firma la comunidad internacional.
Más partidario de no entrar al trapo sobre una fecha cargada de trágicos recuerdos, Obama ha optado este año por acompañar al Ejército en el aniversario de los ataques, para lo que ha previsto una visita a Fort Meade, una amplia instalación militar situada en Maryland, concretamente entre Washington y Baltimore. El fuerte George G. Meade, que acoge a más de 11.000 militares y 29.000 civiles, alberga en su seno a la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, en sus siglas en inglés). El complejo militar fue escenario hace dos años del juicio a Chelsea Manning, miembro de la Inteligencia militar condenado por espionaje tras ser acusado de filtrar cientos de miles de documentos clasificados a la red WikiLeaks.
La visita no puede tener un valor más simbólico cuando aún no se ha apagado la polémica de las escuchas masivas a cargo de la Agencia de Seguridad, que mantiene viva la permanente dialéctica entre seguridad y libertad, uno de los caballos de batalla políticos y judiciales en Estados Unidos. Si ya la ley antiterrorista decretada por el presidente George W. Bush fue motivo de encendida polémica, ahora el trabajo de la Agencia está en el disparadero, y más cuando se dio a conocer que su labor de espionaje había alcanzado a mandatarios de media Europa, entre ellos la canciller Merkel y el primer ministro francés Sarkozy. En plena reforma legal a cargo de la Administración Obama, la última resolución judicial del Tribunal Supremo ha avalado el sistema de espionaje utilizado por la NSA.
El recuerdo y atención a las víctimas, una de las grandes prioridades en las que hay unanimidad, viene precedido por la reciente muerte de cáncer de Marcy Borders, una empleada de blanco que entonces apenas tenía 28 años, inmortalizada en una fotografía en la que aparece cubierta de polvo, y que nunca pudo superar el impacto psicológico de aquel aciago día.
La tragedia personal de Marcy recuerda la de tantas víctimas directas o indirectas del atentado a las Torres Gemelas, que todavía hoy siguen siendo atendidas con ayudas económicas públicas o mediante atención sanitaria a sus múltiples secuelas.
Dentro de los actos organizados en su memoria, seguramente el más emotivo volverá a ser el que reúna a miles de personas en la llamada Zona Cero del atentado, donde ya luce hoy la nueva torre, el One World Trade Center. Coincidiendo con el silencio que recorrerá el país a las 8:39 de la mañana, este lugar de Manhattan ha previsto seis momentos distintos para el recuerdo, repartidos entre los momentos de los ataques a las torres, al Pentágono y el avión que fue también conducido a la tragedia en Pennsylvania. Con la presencia de todos los servicios de seguridad, sanitarios y de bomberos que participaron, la música acompañará a la lectura de las casi 3.000 víctimas mortales.
MANUEL ERICE / CORRESPONSAL EN WASHINGTON
CATORCE ANIVERSARIO 11-S